Ya estaba atardeciendo, y la luz dorada del sol cubría la punta de los rascacielos, tiñendo la ciudad con tonos cálidos. La vista era impresionante; los reflejos en los cristales de los edificios creaban un juego de luces que contrastaba con las sombras alargadas sobre las calles.
James iba sentado en un autobús de regreso a su casa. Mantenía la mirada perdida en el paisaje urbano, ajeno a las conversaciones y el ruido del vehículo. Al llegar a su parada, bajó sin apuro y comenzó a caminar por la zona, que tenía un estilo moderno y acogedor. Las calles eran amplias y limpias, con farolas que comenzaban a encenderse a medida que el sol descendía en el horizonte.
Finalmente, llegó a su edificio. Justo al frente se encontraba la cafetería. Se detuvo un momento para observarla, como si sintiera la necesidad de entrar sin una razón específica. Sin más, cruzó la calle y empujó la puerta de cristal.
El interior del lugar combinaba un diseño moderno con toques clásicos, creando un ambiente elegante pero cálido. La iluminación tenue y la música suave de fondo le daban una sensación de tranquilidad. El aroma a café recién hecho y pan horneado impregnaba el aire, envolviendo a los clientes en una atmósfera acogedora.
El bullicio de las conversaciones llenaba el espacio, mientras los meseros se movían con rapidez entre las mesas. La cafetería tenía un estilo refinado: mesas de madera oscura, sillas acolchonadas y una estantería en un rincón repleta de libros y revistas. Todo estaba dispuesto para que los clientes disfrutaran de su estancia sin prisas.
Mientras James avanzaba hacia el mostrador, una camarera de cabello rosa le sonrió con amabilidad.
—¡Bienvenido! ¿Desea algo para llevar o prefiere sentarse en una mesa?
James pensó por un momento. Como su apartamento estaba cerca, decidió quedarse. La camarera lo guió hasta una mesa junto a la ventana y le indicó que en breve tomaría su orden.
Pasaron varios minutos, y nadie se acercó a atenderlo. Observó a su alrededor, notando que la cafetería estaba bastante ocupada. Sin embargo, la misma camarera de antes, al verlo aun esperando, se apresuró a atenderlo.
—¡Lamento la demora! Yo tomaré su orden —dijo con una sonrisa.
James la observó con curiosidad. En su identificación se leía el nombre Hannah Scarfoh.
—Hannah Scarfoh… —leyó en voz alta, casi sin darse cuenta.
Ella parpadeó sorprendida antes de responder con cortesía:
—Sí, ese es mi nombre. Un gusto conocerlo. ¿Cuál es el suyo?
—James —respondió simplemente.
—Muy bien, James, ¿qué desea ordenar?
James miró el menú con detenimiento, pero en realidad no tenía idea de qué pedir. Nunca había estado en un café como ese antes. Hannah, notando su indecisión, le sugirió un pastel de naranja con café con leche, una opción popular a esa hora. James aceptó la sugerencia, y antes de retirarse a preparar su pedido, Hannah le sirvió una taza de café sencillo para acompañarlo en la espera.
—Para que se sienta más cómodo —dijo con una sonrisa antes de alejarse.
James bajó la mirada a su taza de café. Vio su reflejo en la superficie oscura del líquido y se quedó mirándolo por un momento. El ambiente del lugar era relajante, más de lo que había esperado.
Mientras esperaba su pedido, observó con curiosidad a Hannah. Había algo en su actitud que le llamaba la atención. Su amabilidad al tratar con los clientes, su paciencia al manejar cada situación... le recordaban a Aston. No era solo por la forma en que sonreía o hablaba, sino por su capacidad de mantener el control sin perder la calma.
Continuó observándola mientras bebía su café. Por primera vez, sintió una ligera admiración por alguien.
Pasaron unos minutos, y Hannah regresó con su pedido.
—Lamento la demora, espero que lo disfrute —dijo con una sonrisa amable mientras colocaba el pastel de naranja y el café con leche frente a él.
James miró la comida. Se veía deliciosa, más de lo que había imaginado. Mientras Hannah se retiraba, él siguió su mirada hasta que desapareció entre las mesas. Luego, sin más, tomó su cuchara y comenzó a comer.
Un rato después, mientras James terminaba su café, un alboroto en la cafetería llamó su atención. Una de las camareras había chocado accidentalmente con un cliente, derramándole café sobre la ropa.
El hombre, visiblemente molesto, alzó la voz y comenzó a gritarle a la camarera, exigiendo explicaciones. La joven solo pudo disculparse una y otra vez, pero su nerviosismo no hacía más que empeorar la situación.
James observó con atención. Podía sentir la tensión en el aire.
Hannah apareció de inmediato y se interpuso con calma entre el cliente y la camarera.
—Señor, fue un accidente. Lo lamento mucho, pero por favor, acepte nuestras disculpas. Podemos ofrecerle la limpieza de su ropa o un reembolso —dijo en un tono amable pero firme.
El cliente aún estaba alterado, pero la intervención de Hannah logró calmarlo lo suficiente como para evitar que la situación escalara.
Sin embargo, el hombre no parecía del todo satisfecho, hasta que uno de los gerentes se acercó para mediar en la situación. Tras unos minutos, lograron que el cliente se tranquilizara y finalmente se retirara, aunque todavía visiblemente molesto.
El gerente ofreció disculpas a la clientela por el incidente, y la cafetería pronto volvió a su ritmo habitual.
James no apartó la vista de Hannah en todo el tiempo. No por el altercado en sí, sino por la forma en que lo había manejado. Su seguridad, su control de la situación, su trato con la gente... era exactamente lo que él quería para sí mismo.
Sin darse cuenta, la idealizó en su mente como un modelo a seguir.
Terminó su pastel y su café en silencio. Luego, llamó a una de las camareras para pagar la cuenta y se retiró.
Al salir, sintió la brisa fría de la tarde rozarle el rostro. Miró la calle y al frente, el edificio donde vivía. Ya era tarde, pero aún quedaban rastros de luz en el cielo.