Quiero saber lo que es el amor

CAPITULO V: VER PARA CREER O CREER PARA VER

La claridad del nuevo día llegó hasta los mismos ojos de las niñas de mis ojos.

Era un día radiante. Eso hizo que me levantara de un salto y entrara directo al cuarto de baño para tomar una buena ducha como cada día.

Me sentía extraño. Es decir, me sentía muy bien, pero diferente. Aun mirándome al espejo no podía descubrir que era.

Luego en el dormitorio, mientras me iba alistando, seguía con la misma sensación.

Sin embargo, no podía identificar el origen.

Luego recordé que mi montañera había quedado en el parqueo de mi punto de vigilancia.

-Primer problema del día. Si tan solo alguien pasase por mí y me llevase al trabajo.

Entonces sonó mi celular:

-Aló, ¿es usted, Zajid? Pasaré a recogerlo en treinta minutos. Espéreme en la puerta del edificio.

Y colgó.

Era una voz masculina, que no me sonaba nada familiar.

Me quedé un poco sorprendido, pero luego pensé:

-En fin, tengo media hora para un desayuno.

Pero al dirigirme a la cocina y abrir el refrigerador, recordé que no había hecho las compras para la semana.

Precisamente la lluvia del día anterior me lo había impedido.

-Precisamente hoy quisiera comer una enorme hamburguesa con una buena taza de café caliente.

Estaba terminando de hablar cuando tocaron a la puerta. Una dulce anciana apareció al abrir yo la puerta y muy sonriente me saludó diciendo:

-Buenos días joven, somos sus nuevos vecinos, acepte este bocadillo como un saludo de parte mía y de mi esposo.

-Muy amable, pero no debió molestarse.

-Al contrario, si se le ofrece algo, sólo pídalo.

Tuve la impresión de haber escuchado eso antes.

-Que tenga un buen día, hasta luego.

-Hasta luego, gracias.

Lo que tenía en mis manos, obsequio de la anciana, era una bandeja con un enorme sándwich y una taza de café.

¿Coincidencia? A lo mejor. No quise ahondar en eso. Sólo agradecí mi buena suerte y me senté a devorar aquel delicioso desayuno.

Al acabar me sentí más que satisfecho y aún tenía algunos minutos antes de cumplirse la media hora en que pasaría por mí aquel extraño.

Mientras recogía la mesa en que acababa de desayunar seguían dando vueltas en mi cabeza todas las cosas que habían ocurrido la noche anterior. ¿O tal vez fue sólo un sueño? Si así lo era fue bastante real. A veces el cansancio nos puede jugar una mala pasada. Estaba decidido. Si mi jornada de trabajo era de doce horas, tendría que volver a casa directo a descansar. Ya no más desvelos inútiles e innecesarios, que ya estaban empezando a afectar mi mente y mi lucidez. Aunque tengo que reconocer que fue uno de los mejores sueños que jamás soñé. Y hasta recuerdo el nombre de ella: Elena. Como Elena de Troya. Guerrera, pero a la vez muy femenina. ¿Cuál sería el significado de todo aquello? ¿La llegaría a ver algún día? No. Lo mejor sería pisar tierra y olvidarla. Total, solo fue un sueño. Un hermoso sueño.

Ahora tomo mi mochila, conteniendo mis implementos. Atravieso la puerta que me lleva al pasillo y camino hacia los ascensores, pero en vez de llamar a uno, decido ir por las escaleras. Sólo son tres pisos y tengo el tiempo a mi favor. Voy bajando despacio, sin mucho afán, sin ninguna prisa.

Ahora estoy en el primer piso y cruzo la puerta principal hacia la calle. El sol sigue calentándolo todo. Sólo espero que hoy no llueva pues otra vez he optado por no alistar un protector impermeable. De momento, sólo me queda esperar. La calle está muy transitada a estas horas y esta persona no llega. Hasta que finalmente lo hace.

Conduce un auto hatchback también azul y se detiene cerca de donde estoy.

Baja su luna y me saluda:

-Hola Zajid. Vamos, debo llevarte a tu trabajo.

-Disculpa, pero, ¿nos conocemos?

-No, y no hace falta, sólo cumplo órdenes.

-Y de quién, si se puede saber.

-Tú lo sabes. En fin, ya no puedo hablar tanto, no es parte del trato.

-Trato? ¿De qué o qué?

-...

-Está bien, no quieres hablar, entonces no subo.

-De acuerdo. Si prefieres caminar con ese uniforme, bajo este sol, o pagar un taxi, por mí está bien.

En la siguiente escena voy yo en el asiento del copiloto rumbo a mi trabajo.

El viaje fue en silencio. Ante tanta renuencia por contestar ya no me interesaba ni siquiera saber su nombre. Qué más daba. Era incómodo, sí. Pero se limitó a hacer lo que tenía que hacer: trasladarme a mi centro de labores.

Al llegar, por lo visto conocía el lugar, pensé que seguiría en silencio, y cuando estaba yo a punto de bajar sin siquiera despedirme, me dijo fríamente:

-Firme aquí.




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