Quiero saber lo que es el amor

CAPITULO XII: AMOR ES...

Fue un tiempo maravilloso a su lado. Tan pronto fui dado de alta, Elena se encargó de que todo estuviera en orden al momento de salir del hospital, en el cual solo tuve que permanecer una noche más, pues según los médicos era necesario quedar en observación por unas horas. Luego de eso, podría ya irme a casa.

Nadie me creería si se lo contara, que para que mi amada regresara conmigo había tenido yo que sucumbir a un terrible ataque de risa, el mismo que casi acabó conmigo.

Pero me sentía feliz, ahora que la tenía a mi lado, y no solo eso, sino que había logrado aquello que ella misma creía imposible: poder amar. Nada podía ser mejor. Era perfecto. Hasta había dejado a un lado la búsqueda de Alan. Por el momento aquello no requería demasiado de mi atención. Ya tendría tiempo para eso. Tal vez.

Elena me hacía sentir el hombre más afortunado y no estaba considerando lo que ella pudiera hacer por mí. Era el hecho de tener a alguien con su sensibilidad y su gracia, como veía yo en ella, además de su belleza. Si algún día llegara nuevamente a perderla, la vida dejaría de tener sentido para mí. Pero no era momento para pensar en esas cosas. Había finalmente conquistado su amor, de la forma menos convencional y ortodoxa, si cabe el término, pero lo había logrado, y deseaba que esa victoria la disfrutáramos ambos, pues no solo yo era feliz. También ella era feliz, al descubrir un sentimiento nuevo, llamado amor. Amor por mí.

Recuerdo que, aunque me encontraba bastante recuperado, aun me sentía un poco débil, así que ella solicitó rápidamente una silla de ruedas y me dijo: -No te preocupes, mi amor, de aquí en adelante yo te voy a cuidar.

¡Qué más le podía pedir yo a la vida!

Ya estando fuera del edificio y cerca al parking, llevado siempre por ella, fuimos acercándonos a su camioneta cerrada color azul, la que no había visto hacía tanto tiempo y que me hizo suspirar al verla.

-Y pensar que ahí empezó todo, ¿lo recuerdas? -Le pregunté.

-Cómo olvidarlo. Es más, desde entonces nadie más ha ocupado tu lugar, pues es tuyo y de nadie más.

-Bueno, tampoco exageres, no es más que un vehículo.

-Tú hablas de mi auto, lo sé, pero también hablo de mi corazón.

Por toda respuesta, sonreí mientras llevaba mi mano detrás de mi hombro hasta lograr tocar la de ella, que seguía empujando la silla de ruedas. Su piel tan suave se estremeció a mi contacto y solo pudo decir: -Extrañaba ese toque tuyo sobre mis manos.

 

Al llegar al edificio donde vivía, una duda empezó a generarse en mi cabeza. No tenía nada que ofrecerle, ni siquiera algo en que sentarse, salvo una silla, para una sola persona. En cuanto la camioneta se detuvo en el parqueo, en el emplazamiento correspondiente, nos quedamos ahí, en silencio, un silencio incómodo. No sabía qué hacer. ¿Tendría que bajar y despedirme, agradeciéndole por todo? ¿O debería invitarla a subir a mi departamento? Qué dilema.

-¿Te pasa algo, amor?

-A mí? Bueno, no estaba listo para una visita tuya. A no ser que lo dejemos para otro día, podría invitarte a presenciar un tiradero.

-Te preocupas demasiado. Además, no olvides que ya devolvimos la silla de ruedas, así que necesitarás que alguien te ayude a llegar hasta allá arriba.

-Es cierto. Pero, ¿podrás llevarme tu sola, hasta mi departamento?

Volteó a mirarme y me dirigió una mirada como queriendo convencerme a la fuerza de algo, y respondió:

-Si no lo intentamos nunca lo sabremos.

-Está bien, luego no me digas que no te lo advertí.

-No hay problema. ¿Bajamos ya?

-Muy bien, vamos.

Mientras iba yo abriendo la puerta del auto, vi como ella hacía lo propio, con mucha rapidez, a fin de recibirme por el lado contrario, en el que yo tenía que bajar. Realmente era ágil como una gata. Era una gata.

-Gracias, eres adorable. -Le decía mientras ponía mi brazo alrededor de su cuello para sostenerme mientras descendía del vehículo. Una vez puestos los dos pies en el suelo, continuamos así, mientras caminábamos hasta llegar al ascensor y luego de salir de él, en el piso indicado, seguimos hasta llegar a mi puerta. En todo el trayecto no se quejó en absoluto, y la verdad, a no ser por lo incómodo de la posición en que estábamos y el peso que se vio obligada a soportar, habría elegido permanecer así por siempre, por lo cerca que la tenía de mí, como nunca antes.

-No sé qué habría hecho yo sin ti, Elena. -Fue lo primero que se me ocurrió, para agradecerle. Luego, frente a mi puerta, continué: - Este es mi departamento, prométeme que no te vas a arrepentir después.

-Solo si prometes tú lo mismo. No arrepentirte después.

No entendí a qué se refería.

Pero igual, me dispuse a abrir la puerta, pero entonces, con una sonrisa, propio en ella, me mostró la llave con la cual poder abrir, la cual había tenido en el interior de su bolso.

Fue así que la puerta se abrió, mientras cruzaba yo los dedos para que ella no se asustara y saliera corriendo para no volver nunca más.

En cambio, el sorprendido fui yo. Nada estaba como yo lo había dejado. Ni siquiera como antes de la desaparición de todo el mobiliario. De hecho, lo que había ahora era totalmente distinto a lo que pudiera haber imaginado jamás: muebles de primera, cuadros carísimos en las paredes, lámparas de lujo, pantalla gigante de televisión, todo el piso alfombrado, finas cortinas y tantos otros detalles exquisitos que daban a entender que se trataba de un verdadero derroche de buen gusto, y también de dinero. ¿No me equivocaría, a lo mejor, de departamento?




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