La noche era tranquila y estrellada. No sabía si ella llegaría, pero aun así la esperaba. Quería que me sorprendiera como lo había venido haciendo desde el primer momento. Imaginaba viéndola entrar en mi departamento al tiempo que le preparaba yo una cena especial. Brindaríamos con un buen vino y luego le daría a probar de lo mejor de mis platillos. Tendríamos una conversación muy animada, riéndonos de todo. Y yo la tomaría de la mano y la miraría a los ojos, esos grandes ojos castaños. Y así, nos quedaríamos en silencio. Luego, quizás, nos pondríamos de pie, nos acercaríamos al balcón. Y ahí, bajo un cielo de luna y estrellas, le declararía mi amor. Tal vez ella se sorprendería. Me miraría con asombro, abriendo aún más sus bellos ojos. Me sonreiría. Y yo a ella. Y me iría acercando lentamente hacia ella, hasta casi sentir su cálida respiración, y cerraríamos nuestros ojos, para dar y sentir el más dulce, tierno y húmedo de los besos. Yo imaginaba todo esto y me parecía tan real que hasta había cerrado los ojos, creyendo tenerla delante de mí. Nunca antes me había sentido así.
A mi edad no era la primera vez que me fijaba en una chica. Mi trabajo en seguridad consistía entre otras cosas, atender personas, orientarlas al ingresar al campus, etc. Y en ese interín no faltaba ocasión para alguna conquista, alguna cita casual. ¿Acaso nunca les ha pasado? Y es que a las chicas parece gustarles siempre los tipos que demuestren, o aparenten, ser fuertes, enérgicos, firmes en su trato con las personas, decididos. Claro que, aquí entre nos, muchas veces esa solo era una máscara que había que usar ya que, obviamente, debíamos imponer respeto y orden. Y bueno, eso es lo que ellas ven en nosotros. Y les atrae. No las culpo. Pero eso no fue lo que me pasó esta vez. Si me preguntan acerca de alguien con quien haya salido antes, no sentiría mayor emoción. Nada que haya dejado en mí alguna huella imperecedera.
En cambio, ahora, me sentía diferente. Lo que había vivido ayer no era exactamente una cita ya que no había concertado nada con ella. Simplemente se presentó así, de repente, y lo único que hice fue dejar que me invitase a comer y luego escucharla mientras me contaba esas historias que no sé de dónde las pudo haber sacado. Aun así, siendo todo tan extraño, me gustaba su forma de ser. Cuando me hablaba, cuando me miraba y me sonreía y sobre todo su seguridad.
Realmente no sé de dónde habrá salido o si es que lo que me contó fue cierto o no. Pero una cosa sí puedo asegurar y es que no me la podía sacar de la mente. Más aún ahora, que ya no era el mismo. Haber experimentado tantos cambios y presenciado tantos otros, así como todo lo que hasta hoy ella me había dado, me hacían quererla más. Y, sin embargo, nada de eso me importaba. En este momento, lo único que deseaba era tenerla frente a mí, para agradecerle y para expresarle todo lo que mi corazón guardaba y deseaba decirle. Jamás me había sentido así.
Dudo mucho que alguien hubiese podido despertar en mí las cosas que ella logró. Guau. Cuánta ansiedad siento en este momento. Si al menos pudiera llamarla. ¡Claro! voy a llamarla. Si ella lo hizo, ¿por qué yo no?
Tomo el celular y busco su número. Cuando me llamó fue en horas de la mañana. Será fácil encontrar su llamada. Oh, oh, ¿Qué pasa? no quedó registrada. ¿Será posible? ¿Tal vez yo mismo la borré? No, no puede ser. Si hubiese su número en ese momento. ¡Qué mala suerte!
¡Ah! Está la otra llamada. La del tipo que me llevó al trabajo en su auto. Vamos a ver. Creo que fue la primera del día. Aquí está. Por cierto, son números bastante extraños. No parece corresponder al de un número celular ni tampoco al de un teléfono fijo. Como sea. Veamos, estoy llamando a ese número, quizás él pueda decirme algo sobre Elena.
Timbra una vez.
Dos veces.
Tres.
Cuatro.
Espero no estar siendo inoportuno.
Ahora me envía a la casilla de voz. Lo intentaré de nuevo.
A ver. Aquí vamos.
Primera timbrada.
Una más y otra y otra.
¡No! La casilla de voz otra vez.
¡Santo cielo! ¿Qué haré ahora? ¡Necesito saber de ti, Elena! Por favor, ¡manifiéstate!
Y entonces, una llamada. Es ella.
Estoy a punto de contestar tras el primer timbrazo, pero me contengo. No es bueno ser tan obvio. Lo mejor será hacerla esperar un poco.
Dejo que suene dos veces más y ya estoy a punto de contestar cuando, sorpresivamente, deja de sonar.
¿Qué? ¿Sólo tres timbrazos?
Le devolveré la llamada, no se puede escapar tan fácilmente.
¡No! Se borró la llamada otra vez. ¿Porqué?
Si hubiera contestado. ¿Y ahora qué hago?
Creo que volveré a llamar al otro número. Tal vez el tipo haya tenido otras cosas que atender y no habrá podido contestar.
Quizás ha dejado lejos el celular o puede que lo tenga aún en vibrador.
Aunque no sé si se trate de un celular. Igual, nada pierdo volviéndolo a intentar.
Aquí voy otra vez. Y otra vez la casilla de voz.
Me rindo. Creo que no siempre se puede ganar. Tendré que resignarme a esperar a que ella me llame. Esta vez no la haré esperar tanto. Sin ser muy evidente, claro está. Pero que llame ya, que me mata la impaciencia.
Y ahí está. El teléfono sonando nuevamente. Una vez. Dos veces.
-Hola.
-Zajid? ¿Cómo estás? Soy Elena.
-Ah, ¿qué tal? ¿Cómo has estado? ¿Todo bien?
-Sí. Bueno, quería pedirte una disculpa por llamarte hoy en la mañana. Sé que quizás estabas en alguna junta y tal vez te interrumpí. Lo lamento muchísimo.
- ¿En serio, llamaste? Ah, sí. Lo había olvidado. Bueno, no te preocupes. Todo está bien. Pero ya que me llamaste, me gustaría saber si estás libre esta noche. Tú sabes, podríamos salir, conocernos mejor, no sé.
-Conocernos mejor? ¡Ay Zajid! por lo visto tú no entiendes nada. Crees acaso que no me doy cuenta que estás desesperado por verme? He tenido que borrar mi número de tu celular para evitar tus llamadas y ahora que lo hago yo me sales con que sólo quieres salir conmigo. ¿Qué te pasa? ¿Es que es tan poco lo que he hecho hoy por ti?
-Uff perdón! dónde quedó tu encanto, señorita.
-Mira Zajid, ahora estoy bastante ocupada. Ya te contaré en otro momento. Solo puedo decirte que si quieres verme tienes que desearlo de corazón, con sinceridad. Aunque tú seas, lo sabes, te lo he dicho, la persona más especial para mí, pero esos son mis términos.
-Tus términos? Vaya, que palabrita. Ok. Y ¿habrá también alguna cláusula en letras chiquitas que esté pasando por alto? No quisiera que me demandes por incumplimiento de contrato.
-Te crees muy gracioso eh? Está bien. Es tu forma de ser. En fin, gusto en saludarte. Cuidate mucho. Buenas noches.
-Buenas noch...
Colgó. Qué mujer. Bueno me quedo más tranquilo. No pude salir con ella como hubiera querido, pero al menos conversamos un poco. Si se le puede llamar a eso una conversación.