No puedo negar que ahora mi vida tenía un sentido.
Hasta antes de conocer a Elena, pasaba los días trabajando casi como un autómata servil, obedeciendo órdenes, sin cuestionarlas, sólo acatándolas y haciéndolas cumplir por el resto del personal y por todo aquel que ingresara a las instalaciones de la institución en la cual prestaba mis servicios.
Tampoco mi vida personal era mejor. Sólo buscaba mi satisfacción personal. No pensaba en nadie más que en mí.
Todo eso cambió desde aquella noche en que la conocí y jamás he vuelto a ser el mismo.
Ahora que he llegado a ser alguien en la compañía para la que trabajo y me he ganado el respeto de todos, tanto superiores como subalternos, me preocupo más porque las cosas caminen como debe ser, no por el reconocimiento sino más bien por algo más elevado, como es el cumplimiento del deber.
No buscar sólo el favor de los de arriba, pisoteando muchas veces la dignidad de los de abajo. Esa nunca fue mi manera de alcanzar la realización de mis objetivos, felizmente, y ahora más en esta posición tan favorable en que me encontraba, tenía la gran oportunidad de lograr un equilibrio entre los objetivos de la empresa y un ambiente propicio para el personal, en el cual pudieran desarrollarse y crecer y poder aportar, en un corto o mediano plazo, beneficios a la propia empresa, mayores a los obtenidos al sólo exigir a los subalternos un rendimiento más allá de su capacidad, como solía suceder.
No entraré en detalles. Sólo diré que el haber sido yo también un subalterno y haber ascendido repentinamente a jefe, al principio me tomó por sorpresa, pero me sirvió para conocer las dos caras de una misma moneda.
Eso, creo yo, fue la clave de mi éxito. Y la ayuda de Elena, claro.
Pero, además, mi visión de las cosas también cambió y esto también gracias a ella.
Como repito, desde niño fui creciendo pensando sólo en mí y en nadie más que en mí. Era un egoísta como ningún otro. Casi creía que el mundo entero tenía una obligación para conmigo, al punto de ser extremadamente posesivo en mis citas con alguna chica. Eso siempre terminaba mal, pero había dejado de importarme. Siempre las culpaba a ellas de que la relación no funcionase y encontraba razones para hacerlo. Cualquier error, cualquier detalle y lo echaba a perder. Era muy intolerante.
Y de pronto aparece ella, cuando creía que no sería capaz de encontrar a una compañera que pudiera compartir los días conmigo.
Pero, lejos de mostrarse dispuesta como todas las demás, me estaba dando batalla y haciéndome sentir que el mundo no estaba a mi servicio, a mi entera disposición, sino que había que ganarse uno mismo, limpiamente, el derecho a ser querido.
Quizás no lo hacía intencionalmente, pero su actitud conmigo estaba logrando más que todos los consejos y recomendaciones que de amigos y personas respetables había yo recibido hasta hoy.
Sencillamente, el hecho de no rendirse ante mí, en un principio me sacó de cuadro y fue algo que me martirizó durante un tiempo, pero luego, con el transcurrir de los días, me fui dando cuenta de que, si había que esperar más de ella, primero tendría que ganármela, que merecerla.
Ese fue el otro gran cambio que ella operó en mí.
Si algo me quedaba clarísimo era que a ella no le podría mentir.
Ya me había demostrado que era capaz de leer mis pensamientos, aun cuando ella misma lo negara cuando me dijo que no leía la mente. Tal vez sea así, pero entonces, algo que no le podría ocultar serían mis sentimientos, los que nacen del corazón. Al parecer esa era un área que ella conocía muy bien. Quizás, y digo quizás porque es sólo un quizás, ella esté esperando que mis sentimientos sean realmente sinceros, si es que eso constituye un requisito para que finalmente me dé el sí que tanto quiero escuchar.
Pero, ahora que lo pienso, nunca le he expresado mis sentimientos, ni le he pedido que sea mi novia, ni nada de eso. Si es un deseo mío, ella tendría que cumplírmelo. No sé, nada pierdo intentando. Elena, por favor, necesito hablar contigo una vez más.
