Quiero Saber

I

11 de septiembre del 2025

Nos ubicamos en el famoso Molinito, Naucalpan de Juárez, una ciudad marginada entre las construcciones de casas provisionales, en obra negra, vecindades, entre otro tipos de viviendas; pero lo que más abundan son las favelas. Para mala suerte de Dorian, un joven de 18 años que cruzaba su último año de bachillerato, apenas iba saliendo apurado de su casa, ya que si bien, no estudiaba lejos, el pendejo profesor de... no sabía qué materia, no lo dejaría entrar con sus cinco minutos de tolerancia.

No era más que un chico en situación precaria, que para su mala suerte, estudiaba en el único "CCH" que estaba en un cerro.

Aunque su intelecto tampoco daba para mucho.

En la banqueta, iba con su patineta rebasando el tráfico, teniendo la esperanza de encontrar una combi que lo llevara a San Bartolo, antes de ser atropellado por algún camión de grava por intentar irse patinando hasta el colegio; su ángel de la guarda le puso el chofer indicado frente a sus ojos para finalmente subirse al transporte público.

Tan solo iban algunas señoras con mala cara, hablando de cómo sus hijos estaban en malos pasos, prófugos de la ley o directamente se encontraban en prisión; —no era nada interesante, ya que era algo normal para aquellos en su misma situación social de Dorian—; de fondo sonaba esta famosa canción de "ojitos mentirosos" en las bocinas distorsionadas del chofer, haciendo alusión a la tendencia que se había creado con esta joya musical.

"Ojitos mentirosos no me miren
Tu mirada tierna me enloquece
Es que tu mirar se parece
Al brillante Sol que amanece"

Observaba el Holiday Inn, algunas fábricas, el IMSS, y el tráfico habitual; no era nada más que su ruta habitual, llena de una concepto extraño entre lo rural, el asentamiento urbano, y una enorme zona industrial; lo cual eliminaba cualquier atisbo de belleza en el pobre y decadente Naucalpan de Juárez.

En este caso, al llegar y bajarse en San Bartolo, caminó campante por toda la avenida universitaria con tal de llegar a CCH; en este caso su rutina fue diferente a lo habitual, en vez de quedarse en base y fumar mota, subió hasta la entrada: lugar atiborrado de alumnos de nuevo ingreso; —básicamente los pumitas—; mirando a algunos cuantos que ya iban bajando a "fuchos" con tal de dejar sus mochilas para mandar al caño sus seis horas de clases; en la zona de fumadores se encontraban aquellos que de plano su estilo era bellacoso o directamente parecían estar apunto de modelar por una pasarela de moda geek chic.

Dios mio, señor, sálvame— se dijo en un susurro hastiado de los pendejitos de nuevo ingreso que a pesar de ya llevar una puta semana ahí, todavía sufrían al sacar su carta de asignación e iban por la vida con cara de idiotas unineuronales.

Se metió a empujones a la parbada de alumnos a fin de de llegar a la entrada más rápido que los demás, quizá golpeando a algunos enanos de por medio para abrirse paso; —pero claro que eso era lo que menos importaba—.

Cuando le dieron el paso tras su credencial haber sido verificada, se dispuso a montarse en su patineta y bajar por todas las rampas posibles en su misión de llegar al edificio R; algunas veces se rozaba con algunos chicos que se metían en su camino a propósito, disfrutando empujarlos y asustarlos con la intención de recibir una reacción gratificante.

A pesar de haber entrado un poco tarde, no se le hizo molesta la presencia del maestro; un señor de mediana edad, de personalidad extraña del cual no se acordaba de su nombre y mucho menos llevaba la tarea, ya estaba ahí y eso era lo que contaba; tenía experiencia en saber que a pesar de no gustarte estar encerrado en un salón, era mejor eso a estar todo el día drogado, paleteado, o hasta su puta madre de pedo.

Con aburrimiento analizó por un momento el salón, percatándose que era el único que se había sentado cerca de la mesa del profe; y aunque le daba ansiedad estar solo, en este nuevo semestre, estaba seguro que no iba a ser mejor que los anteriores.

—¿En serio vas en este salón?— le preguntó el joven frente a él, quien tenía una voz tranquila y casi angelical.

—Pues... sí, ¿No?— respondió con una sonrisa apenada en voz baja.

—No sé. No te había visto— dijo casi con indiferencia, a pesar de tener una curiosidad inminente por Dorian.

Se quedaron viendo fijamente por quizá algunos segundos que para el de bermuda le parecieron eternos, perdiendo por primera vez este jugo de miradas a propósito, con tal de evitar la mirada tan penetrante de ese wey frente suyo.

Pero a pesar de la incomodidad; ese rostro le parecía conocido de algún lado. No sabía donde lo había visto, pero sabía que con esa cara suya, no lo olvidaría tan fácil.

Sin haberse percatado del tiempo, pronto la clase había empezado; era estadística... iba a ser un dolor de huevos.

(...)

Todo el día se había sentido acosado, y quizá ya esto era paranoia, pero en todas las clases, en el fumadero, base, fuchos, el triángulo, capilla, e incluso en las pendejas crepas. Se había topado al mismo imbécil que lo estuvo incomodando desde la primera clase. Incluso en la fiesta que se armó en su cantón, estaba ahí.

No nos vamos a adentrar a la historia de cómo su casa terminó siendo un orfanato de adolescentes faltos de afecto que les mamaba el exceso; pero para pronto, el único que estaba de aguado era Dorian, ya que era el sobrio entre todos y no quería estar pedo —al menos ese día no—.



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En el texto hay: slice of life, amistad amigos, lgbtq+

Editado: 30.09.2025

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