■ Logan Kaiser ■
Al día siguiente
Mi celular suena justo cuando me levanto de la cama. Probablemente sea alguna empresa llamando para una entrevista, o eso quiero pensar. Pero mis esperanzas caen en cuanto veo el apellido “Fox” en la pantalla.
Violeta.
¿Y ahora qué quiere?
Respondo porque sé que ignorar su llamada no hará que deje de llamar. Ya intenté bloquearla y me llamó desde más de diez números diferentes. Debería denunciarla por acoso, pero eso solo me metería en problemas.
—Creí que me harías esperar más —dice ella con esa voz firme y un tono de burla—. Qué sorpresa.
—¿Qué quieres, Fox? —le respondo, sin ocultar la molestia.
—Ven a mi empresa en una hora —me dice sin rodeos—. Arréglate rápido, y no acepto un no por respuesta. Creo que eso ya lo sabes.
Antes de que pueda replicar, cuelga. Me quedo mirando el teléfono en la mano, sintiendo una mezcla de fastidio y curiosidad. Ella siempre logra que todo gire a su favor, como si yo no tuviera otra opción.
Resoplo, me levanto y me dirijo al baño. Mientras me ducho, pienso en lo absurdo que es todo esto. ¿Por qué yo? ¿Por qué te ensañas tanto conmigo, Violeta?
Termino de arreglarme con lo justo: jeans oscuros, camisa negra, chaqueta, celular, llaves, cartera y mi mochila. Justo cuando estoy por colocarme los zapatos, alguien toca la puerta.
Abro, y un hombre trajeado me saluda con una leve inclinación de cabeza.
—Señor Logan, la señorita Fox lo espera.
Genial. Hasta chofer mandó.
Subimos al auto. El camino es silencioso, pero el entorno lujoso del vehículo me hace sentir fuera de lugar. No tardo mucho en darme cuenta de que nos dirigimos a una de las torres empresariales más importantes de la ciudad. Por supuesto. La empresa de la Familia Fox.
Entramos por el estacionamiento privado. El chofer me guía hasta un ascensor exclusivo que sube directo al último piso. Cuando las puertas se abren, una secretaria elegante me hace pasar sin preguntar.
La oficina es tan impresionante como imaginaba. Amplia, con ventanales que dan vista a toda la ciudad. Y al centro, en su trono moderno de cuero negro, está ella: Violeta Fox.
—Llegaste justo a tiempo. Bien —dice, extendiéndome un folder.
Lo tomo, frunciendo el ceño.
—¿Qué es esto?
—Necesito que saques copias de esos documentos. Después llévalos a Recursos Humanos para que los firmen. Te estarán esperando —responde mientras se acomoda en su silla, como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Y para qué tengo que hacer eso? —pregunto, cada vez más irritado.
—Porque eres mi nuevo asistente, Logan.
—¿De qué hablas? —digo, dando un paso atrás—. No acepté nada.
Ella se levanta, caminando hacia mí con una seguridad que me pone nervioso. Me mira a los ojos sin parpadear.
—Te dije que eras mi nuevo asistente. No suelo repetir las cosas. Ahora ve y haz lo que te pedí. Luego regresas. Tenemos... más cosas que hablar.
Me quedo mirándola en silencio. Esto tiene que ser una broma. Pero sé que no lo es. Con Violeta nada es una broma.
Y, de alguna manera, siento que esto apenas es el principio.
Dejo mi mochila en un rincón de su oficina, con la misma sensación que tendría alguien que entra en una jaula con un león dormido: en silencio, sin mover nada más. Luego salgo, con los papeles en la mano, sin entender cómo terminé metido en todo esto.
Los pasillos son tan brillantes y perfectos que me siento fuera de lugar. Como si pudiera dejar huellas solo por caminar. Busco algo que me oriente, pero no hay ni un maldito letrero. Me acerco a una chica que parece saber lo que hace, y espero que no me mire raro.
—¿Sabes dónde está Recursos Humanos? —pregunto.
Ella me mira con una sonrisa amable.
—Claro, voy hacia allá. ¿Quieres que te acompañe?
Asiento, y caminamos en silencio. Tiene esa energía de alguien que pertenece aquí, mientras yo solo quiero terminar esto e irme. En el camino me presenta a algunas personas. Todos se ven iguales: seguros, brillantes, caros. Yo solo soy un tipo con una mochila y una pregunta constante en la cabeza: ¿Qué demonios hago aquí?
Llegamos, entrego los documentos, explico lo poco que entiendo de la situación, y al salir, ella se gira hacia mí.
—¿Cómo te llamas? ¿Vas a trabajar aquí desde hoy?
—No lo sé —respondo con sinceridad—. Es… extraño todo.
Ella iba a responder algo, pero entonces la temperatura del piso parece bajar un par de grados.
—Logan.
La voz. Esa voz.
Giro la cabeza, y ahí está ella.
Violeta Fox.
Camiana a paso decidido que deja en claro que la reina de este lugar acaba de entrar en escena. Sus tacones suenan como disparos firmes contra el suelo de mármol, y con cada paso, las miradas se desvían hacia ella. No camina. Desfila. Y viene directo hacia mí.
—¿Qué ocurre? —respondo, con un reflejo automático que suena más áspero de lo que pretendía.
Varias personas abren los ojos, sorprendidos de que me atreva a hablarle así. Pero ella solo sonríe de lado, como si mi insolencia la divirtiera.
—Vamos, cariño —dice al llegar, y sin pedir permiso, entrelaza su mano con la mía.
Su piel es cálida, segura. Inamovible.
—¿A dónde?
—A desayunar. No comí nada esta mañana porque quería hacerlo contigo.
Su voz, suave pero firme, suena como una orden envuelta en terciopelo. Una pausa tensa llena el aire.
Todos miran. La chica junto a mí —Leticia, creo— parece perder el color del rostro. Violeta la ignora por completo.
—Leticia, ¿podrías dejar estos documentos en mi escritorio? Me voy a desayunar con mi novio.
Y lo hace de nuevo, me llama Novio cuando no lo soy.
Leticia apenas logra articular:
—S-señorita Fox, buenos días… P-por supuesto.
Todos los ojos siguen sobre nosotros. Todos ven a la princesa de esta torre de acero y cristal, proclamándome como suyo delante del reino.