22 de septiembre del 2025.
Muchas veces los adolescentes en vez de afrontar sus problemas personales, se van a extremos de los cuales, algunos pueden salir, pero muchos otros, se quedan estancados de forma casi permanente; casi siempre por temer a algo inevitable.
Todo aquello que intoxique es tentador.
Para quizá más de tres cuartos del alumnado de CCH esta es una regla fundamental, que está casi tatuada en el inconsciente de cada uno; fomentado por la soledad y el descontrol.
Huastes, la casa de Carlos, se llenaba de esa popular ambiente "naco", porque: "Entre más corriente, más ambiente". Ahí se hallaba un viernes este personaje tan especial, hundiéndose en los excesos del alcohol, perdiendo el poco ápice de consciencia que podía poseer en su estado.
Las luces parpadeantes, con las paredes rojas, dos ventiladores apenas funcionales y un cuartito donde se encontraba Doña Naty; de fondo sonaba "Safaera" y una de las morras que lo habían adoptado en una bolita, le bailaba de frente, cubriendo con ambas de sus manos su rostro, tan solo excluyendo sus ojos; su forma de bailar era más que sensual, sin embargo, a Carlos no le provocaba nada, tan solo la sostuvo de la cintura, viendo que por poco perdía el equilibrio, aunque ella lo interpretó como un indicio de beso.
No había nada en la mente de Carlos, más que un fugaz pensamiento que le susurraba; —la estás cagando— los oídos ensordecidos por el volumen, apenas percibían sus propios pensamientos.
Pero no le dio importancia.
Así pasó un rato, hasta que al ver a todas las chicas en mal estado, fue que se llevó cargando a dos de ellas mientras las otras casi iban arrastrando de él, cuando se agarraron de su playera.
Al salir, un destello del cemento blanco iluminado por la poca luz que se filtraba gracias al día nublado, golpeó fuerte en sus ojos; finalmente sintiendo que estaba más pedo de lo que pudo creer.
—Mi amor, vamos al frontón para que se nos baje— exclamó la joven que se hallaba en sus brazos, la misma que lo dejó embarrado de labial rojo.
—Vamos...— tan solo alcanzó a decir en un susurro apenas audible.
(...)
Al final del día, se las llevó a base, sabiendo que ahí no podían levantarlos y se les bajaría en chinga ya que les invitó el bajón a todas; mientras tanto, él tan solo se puso en la orilla de la banqueta a fumar un rato, con tal de que se le baje más rápido con el cigarro.
Una mano tomó la suya, tenía un bronceado hermoso, que contrastaba con su piel lechosa, y así, se recostó en su hombro.
—¿Entonces... qué somos?— le preguntó con una voz tierna pero cansada, tan femenina que parecía una burla para las mujeres.
"No sé, apenas te conozco" pensó con una sonrisa a medias soltando el humo del cigarro.
—Ya te dije en Huastes que me gustas mucho~— chilló de forma tierna, logrando que Carlos volteara a mirarla.
—Que pena... entonces yo creo que ya deberías de ser mi novia— se burló casi instantáneamente, pero el rostro de la niña, se iluminó al punto de verse como un perrito cuando su amo llega después de un día completo.
—Entonces... ¿Ya soy tu novia?— inquirió de nuevo.
Tan pronto como las demás iban reviviendo, se oían los murmullos, que en menos de unos minutos, se comenzaron a hacer bulla; eran casi como el canto de un loro con las cuerdas vocales hechas mierda. El sudor frío recorría su cien, las piernas se le entumecían de a poco, generando una sensación extraña de pesadez; —cosa que no era provocada por el alcohol, por desgracia—; su corazón latía, y no por amor, las manos se le hicieron heladas tal cual hielo, al punto de que su enamorada, lo percató.
Miles de cosas pasaron frente de su mente atormentada; y tan falto de amor como de sentido, un pensamiento que lo condenaba al aislamiento eterno, lo acosó.
—Está bien...— solo pudo decir, y así, aquella mujer, se rindió en sus brazos.
No era la chica más hermosa que había visto, mucho menos la amaba, pero ver esa extraña sonrisa soñadora y devota, le hizo saber que sería su mejor víctima.
(...)
Ya eran las 7:30 de la noche. Se encontraban acostados y completamente abatidos en el suelo de esa calle mugrosa con colillas de porros y algunas cosas más; ya las amigas de su ahora novia, se fueron, en vista que su falsa amada estaba en buenas manos.
Aquellos que conocían a Carlos, a parte de clasificarlo como una persona extraña, o diferente a los demás, también lo percibían como alguien confiable, debido al desinterés nato. No tenía deseos, expectativas y mucho menos la avaricia por cosas que él suponía que no debía tener; desde las cosas sentimentales, hasta el materialismo.
No debía nada, ni perdía nada, solo era una hoja que se mecía en un viento tormentoso, tan frío y desolador, como la misma pérdida de sus principios.
Estaba tan absorto en sus pensamientos, que jamás notó el alboroto que había un poco más adelante de ellos.
Y es que solo lo había notado, cuando un tipo con "jerko" se cayó casi encima de él. Lo iba dejar pasar como todo aquello que alguna vez le llegó a molestar, hasta que vio a Ignacio ser agarrado por dos weyes, mismo que intentaba zafarse del agarre de ambos.