Quiero saber lo que es el amor

CAPÍTULO IX: EL SILENCIO NO ES SUFICIENTE

Me sentía muy bien. Para mí era muy importante cualquier avance en mi acercamiento hacia ella. Estaba contento porque, primeramente, ella empezaba a confiar en mí, de lo contrario no me habría revelado aquello que nunca antes había dado a conocer. Llegué a sentirme como el guardián de sus secretos. Iría a la tumba, si era preciso, antes de faltar a mi promesa. Ella se merecía eso y más. Y yo estaba dispuesto a todo, con tal de no fallarle. Necesitaba darle la seguridad y el valor para que pudiera atreverse a amar. Tenía que lograrlo. Estaba convencido que así sería.
Aquel día nos pareció divertido y lo tomamos con mucha calma. No lo consideramos problema, sino más bien un reto. Era mejor así y veía en ella que disfrutaba el hecho de sentirse comprendida, ayudada y, por qué no decirlo, amada por alguien. En cuanto a mí, ahora tenía ojos tan sólo para ella. Tengo que admitirlo. Sin habérselo propuesto, me había robado el corazón. Realmente estaba enamorado de ella. Sólo faltaba hacer que ella se enamorase de mí y para ello sabía yo, muy bien, lo que tenía que hacer. Al menos eso creía. Ella no era una chica normal. Me refiero a su pasado, a su origen. Como ella misma me lo había dicho, tener que vivir con un espíritu gatuno no debía ser nada fácil. Claro que ella nunca me contó lo que pasó después, ni de su infancia, ni de todo el tiempo que pasó antes de conocerla. Ahora que lo pienso, tampoco me habló nunca de su familia. ¿Tendría padres, hermanos? ¿Dónde es que vive? Nada de eso me había mencionado en nuestras conversaciones y yo tampoco se lo había preguntado. Simplemente lo había pasado por alto.


