Quiero saber lo que es el amor

CAPITULO I:ENCUENTROS CERCANOS

Acababa de finalizar mi turno como agente de seguridad, luego de doce horas de servicio y con ansias de volver a casa a devorar lo que hubiera, para aplacar un apetito voraz que empezaba yo a sentir, en especial por el frío de la estación.

Aquella noche, sin embargo, comenzó a llover y de manera muy intensa. A través de la ventana veía cómo la naturaleza estaba decidida a no dejar a nadie en paz por un periodo de tiempo que se notaba que iba a ser bastante largo. En cuanto a mí, me reventaba haber confiado en el pronóstico del tiempo, que había anunciado cielo despejado en el día y estrellado durante la noche. Nada más lejos de la realidad. Tan sólo una colosal y descomunal precipitación pluvial de aquellas, digna de un lugar en el libro Guinness de los records mundiales.

Normalmente, habría podido volver a casa en mi montañera, como llamaba yo a mi vieja bicicleta, a la que dejaba siempre en la zona de parqueo, pero dadas las circunstancias y al no tener con qué cubrirme de esta intensa lluvia, tuve que optar por otro medio para volver a casa. Sin embargo, al solicitar un taxi desde mi celular, una grabación indicaba, insistentemente, que el servicio estaba colapsado debido al mal tiempo y la fuerte demanda. Así que, ni modo, tuve que quedarme a esperar a que finalmente ingrese mi llamada y pedir una unidad o que al menos dejase de llover. O incluso un milagro. Creo que por la ley de atracción sucedió esto último, el milagro. Cómo explicar, si no, que surgiera de la oscuridad y envuelta en medio de esa torrencial lluvia, una camioneta cerrada, color azul oscuro, que se estacionó justo afuera de la caseta donde yo me encontraba, después que ya había marcado mi salida.

En dicha caseta se encontraba el guardia de turno, Alan, alguien con quien en un pasado había yo tenido ciertas desavenencias que quizás no sea el momento de contarlas ya que no vienen al caso. Diré también que el inmobiliario allí era bastante austero. Apenas dos sillas, una plástica y la otra de metal, con asiento de cuero, una pequeña mesa, también metálica, que hacía las veces de escritorio y sobre la cual se encontraban todos los útiles necesarios para el servicio, tales como el cuaderno de ocurrencias, lapiceros, perforador, regla, corrector, etc. A un costado, como acompañante silencioso, el botellón de agua, que nunca podía faltar, sobre todo cuando hay que cubrir turnos tan largos. Además, hay que mencionar la percha, muy útil, para colgar todo lo que uno quiera y pueda, así como la pulcritud de las paredes, tan pero tan blancas, como parte de las ordenanzas recibidas, de mantener el lugar limpio y ordenado, caso contrario atenerse a las consecuencias. Pensándolo bien, creo que esto tampoco viene al caso.

Como decía, el agente Alan acababa de relevarme de mi puesto de servicio, asumiendo su turno en la caseta de vigilancia, que había cuidado yo durante todo aquel día. Entonces, actuando según el procedimiento, se dispuso a acercarse al auto para averiguar el motivo por el que este se acababa de estacionar. Para hacerlo era necesario salir de la caseta, no sin antes cubrirse con un traje impermeable, el mismo que se hallaba disponible a un lado del escritorio, colgado en la percha. Todo esto empezaba ya a ser una molestia para él. De hecho, se veía claramente que no lo estaba disfrutando en lo absoluto, mientras que yo, por mi parte, encontraba la escena bastante divertida, tanto más porque lo conocía bastante bien y sabía de su poca voluntad para hacer hasta las tareas más simples. Luego que a regañadientes logró colocarse el protector plástico, se apresuró a salir de la caseta, en dirección al auto, para identificar al conductor y preguntarle el motivo por el cual se estacionaba en un lugar que, dicho sea de paso, estaba prohibido.

Afuera el cielo parecía venirse abajo. Aunque no soplaba demasiado el viento, lo cual habría sido mucho más desastroso, sin embargo, la intensidad con la que llovía hacía que uno lo pensara más de dos veces antes de entregarse a merced de los elementos. Realmente el compañero Alan tuvo que hacer un gran esfuerzo, más mental que físico, para enfrentarse a aquel fragor. Tengo que reconocer que verlo en acción me sorprendió muchísimo. Luego volví a lo mío.

Apenas dejó la caseta, solo tuvo que caminar algunos pasos para ubicarse lo bastante cerca de aquel vehículo. Imagino que él estaría esperando que el conductor del auto bajase la ventana para identificarse y explicar qué es lo que venía a hacer allí, porque se quedó parado unos segundos, pero luego, dado que el agua se le estaba metiendo hasta en los zapatos, debido a que no había tenido tiempo de cambiárselos por botas para la lluvia, comenzó a golpear suavemente la ventana del lado del conductor con los nudillos de la mano derecha, en espera de alguna respuesta. No obstante, ninguna de las lunas polarizadas del auto dio a conocer quién estaba en su interior, así que Alan, intentando no perder la calma, a pesar de la lluvia que le caía encima, tocó una vez más, pero esta vez un poco más fuerte, haciendo sentir su impaciencia y esperando que, de una vez, sea quien sea, esa persona se digne en darse a conocer.

-Tenga usted muy buenas noches! ¡Baje su luna e identifíquese por favor!

Nada.

-Está usted en área no autorizada para estacionar! ¡Por favor, identifíquese!

Otra vez, nada.

Así que, por más que tocó y tocó, y gritó y gritó, nadie respondió.

En seguida, llevó su mano derecha hacia un costado de su cuerpo, como buscando algo. Presumiblemente se trataría de una linterna, para ver si así podría alumbrar hacia el interior de ese vehículo. Pero para su pesar, la había dejado olvidada sobre la mesita de metal, en su apuro por salir a toda prisa y dar fin al asunto. Qué frustración.




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