La tenue luz del celular iluminaba el rostro de Violeta Fox mientras caminaba descalza por su departamento de lujo. Eran poco más de las seis de la mañana y, mientras la ciudad apenas despertaba, ella ya tenía la voz firme en una llamada con Olivia.
—¿Contrato? ¿De verdad, Vi? ¿Eso crees que es cortejar? —La voz de Olivia sonaba entre indignada y resignada—. Logan no es un ejecutivo, no es un inversionista ni parte de tu círculo de herederos. Es un chico común. Un... plebeyo, si quieres llamarlo así.
Violeta soltó una risa seca.
—Plebeyo, chico común, lo que sea. No se trata de darle una oportunidad. Se trata de darle una lección. Que entienda que si juega conmigo, yo juego mejor. Esto no es cariño, Olivia. Es control.
—Pues tu “control” está más cerca del caos. Y si quieres mi opinión, lo único que vas a lograr es que piense que estás completamente loca. Y no me digas que no te importa, porque se nota a kilómetros que te afecta.
—No es atención, es estrategia —replicó Violeta, dejando que su sonrisa se filtrara por el tono—. Yo no me dejo manipular. Yo marco el ritmo. Y quien no se adapta... se queda atrás.
—Ajá, estratega de manual. Dime algo, general Fox, ¿ya lo besaste?
El silencio se alargó, sabroso, como un sorbo de vino tinto en plena mañana.
—Sí —dijo al fin, con una mezcla de orgullo y desafío—. Ya lo besé.
—Vaya, vaya... Violeta Fox besando a un mortal. Aún no logro entender del tofo este fetiche que tienes con él, no son del mismo mundo pero bueno, tus gustos amiga.
—Deja de burlarte Olivia. Ya se que no nació en mi mundo —respondió ella, con tono cortante—. Pero eso no significa que no pueda moldearlo a mi antojo.
—Te estás obsesionando —dijo Olivia, más seria ahora—. Y lo peor es que ni siquiera te das cuenta. Estás rompiendo tus propias reglas por alguien que ni siquiera pidió estar en tu juego.
—¿Entonces qué propones? ¿Que me rinda? ¿Que lo deje ir y me ponga a hornear galletas? —bufó Violeta—. Si no lo conquisto con poder, ¿cómo lo hago? ¿A besos y miraditas dulces?
—No, Vi. Deja de verlo como un peón. Baja la guardia. Él no es un rival. No lo empujes a pelear una guerra que no pidió. Solo... déjalo ser.
—¿Y confiar en que me quiera por arte de magia? —resopló Violeta—. Eso suena a cliché barato.
—Y sin embargo, a veces los clichés son lo único que funciona. Pero haz lo que quieras. Solo no olvides que incluso el fuego que enciendes por diversión puede terminar consumiéndote —sentenció Olivia antes de colgar.
Violeta dejó el celular sobre la mesa de mármol y soltó un suspiro. Se estiró como una gata en su pijama de seda negra, con encaje que abrazaba cada curva como si la tela la adorara.
Sin perder tiempo, bajó por el ascensor privado al piso 34. El nuevo departamento de Logan. A una planta de distancia, pero aún en su dominio. La cerradura no fue un problema; ella misma había puesto la contraseña. Entró sin hacer ruido. El aroma del lugar era una mezcla de madera nueva y la fragancia masculina de Logan, una mezcla que ya le resultaba molesta... o adictiva.
En la habitación, el mundo parecía detenido. Las cortinas bloqueaban la luz del amanecer, y en medio de la penumbra, Logan dormía profundamente. Sin camisa, con solo un pantalón de seda gris que caía peligrosamente bajo. Su pecho desnudo subía y bajaba con un ritmo lento, pacífico.
Violeta se acercó a la cama con pasos felinos y, sin permiso, se deslizó junto a él. Apoyó la mano en su torso cálido y musitó:
—Buenos días, príncipe.
Lo besó en el cuello, justo donde sabía que era más sensible. Logan se removió, murmuró algo entre sueños. Otro gemido, bajo, casi prohibido. Violeta sonrió, victoriosa.
—No te despiertes aún —susurró.
Sus dedos exploraban, sus labios trazaban caminos secretos por su piel. Pero entonces, sin aviso, una voz rasposa interrumpió el momento.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Logan, incorporándose de golpe, tomándose la sábana para cubrirse.
—¿Y para qué te cubres si ya te vi todo? —respondió ella con naturalidad.
—¿Cómo entraste? ¿Quién te dio permiso para...?
—¿Permiso? —lo interrumpió, arqueando una ceja con divertida incredulidad—. Nadie me puso límites, Logan. Yo los creo, los rompo, los reinvento.
Logan negó con la cabeza. Discutir con ella era como intentar razonar con una tormenta.
—¿Qué haces aquí tan temprano?
—Ah, cierto —dijo como si apenas lo recordara—. Venía a desayunar contigo y a decirte que hoy tenemos que ir a una boda. Aburrida, probablemente. Pero debes ir guapo.
—Bien... me iré a duchar —murmuró, intentando alejarse.
—No, primero el desayuno —lo detuvo ella, firme.
Violeta se bajó de la cama, caminó hacia él con paso lento y seguro. Lo rodeó con los brazos, se puso de puntitas y le dio un beso fugaz.
—Hazme el desayuno, cariño —susurró con dulzura falsa—. Buenos días, guapo.
—Buenos días —respondió él con resignación.
—Vamos, quítate eso y empieza —dijo, arrancándole la sábana de un tirón y dejando su torso al descubierto—. No tengo todo el día.
Logan suspiró, ya ni sorprendido. Ella lo tomó de la mano y lo arrastró hasta la cocina.
Violeta se acomodó en una de las sillas, con la elegancia de una reina esperando ser servida.
—¿Qué quieres de desayunar? —preguntó Logan, cruzando los brazos con visible fastidio.
—Sorpéndeme —dijo ella, apoyando la barbilla sobre la mano y observándolo como si fuera una obra de arte viva.
Por más que quisiera negarlo, le fascinaba esa dicotomía: un chico normal, criado con valores, sirviéndole el desayuno mientras ella reinaba sobre las ruinas de su propio corazón.
Y aunque jurara que esto era solo poder y estrategia… había algo en él que le desordenaba los planes. Y eso, eso sí que no estaba en su contrato.
Logan caminó con paso torpe, aún con el cuerpo reclamándole las últimas horas de sueño. No era solo que no estuviera acostumbrado a madrugar, era que ella estaba allí, irradiando poder desde la silla como si fuera su trono personal, vestida en seda negra, pelirroja como el pecado y con esa sonrisa que prometía guerra... o gloria.