Aún no se había comunicado conmigo y ya habían transcurrido algunos días desde aquella última conversación. Yo continuaba en lo mío, entre mi oficina y los muchos puestos de vigilancia que había que supervisar, inopinadamente, a fin de mantener el buen orden de las cosas. Este trabajo, como muchos otros, exigía estar concentrado, dejar a un lado temas personales, preocupaciones, problemas, etcétera, que pudieran interferir en el buen desempeño de las funciones propias de cada uno. Así que, yo también, con el dolor que eso significaría para mí, tuve que poner en un segundo lugar mi amor por Elena, para ocuparme de otros asuntos, por razones de responsabilidad y mostrar un desempeño ejemplar ante los agentes de seguridad. Por suerte, en todo ese tiempo, no se presentó ninguna situación que requiriera mi intervención de manera indispensable. Todo se desarrollaba en un ambiente tranquilo, no sin que faltasen algunos pequeños incidentes, los cuales podían ser atendidos por los jefes de sección y con el correspondiente reporte inmediato dirigido hacia mí y hacia otros miembros del alto mando. Nada que requiriera directamente mi participación. Tan sólo una llamada a mi celular. Escuchando el caso, si estaba en mis posibilidades responder con una solución lo hacía, caso contrario el asunto era derivado a una instancia superior. Pero eso no siempre era necesario. Casi nunca tuve que llevar las consultas a mis superiores, salvo los reportes, eso sí. Algo que había que mantener siempre era la comunicación permanente. El alto mando debía estar informado y enterado de todo lo que ocurría, hasta el más mínimo detalle, así que, como verán, trabajo no me faltaba. Claro está, dentro del horario correspondiente. Normalmente significaba destinar las primeras horas de la mañana a la revisión en la ejecución de todas las actividades del día, las cuales una vez verificadas correctamente, quedaban delegadas al personal responsable. Eso no me tomaba mucho tiempo. Por lo general a media mañana estaba ya finalizando la primera parte de mis obligaciones. Luego era todo sentarse y redactar informe tras informe, que debía hacer llegar a todos mis jefes, en línea ascendente. Para el mediodía ya podía dar por acabado mi trabajo. Luego, por la tarde, podía continuar con mis visitas sorpresa en algunos puntos de vigilancia, sólo si lo consideraba necesario. Así que, como ven, debía dividir mi mente en dos para cumplir con mis tareas y después poder dedicarme a Elena, que para mí era realmente lo más importante. Una vez libre de mis obligaciones volvía a mi vida. Esa vida que esperaba por ella para estar completo. Cada mañana en el trabajo me había impuesto el hábito de apagar mi celular, no porque no quisiera hablar con nadie o con ella. No, no era eso. Cada vez que lo apagaba repetía esta frase como si ella estuviera presente: Hablaré contigo más tarde. Luego de eso, celular apagado y a trabajar. Pero al salir a descansar lo primero que hacía era activarlo nuevamente. Y siempre lo mismo: Infinidad de llamadas perdidas. Todas provenientes de algunas amiguitas que, acordándose de mí, me llamaban para saludarme, saber cómo estaba y por qué no, para salir o algo así. Siempre esas comunicaciones venían acompañadas de mensajes de voz o por escrito. Algunos eran un poco más desinhibidos. Yo, sin embargo, sólo me abstenía de responder. ¿Para qué? Si, como dije, sólo me importaba ella. Mientras iba revisando las llamadas y los mensajes, crecía más y más mi angustia y mi ansiedad, esperando encontrar alguno que proviniera de ella. Pero nada. Ninguno le pertenecía. Sólo en ese momento sentía una total desolación y un dolor en el corazón. Pensaba: ¿Será que olvidó lo que hablamos? Elena, no me hagas esto. Necesito escucharte. Por favor llámame. Quiero saber de ti.
Fue cuando recibí una llamada a mi celular.
-Zajid, perdón por no llamarte antes. Hay mucha necesidad en el mundo.
-Vaya, vaya, quién lo diría. Ya quisiera hacer lo que tú haces.
- ¿En verdad, es lo que quieres? Podemos arreglarlo.
-No, no, sólo bromeaba. No creo estar listo para eso. Quizás más adelante.
-Bueno, tú te lo pierdes, no es tan malo, sino todo lo contrario, no te imaginas.
-Supongo, pero no, gracias. Zapatero a sus zapatos.
-Y eso, ¿qué significa? ¿Te vas a dedicar acaso a la zapatería?
-Ja ja, no, cómo crees. Significa que cada cual haga lo suyo, eso es todo.
-Ah, entiendo. En fin, querías hablar conmigo, ¿no es así?
-La verdad es que quería saber de ti, cómo estabas y qué hacías y, por qué no, verte otra vez. He estado esperando que me llames y nada.
-Sí, lo siento, no lo tomes a mal, pero, realmente, esperaba haber cumplido ya con todas tus expectativas.
-Mis expectativas?
-Sí, mira, desde que tengo uso de razón empecé a darme cuenta que este poder me fue dado para ayudar a los que lo necesitaban de manera sincera, hasta que, por medio de un sueño, supe que tenía que hacer algo por ti. Fue así cómo conocí cuáles eran tus deseos y todos te los he concedido sin faltar ni uno solo.
-Elena, eso no es justo, teníamos un trato, ¿lo recuerdas?
-Crees que no? Fui muy clara al decirte que te llamaría, pero decidí que aún no es el momento. No mientras haya gente con necesidad.
-Uff, entonces ya estuvo que ese momento nunca va a llegar, porque en el mundo siempre habrá gente, mucha gente, en espera de alguien que los saque de apuros, una ayuda o algo por el estilo.
-Lo lamento. Fue muy bonito soñar que podía experimentar eso tan bonito que me ofrecías, pero luego pensé y me dije, ¿Qué de toda esa gente que me necesita? ¿Quién se ocupará de ellos si yo sólo me preocupo en mis propios asuntos? No fue para eso que volví a la vida.
-Para ya con eso. Todos tenemos un propósito en la vida, sí, pero ¿por qué sacrificar la propia felicidad sólo por dar gusto a los demás?
- ¿Dar gusto, Zajid? ¿Cómo puedes hablar así? Sigues siendo el mismo egoísta de siempre. A eso me refería cuando dije que no es el momento y tal vez ese momento nunca llegue. Puedes darte por bien servido y dejarme en paz. Adiós.
-Espera.
Otra vez me dejó con la palabra en la boca. Me iba a volver loco. Yo aquí, como un idiota, esperando que llame, cuando ella ya había decidido no seguir adelante con nuestro acuerdo. Eso sí que me tomó por sorpresa. Esperaba que me pidiera tiempo o que me preguntara qué había yo ideado que pudiera servir para resolver su problema, pero, al parecer, no le importaba. Sentía que volvía otra vez a estar como al principio. Sólo que esta vez era peor. Esta vez había perdido las esperanzas. ¿Qué hacer? ¿Olvidarla? Fácil ¿no? Nada de eso. Más fácil sería arrancarme el corazón. O un pulmón. No podría. Cuánto me iba a costar. Esta vez sí que la estaba perdiendo. Y para siempre. No había duda de ello.
El tiempo pasó y yo volví a mi vida monótona, vacía, rumbo al precipicio. Todo se desarrollaba a mi alrededor en perfecto orden y me dejaba absorber por mis ocupaciones, con el único propósito de no pensar más en ella. Vaya. Cómo me admiraron mucho más mis compañeros. Ahora sí me encontraba rumbo a ser reconocido como el personaje del año en la compañía. Todo debido a mi resolución de querer olvidarla, entregándome íntegramente a mi trabajo. Buscaba la perfección en todas mis acciones. No admitía errores, ni el más mínimo. Mucho menos excusas o justificaciones. El reglamento se había convertido en mi desayuno, mi almuerzo y mi cena. Ahora todos comenzaban a tenerme, más que respeto, miedo. Me había vuelto intransigente. Sumamente estricto. Ni aún los jefes más duros ejercían tanta presión en sus destacamentos como lo hacía yo. Lógicamente a todos les debió haber sorprendido ese repentino cambio que, si bien reportó mejoras en el cumplimiento de los objetivos de la empresa, generaban, por otro lado, un malestar general que hacía que el ambiente en sí se tornase muy, muy denso. De incomodidad e inconformidad también. Y llegó a un punto en que empezó a correr el rumor de lo que podría estarme sucediendo. ¿Por qué andará tan amargado? ¿Tendrá algún problema? Quizás sea en casa. Pero si es soltero y vive solo. ¿Tendrá deudas? ¿Estará enfermo? No lo parece. Entonces debe ser alguna fulana que lo trae de vuelta y media. Pero es raro. Por lo general los síntomas son distintos. Uno suele estar más distraído, sí, pero de ahí a estar todo el tiempo amargado hay muchísima diferencia. ¿O quizás la susodicha no le ha correspondido? Eso debe ser. Todo hombre que se respeta a sí mismo, si es rechazado, seguirá y seguirá insistiendo hasta lograr su cometido. Aunque eso le cueste horas de desvelo, falta de apetito y episodios de enojo y mal humor. Sí señor, eso es lo que sucede con Zajid Zavala, aunque él nunca querrá hablar del asunto. Quién podría siquiera acercársele. Ay de aquel que lo intente.




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