Fue una reunión bastante intensa. Primero porque aquella película me había dejado en shock y tener luego que saludar a estas personas, que de ahora en adelante debía llamar colegas, era demasiado para mí. No tenía más remedio que sobreponerme y dar la cara a mi nueva realidad. Era el precio que debía pagar.
Como decía, la reunión tuvo mucha intensidad. Aunque eso mismo puso en relieve algunas cosas que yo ignoraba. Siempre había considerado como un abuso algunas disposiciones dadas como prohibiciones para con los agentes de seguridad como la lectura de cualquier escrito ajeno al servicio en horas de trabajo, llámese periódicos, libros, revistas o el uso de celulares, los cuales debíamos entregar al inicio del turno para luego ser devueltos más tarde cuando el servicio hubiera concluido. Entre otras cosas, también se había reducido el tiempo de descanso y hasta se habían asignado los lugares para comer y descansar a distancias bastante largas del puesto de vigilancia, con lo que se reducía aún más el tiempo de reposo. Todo eso tenía un motivo, en favor de los mismos agentes, pero eso, claro está, nunca se daba a conocer. Sólo se impartían órdenes y punto. La reunión que se estaba llevando a cabo era de esa misma índole, pues siempre había temas que tratar referentes a la seguridad, al reglamento, a la imagen institucional, etcétera. O acerca de algún evento dentro del marco de actividades universitarias. En definitiva, una mañana realmente larga, donde yo me limité a ser espectador, cosa que no fue objetada por ningún miembro del alto mando, teniendo en consideración mi reciente incorporación a ese círculo. No daré más detalles de dicha reunión. Sólo concluiré que fue un gran alivio cuando esta terminó y nos retiramos todos de ahí. Pude haberlo hecho a toda prisa, pero, lógicamente, había que guardar la compostura. Sólo al despedirme de todos, el general Venegas me llamó a un lado y me recomendó, de manera muy amigable, una mayor participación en las próximas reuniones. No tanto, según dijo, por el qué dirán, como por el hecho de que mis ideas podrían aportar mucho a la institución Esa es la finalidad, decía. Si supiera que fui siempre un gran detractor de todos esos acuerdos. Pero ahora tendría que ser más cuidadoso antes de intervenir en esas reuniones, para no meterme en líos. Sabía que con el tiempo aprendería.
Mientras tanto, y ya libre de responsabilidades por ese día, pues teníamos la tarde libre cada vez que concluía una reunión, me dediqué a pensar en ella, en Elena, buscando la manera de poder verla.
Para conocerla mejor, para acercarme más a ella, debía trabajar más en mis sentimientos, es decir, en mis motivaciones, si quería que ella se presentase. Supongo que de alguna manera ella se las arreglaba para conocer lo que guardaba yo en mi corazón, sea bueno o sea malo.
Me habría gustado poder hablar con ella, aunque sólo sea por celular y me explicara cómo debía yo demostrarle que podía ser sincero.
Ay Elena, necesito que me llames, exclamé estando ya a solas.
Y de nuevo, mi celular comenzó a sonar. Otra vez ella.
Hubiese querido tener papel y lápiz para anotar su número, pero si lo hacía perdería probablemente la única oportunidad para contestar esa llamada y otra cosa, eran demasiados números, tantos que no cabían todos en la pantalla del celular. ¿Cómo lo hacía? ¿De dónde me estaba llamando?
En fin, al término del segundo timbrazo contesté.
-Aló.
-Aló Zajid? Soy Elena, ¿cómo estás?
-Yo, estoy perfectamente. ¿Qué hay de ti? ¿Qué haces?
-Nada en especial. Sólo llamé porque así lo quisiste tú.
-Que yo qué? ¿Qué te hizo pensar eso?
-No fue así acaso? Yo nunca me equivoco con estas cosas.
-Estas cosas? ¿Cuáles cosas?
-Tus deseos Zajid. Creí que lo habías entendido, parece que no.
-Tal vez, pero estoy tratando de hacerlo, no olvides que soy nuevo en esto. Tengo una idea. Quisiera que nos viéramos ahora mismo, en donde tú quieras. Deseo de verdad que me expliques esas cosas que tú quieres que yo entienda.
-Hmm, buena idea, es un primer paso. De acuerdo.
-Entonces aceptas salir conmigo? Dime dónde y ahí estaré.
-Mejor dímelo tú. Que sea tu deseo el que se cumpla.
-Bien, ¿qué te parece en el Real Plaza? En el patio de comidas.
-Si es lo que tú quieres, por mí está bien. ¿En cuánto tiempo?
-Qué tal ahora mismo?
-Concedido.
No sé qué pasó. O cómo pasó, pero al instante me encontraba sentado junto a una mesa, rodeado de muchas otras mesas y una gran multitud que iba y venía en el centro comercial Real Plaza. ¿Cómo es que hace eso?
Miré a mi alrededor y me di cuenta que nadie había notado mi repentina aparición. Igual, me tomó un tiempo entender lo que pasaba. Poco a poco fui aceptando que no se trataba de una alucinación. Era real. Acababa de ser transportado hacia otro lugar en un abrir y cerrar de ojos. Increíble.
Mientras me iba adaptando a esa repentina situación, buscaba también, entre el gentío, alguien conocido, alguna cara familiar. Concretamente, la buscaba a ella. De seguro no tardaría en aparecer.