Quiero ser Hannah Scarfoh

ALGO DISTINTO

James abrió los ojos lentamente, sintiendo la luz de la mañana filtrarse por la ventana. Giró la cabeza y se encontró con los ojos entrecerrados de Miguel, quien estaba cómodamente recostado sobre él.

—¿Qué haces aquí? —preguntó James con su tono neutro de siempre.

Miguel bostezó ampliamente, mostrando sus colmillos felinos, y respondió con su típico aire despreocupado:

—Buenos días, Bella Durmiente.

James se incorporó sin apuro y apartó a Miguel con suavidad para ponerse de pie. Mientras se ponía los zapatos, volvió a preguntar:

—¿Qué haces aquí?

El gato gordo estiró su espalda con pereza y luego mostró una sonrisa astuta.

—Te tengo buenas noticias.

James solo lo miró.

—Desde ahora, perdiste tu trabajo. No trabajarás más. —Miguel lo dijo con orgullo, como si fuese una gran noticia.

James no reaccionó. Simplemente terminó de ajustarse la ropa y miró a Miguel.

—¿Por qué?

—Decidieron que no trabajarás hasta completar tu asimilación. Así que tienes vacaciones.

Miguel lo observó con expectación, esperando alguna reacción. James solo parpadeó.

—¿Al menos alégrate de no trabajar? —insistió Miguel.

—No veo la razón.

Miguel bufó con fastidio y se sacudió, como si quisiera sacarse de encima su frustración.

—¿No lo entiendes, James? Ahora tienes tiempo de conocerte y pensar mejor las cosas. Haz lo que quieras con tu tiempo libre. Disfruta.

Miguel vio la hora y salió con prisa porque se le hacía tarde. Antes de salir por la puerta, dijo sin pensar con una sonrisa confiada:

—Ah, y busca más referencias sobre cómo quieres ser.

James se quedó en silencio un momento, mirándose en el espejo del pasillo. Repitió en voz baja:

—Una referencia…

Realizó su rutina matutina con precisión: se cepilló los dientes, se lavó la cara, arregló su ropa, comió algo ligero y tendió su cama. Finalmente, se vistió con un traje formal, como si fuera a la oficina. Cuando terminó su rutina diaria, James se sentó en un sillón con una postura impecablemente formal. Permaneció inmóvil, mirando la pared, pensando en qué hacer. No sabía nada más del mundo; su única vida había sido el trabajo.

—Ahora no tengo nada que hacer —murmuró.

Tras unos minutos de indecisión, tomó su teléfono y llamó a Miguel.

—Señor Miguel… ahora, ¿qué hago?

Su tono era serio, casi como si esperara una orden.

Del otro lado de la línea, Miguel respondió confundido:

—¿Haa? ¿Cómo que no sabes qué hacer? ¿Acaso no tienes algo pendiente?

—No.

Miguel suspiró.

—Puedes hacer cosas que te gusten. Comer, salir a pasear, mirar el cielo, tomar un café… cosas así.

—Entiendo.

—Si hay algo que siempre quisiste hacer, este es el momento. Disfrútalo.

—Entiendo.

Colgó.

Miguel suspiró al otro lado de la línea.

—Sí que es un caso…

James se quedó viendo su reflejo en el espejo.

—¿Cómo se siente disfrutar?

Recordó que los humanos hacían actividades recreativas para entretenerse. Quizá si intentaba experimentar su mundo, encontraría algo que le diera sentido a su existencia.

Se puso de pie y salió de su apartamento.

EXPLORANDO LA CIUDAD

La ciudad se extendía ante él con sus altos edificios, sus amplias avenidas y sus espacios verdes bien cuidados. El tráfico era fluido, la gente caminaba por las aceras con prisa o disfrutando del buen clima. James comenzó a caminar sin un destino fijo, observando todo a su alrededor.

Pasó el día explorando diferentes lugares, desde miradores y parques de atracciones hasta museos y tiendas de discos. Sin embargo, ninguna de estas experiencias le provocó emoción alguna. Solo observaba y analizaba, sin encontrar un propósito claro en las actividades humanas.

Cuando ya estaba atardeciendo, recordó un café cercano a su apartamento y decidió hacer una última parada.




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