Ya de camino a casa no dejaba de hacerme tantas preguntas en mi mente: ¿Cómo terminé aquí? ¿Quién es ella? ¿Cómo es que me conoce? ¿Está pasando esto realmente? ¿Y cómo sabe dónde vivo?
-Leo en tu rostro sorpresa y confusión. Te entiendo. Subes al auto de alguien que jamás has visto en tu vida, pero que te conoce a ti lo suficiente y te preguntas qué está pasando. Lo sabrás en breve. Sólo te digo ahora que no tienes nada que temer. Conmigo puedes estar seguro. Es más, si necesitas algo, tan sólo pídemelo.
¿Cómo? ¿De qué se trata todo esto? ¿Sabe lo que estoy pensando y ahora concede deseos? ¿Adivina? ¿Bruja? ¿Una genio? Creo que me dejaré de tanta televisión. O quizás trabaje en el servicio telefónico de taxis. Como no hay unidades disponibles puede tratarse de alguien que se ha ofrecido para trasladar algún pasajero. No hay problema. Podré pagarlo.
-Ahora tu expresión me dice que ya lo resolviste. Muy bien, chico listo. Me ahorras explicaciones.
-No fue difícil. -Fue mi respuesta. -Supongo que mi nombre aparece en la base de datos del servicio de taxis.
Lo que escuché a continuación fue una dulce carcajada, que más parecía la risa de una niñita traviesa.
-Eres muy gracioso, ¿te lo han dicho?
En realidad, no me gusta ser payaso de nadie. Y ella me hizo sentir como uno.
-Mira, paremos un momento. Seguramente debes estar hambriento. Yo lo estoy.
Más que hambre lo que yo sentía era fastidio.
-No gracias. Sólo llévame a casa.
-Vamos. Pidamos algo para comer en aquel lugar, yo invito.
¿Cómo negarme? Sabía pedir las cosas de un modo que resultaba imposible decirle que no. Y supo también calmar mi ánimo.
Además, sí, tenía hambre y mucha. No me caería mal un bocadillo. Y habría también tiempo para hablar y conocerla mejor.
-Bueno, está bien. Tú ganas.
Y se iluminó su rostro con esa bella sonrisa:
-Excelente!
Mientras tanto la lluvia parecía arreciar. Al irnos acercando al parqueo del restaurante, reparé en que este estaba totalmente ocupado y que sería imposible encontrar un lugar libre. Mas, al verla a ella, noté que no tenía ni el más mínimo asomo de preocupación por encontrar un espacio libre. Incluso parecía que de antemano sabía hacia donde tenía que ir y vi su cara de satisfacción al encontrar un lugar vacío bastante cerca de la zona de pedido. Esto, para mí, fue muy impresionante porque con el tiempo tan malo mucha gente busca los lugares más cercanos y siempre se encuentra uno con varios autos pugnando por ganar un lugar preferencial. Pero aquella noche todo parecía inmóvil. Los vehículos que llenaban el parqueo parecían tumbas en un cementerio, pues no se veía a nadie en el interior de ningún vehículo. Esta chica sí que tiene suerte, pensé.
-Comeremos en el auto. ¿Te parece?
No sé para qué me preguntaba. Estaba claro quién mandaba.
El joven que se acercó a tomar la orden, venía con un traje plástico a prueba de agua. Este se apegó al auto, mientras ella bajaba el vidrio para así poder dictarle lo que deseaba que le trajeran. Luego dirigió su mirada hacia mí y sin decir nada abrió sus grandes ojos, arqueando sus cejas en gesto interrogativo.
-Para mí, un sándwich estará bien. -respondí con cara de fastidio-Ah! y un café.
-Hey amigo, no todos los días tienes una invitación como esta. Vamos. No tengas pena en pedir.
Y nuevamente sus modos que no me permitían negarme a nada.
-Muy bien, el sándwich que sea el especial, de pollo, el café en tamaño grande y añada una porción de papas fritas, con todas las cremas, por separado.
-Eso está mucho mejor. -Y dijo al encargado: Aquí tiene mi tarjeta.
Este agradeció y guardó la orden en su traje plástico, mientras corría de regreso al local a fin de alistar el pedido que le acabábamos de hacer. Y entonces, solo entonces, pudimos estar a solas. Ella se acomodó en su asiento para mirarme mejor. Yo hice lo mismo, y ahora sí, nuestras miradas estaban fijas el uno en el otro. Por alguna razón me sonaba aquella canción de Franco de Vita:
Ayer nos hubieran visto,
Estábamos ahí sentados
Frente a frente.
No podía faltarnos la luna
Su mirada, a la vez que su sonrisa, me iba cautivando poco a poco. Era extraño. Acababa de conocerla. Es más, no sabía nada de ella. Sólo estaba ahí, frente a mí, mirándome fijamente y sonriéndome de la manera más deliciosa y cándida que pudiera imaginar.
Yo simplemente la miraba, intentando relacionar mis conclusiones con la realidad, esperando coincidir en algún punto, pero sin ningún resultado.
Me di cuenta de que, si no me lo decía ella misma, jamás iba yo a saber qué era lo que estaba pasando.
-Veamos, debes tener preguntas. Puedes hacerlas. Las responderé todas. Luego terminaré exponiéndote cuál es la situación. ¿Te parece?