◇ Logan Hared Kaiser ◇
Las luces frías de la perfumería hacían que todo se sintiera distante, casi irreal. Brillaban sobre los cristales como si fueran joyas, reflejando el mundo perfecto y caro que me rodeaba. Un mundo que, definitivamente, no era el mío. El aire estaba cargado de fragancias intensas, algunas dulces, otras tan complejas que ni siquiera podía ponerles nombre. Olor a lujo, a etiquetas en idiomas que apenas sabía pronunciar, a cosas que no me pertenecían.
Caminaba detrás de Violeta, que avanzaba con esa seguridad suya que parecía no tambalearse jamás. Deslizaba los dedos por los frascos como si estuviera eligiendo diamantes. Cada movimiento suyo era pausado, como si tuviera el control del tiempo. Cuatro hombres de traje negro nos seguían a distancia, cargando tantas bolsas que parecían sacadas de una película. Yo no era el protagonista de esa escena. Ni siquiera un secundario importante. Solo era el tipo que no sabía qué hacía allí.
Mis zapatos, mi ropa, incluso mi peinado… todo en mí gritaba ajeno. Me sentía disfrazado. Como si alguien más estuviera usando mi cuerpo.
Me detuve frente a un espejo alto, encajado entre dos columnas doradas. Me observé. Pero no me encontré.
—Estás pensando que te ves como otro, ¿verdad?
La voz de Violeta emergió detrás de mí. No me estaba mirando. Seguía contemplando una botella azul con forma de flor. Pero sabía. Como si pudiera leerme sin necesidad de palabras.
—Me siento como si llevara un disfraz. Como si estuviera actuando un papel que no entiendo —admití, bajando un poco la voz.
Ella dejó el frasco en su sitio con una delicadeza estudiada, como si incluso eso tuviera un propósito. Entonces caminó hacia mí, sin apuro, como si no tuviera ninguna duda de que yo iba a escucharla.
Se detuvo a mi lado y miró nuestro reflejo compartido en el espejo.
—No es un disfraz, Logan. No es un papel. Esto también eres tú. Solo que llevas tanto tiempo negándolo, que ahora te da miedo reconocerlo.
Su voz tenía filo, pero no cortaba. Era firme y suave a la vez, como una caricia con una daga escondida.
—¿Y si me gustaba más el de antes? —murmuré.
—No se trata de gustos. Se trata de verdad. El de antes… ¿te hacía sentir orgulloso? ¿te hacía libre?
—No. Pero tampoco me hacía sentir... esto. Como si estuviera traicionándome.
—¿Por qué defiendes tanto esa versión de ti? —preguntó con una leve sonrisa—. Ambos eres tú. Solo que esta versión es la mejor. La que tiene más potencial. La que yo vi antes que tú.
No supe qué decir. Su forma de verme... de decir esas cosas sin pestañear, siempre me dejaba sin aire.
—Las cadenas cómodas también aprietan, Logan. Solo que duele menos porque te acostumbraste. Pero esta parte de ti también existe —dijo, señalando mi reflejo—. Solo necesitas una razón para aceptarlo. Yo ya tengo la mía.
Hizo una pausa. Me sostuvo la mirada.
—Me gustas así. Completo. Incluso con lo que aún no te atreves a mirar. Créeme, Logan, yo no apuesto por porquerías. Vi en ti algo que ni tú sabías que tenías. Deja de subestimarte. El día que te lo creas… vas a brillar de verdad.
Su celular vibró. Frunció los labios.
—Quédate aquí. No tardo.
Se alejó, dejando una estela de perfume y palabras clavadas en el pecho.
Me quedé ahí, en silencio, con mi reflejo… y con la duda de quién era, o quién empezaba a ser.
—Hola, guapo. ¿Cómo estás?
La voz femenina me hizo girar. Una chica se había detenido a unos pasos. Iba vestida con ropa ajustada, ojos delineados con intenciones, sonrisa afilada.
—¿Te conozco? —pregunté, con cautela.
—No. Pero eso se puede arreglar —dijo, escaneándome de pies a cabeza con una sonrisa que no era precisamente amable.
No respondí. Mantuve la distancia.
—¿Qué haces por aquí tan solo?
—No estoy solo —contesté, directo.
—No te creo. ¿Qué te parece si tomamos algo? —Estiró su mano y tocó mi brazo—. Siempre quise saber cómo saben los que parecen inofensivos.
Me aparté de inmediato.
—No quiero. Y tengo novia.
—No se nota —respondió, como si le divirtiera mi rechazo.
—Está atendiendo una llamada. Pero no importa si está o no. Estoy con ella. Y no soy el tipo que engaña, aunque tú creas que sí. Además, mi novia está algo loca y muy territorial. No te gustaría que te pasara algo.
A pesar de no es una relación normal, soy su novio aunque no me guste, así que merece respeto.
—Por ti valdría la pena el riesgo —susurró, provocadora.
—Pero yo no voy a correrlo —dije con calma—. Quiero seguir vivo.
Y entonces el ambiente cambió. Se volvió denso, como si el aire supiera que alguien importante acababa de regresar.
Violeta se colocó a mi lado sin decir nada. Me tomó del brazo con una calma tan letal como elegante. Miró a la chica como si analizara basura en una bandeja de plata.
—¿Te ayudo a encontrar una fragancia que combine contigo? —preguntó, con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos—. Estoy segura de que hay una sección especial para quienes se sienten atraídas por lo que no pueden tener.
La chica apretó los labios, giró sobre sus tacones y se marchó sin decir más.
Violeta me miró entonces. No había celos en su rostro. Había algo peor. Seguridad. Y eso me inquietaba.
—No sabía que sabías poner límites —dijo con una media sonrisa.
—Yo tampoco —respondí.
—Me gusta que aceptes que eres mío —susurró.
Se puso de puntitas para alcanzarme. Soy más alto que ella, así que siempre hace eso para besarme.
Sin pedir permiso, sus labios tocaron los míos con la misma convicción con la que alguien enciende una mecha. No hubo dudas. No hubo vacilaciones.
No respondí al beso. Sentí sus labios suaves, cálidos, exigentes… moldeando los míos con una dulzura peligrosa. Como si pudiera convencerme con caricias lo que no lograba con argumentos.
Dejé que lo hiciera. Como si ese fuera el precio por haber aceptado ser su novio. Un pacto silencioso. Una rutina inevitable.