Fue cuando sonó mi celular.
-Aló? -se dejó oír su delicada voz por el aparato.
-Hola Elena, te llamaba porque necesitaba verte.
-Me llamabas? Que chistoso. Si fui yo quien te ha llamado.
-Bueno, sí, ya lo sé, pero no negarás que yo lo hice primero, con el corazón.
-Oh, estamos románticos hoy, ¿eh? De acuerdo. Supongo que debe ser muy importante el motivo de tu, entre comillas, llamada.
-La verdad, necesitaba verte. Es más, necesito verte, tiempo presente.
-Hmm, pareces ansioso. ¿Que será, qué será?
-Es muy importante para mí. Claro que…no tan deprisa. No me acostumbro a transportarme tan rápido de lugar. Prefiero la forma antigua, si no te molesta.
-Claro que no. Lo que tú digas...amo-y escuché una risita ahogada.
-Amo? Me gusta, a ver dilo otra vez.
-Lo siento querido, sólo la primera es gratis. Ahora tendrás que pagarlas-otra vez esa risa, que revelaba lo divertida que estaba.
-Pagar? ¿Ahora hay que pagar? -esta vez yo era el sorprendido.
-Ay Zajid, es broma, para que veas que no sólo yo me tomo las cosas tan en serio, también se tener sentido del humor, ¿a poco no?
-Bueno está bien, pero dime, ¿aceptas salir conmigo? Me gustaría invitarte a algún lugar y demostrarte algo de gratitud, cosa que hasta ahora no he hecho. Espero no estés muy ocupada esta vez.
-En realidad siempre tengo algo que hacer, pero podemos arreglarlo. Dime el lugar y la hora.
-Qué te parece en el óvalo de Las Musas, está rodeado de lugares para comer algo y conversar, digamos en una hora?
-De acuerdo, conozco dónde es, me gusta tu propuesta. En una hora entonces.
Y colgó. Siempre lo hacía sin despedirse, ¡qué niña!
Eran aún horas de la mañana, acercándonos al mediodía, y mis obligaciones iban llegando ya a su fin. No quería dejar cosas pendientes, así que me apresuré a revisar algunos documentos sobre el escritorio de mi oficina. Al tener nuevo cargo todo había cambiado y ahora tenía oficina y hasta una asistente, a quien di órdenes para reprogramar mi agenda, por si había alguna reunión por la tarde. Quería pasar tiempo con Elena y no podía ser interrumpido. Luego de eso me despedí de ella confiando en que haría todo bien. Por suerte había llegado con muy buenas referencias y desde el primer momento demostró que sabía hacer bien su trabajo, así que no había de qué preocuparse. La oficina estaba quedando en buenas manos.
Me di cuenta, también, que si volvía al departamento a cambiarme no llegaría a tiempo a la cita, por lo que opté por llegar uniformado a mi encuentro con Elena.
Rápidamente fui hasta el parqueo donde estaba mi fiel corcel descapotable, encendí el mecanismo y en poco tiempo estaba ya en camino al lugar acordado.
Era este un lugar en el que uno podía caminar por un boulevard, encontrando cada 40 ó 50 metros una pequeña plaza de unos 8 metros de diámetro, con bancas, columnas y un techo en forma de cúpula. De un lado de aquel paseo, se observaba un gramado en declive que terminaba en una vereda exterior, junto a la pista, y del otro lado, con unas barandas, estaba el talud de un canal acuífero, también atravesado por algunos pequeños puentes, a intervalos de unos 30 metros.
El lugar donde iba a reunirme con Elena estaba un poco más allá. Era una plazuelita pequeña y circular, de ahí el nombre de óvalo, que tenía, además de bancas, columnas y su techo, al parecer de mármol blanco, algunas estatuas que representaban a esas deidades griegas conocidas como Musas. No soy experto en la materia, así que no mencionaré de cuales se trataba, pero, eso sí, le daban a aquel lugar, una magia indescriptible. Era ahí donde nos encontraríamos en unos minutos más.