Quiero saber lo que es el amor

CAPITULO XI: ALGO POCO ORTODOXO

Pensar que una semana seria tiempo suficiente para solucionar las cosas había sido una verdadera equivocación. No me sirvió ni para el arranque. Primero porque mi ánimo era aniquilado cada vez que mi vista se paseaba por el desolador aspecto de mi mal llamado departamento. Más parecía un cuchitril de mala muerte. Poco a poco había comenzado a organizar todo otra vez. Comenzando por aquel tiradero infernal, rescatando lo que aún podría servir y descartando lo demás, que era en realidad la mayor parte de mis pertenencias. Bolsas y más bolsas llenas de trastes inservibles se iban acumulando a la puerta, listas para terminar en el contenedor del edificio. Así fue como gradualmente fui limpiando mi espacio, labor que me tomó casi la mitad del tiempo de mi suspensión. Lo siguiente era pensar qué hacer ahora con toda el área despejada, si ya no tenía muebles ni artefactos que la ocuparan. Así que, obviamente, tendría que hacer una lista de aquellas cosas que eran necesarias, estableciendo prioridades y confrontándolas con mi situación económica, que también había vuelto a ser la de antes. Todo eso daba como resultado que por lo pronto solo podría adquirir una mesita pequeña, una silla y lo indispensable para no morirme de hambre. Realmente el camino se veía bastante empinado, cuesta arriba, y el trayecto iba a ser bastante largo.

A continuación, buscar a Alan, el verdadero culpable. Pero buscar donde. Mi blanco estaba inubicable. Creo que si la tierra hablase negaría habérselo tragado. Entonces tendría que estar en alguna parte. Pero donde. Aunque por otro lado no entendía esa actitud de huir. En qué le podía afectar a él lo que a mí me pudiera pasar. O cuál sería su beneficio al conocer el secreto o hacer que yo perdiera todo lo que había obtenido. Todo un enigma para mi cabeza. Nunca fui bueno con los acertijos y este que tenía ante mí era el más difícil de todos. Ahí radicaba mi urgencia por encontrar a Alan. Necesitaba saber sus intenciones y cuáles serían sus planes, que de hecho no serían más que para algún beneficio personal. Y todo eso se me mostraba tan confuso. Más aun al pensar que después de haber perdido a Elena ahora me acababa de ganar a un enemigo, gratuitamente.

Así que comencé por lo más inmediato: La internet. Seguramente encontraría ahí algún indicio acerca de su paradero o al menos de dónde empezar a buscar. El problema era que debía tener a la mano algún navegador, pero el que tenía me había sido arrebatado junto con el resto del mobiliario. Por tanto, era hora de salir a buscar un lugar donde poder hacer mis pesquisas virtuales.

Lo encontré a pocas cuadras del edificio. Era una sala donde se alquilaban computadoras personales por hora.

Al ingresar, vi que el local estaba abarrotado de gente. Había personas de toda edad y condición, hombres, mujeres y hasta menores. Algunos jugaban haciendo tal escándalo que eventualmente se les pedía que se tranquilicen si querían seguir haciendo uso de las máquinas. La mayoría guardaba silencio pues estaba cada quien inmerso en sus propios asuntos.

Como sea, pedí que me rentasen una máquina y me indicaron un numero de cabina. Antes de dirigirme hacia aquel lugar me preguntó la persona encargada cuanto tiempo iba yo a necesitar, así que le dije:

-No lo sé, tal vez demore, quién sabe. Mejor dame tiempo libre. Te lo pagaré.

-Muy bien. Pase a la cabina 12.

Tan pronto me hube acomodado frente al monitor, empecé a dirigir el puntero con ayuda del mouse abriendo las ventanas en las que podría obtener alguna información acerca del paradero de aquel no-habido.

Iba usando alternadamente el mouse y el teclado, ingresando los datos de aquel sujeto en una y mil plataformas virtuales, pero sin mayores resultados. ¿Contra quién me estaba enfrentando? ¿Acaso había borrado todo rastro, aun de los propios registros cibernéticos? ¿Era eso posible?

Parecía que sí. Había desaparecido de la faz de la tierra. O de la interfaz de la web, lo que era peor, para mí.

Por mucho que busqué y busqué, y navegué y navegué, siempre aparecía el mismo mensaje en la pantalla: No se encontró resultados.

Realmente eso me mataba. El no poder continuar con mi búsqueda al no tener un solo punto de partida. Sencillamente descorazonador.

Fue para mí un tiempo perdido, no tanto en lo económico, pues el costo de alquiler de una máquina era casi simbólico, pero luego de ver las horas transcurrir sin ninguna novedad, eso me frustraba y me llevaba a un estado de depresión realmente severo. Me sentía tan cansado y con un terrible dolor de cabeza que solo quería salir de ahí, perderme yo también al igual que todo lo que ya había perdido, desaparecer y no volver a tener conciencia de mí mismo nunca más. Pero sabía que eso no era posible. Que tenía que batallar hasta lograr la victoria. No había marcha atrás. De otro modo mi vida se iba a convertir en una angustia permanente.

Así pasaron los días. Todos transcurrían desde temprano en una cabina de Internet. Había dejado ya de manipular una computadora, pero la práctica diaria me fue dando cierta destreza. Digamos que de todo lo malo algo bueno resultó.

Hasta que al fin llegué al último día de mi suspensión. Habría querido aprovecharlos de una mejor manera. Es más, ya me había acostumbrado a esa rutina. Pero el deber es el deber y hay que acudir a su llamado. Lamentablemente en todo el tiempo mi investigación no arrojó un solo resultado. Eso sí era malo. Muy malo. Tendría que volver a mi pesada rutina, más solo que nunca y sin la más mínima esperanza de poder darle un giro a esa situación.




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