A la mañana siguiente, James se despertó como de costumbre. Abrió los ojos y quedó inmóvil en su cama por un momento, sin saber exactamente qué hacer con su día. Pensó en la experiencia del día anterior y la consideró innecesaria. De haber sabido que solo perdería el tiempo, no habría hecho esas cosas… pero quedarse en casa sin hacer nada tampoco le parecía mejor.
Esa indecisión se volvió un pensamiento constante. Todos los días debía decidir qué hacer con su tiempo libre, y esa falta de propósito comenzaba a pesarle.
Suspiró y, sin más, se levantó de la cama. Como no tenía otra cosa mejor que hacer, decidió limpiar su apartamento con más detalle de lo habitual. Mientras pasaba un trapo por los muebles, sus pensamientos vagaban hacia el futuro. ¿Qué sería de él? ¿Seguiría haciendo esto todos los días?
Cuando terminó de recoger y ordenar todo, se sentó en su sillón, con la espalda recta y la mirada fija en el frente. No hacía nada, solo esperaba.
El tiempo pasó sin que se diera cuenta. Miró su reloj y notó que ya era hora de cocinar. Se dirigió a la nevera y revisó su contenido. Había pocas cosas, pero suficientes para preparar algo. Pensó un momento en qué cocinar. Como tenía bastante tiempo, decidió hacer algo que requiriera más preparación. Sin embargo, al ver que no tenía todos los ingredientes necesarios, optó por salir a comprarlos.
Antes de salir, tomó sus llaves y dinero. Bajó por el ascensor y salió a la calle amplia y despejada. Mientras caminaba por la acera, comenzó a curiosear su entorno, observando todo a su alrededor. Sin embargo, nada le llamó realmente la atención. Aún estaba buscando una referencia, como Miguel le había sugerido.
Al llegar al supermercado, no se distrajo con nada más y fue directamente por lo que necesitaba. Se abasteció de alimentos para varios días, eligiendo cada producto con la misma meticulosidad con la que hacía todo.
Sin embargo, algo diferente ocurrió.
Por primera vez, James tomó algo que no era estrictamente necesario: unas galletas y chocolates.
Nunca había comprado cosas innecesarias, pero al reflexionar sobre su intento de volverse más humano, pensó que algunas acciones, aunque prescindibles, no eran perjudiciales. Esa idea le pareció razonable, así que los dejó en su carrito sin más dudas.
Tras pagar en la caja, salió del supermercado y comenzó a caminar de regreso a casa. Ahora tenía algo que hacer, así que su inquietud se había reducido un poco.
Al llegar a su edificio, se detuvo un momento y miró al frente. El café que había visitado el día anterior estaba más tranquilo a esa hora. Pensó en entrar, pero recordó que tenía otras cosas por hacer. Sin más, se dio la vuelta y entró en su edificio.
Ya en su apartamento, dejó las compras sobre la mesa y tomó su libro de recetas. Sus ojos recorrieron las páginas hasta detenerse en una en particular:
Albóndigas con pasta.
Se decidió por esa opción sin dudarlo más y comenzó a preparar todo con una precisión metódica.
Sacó los ingredientes y los organizó en la encimera. Primero, picó la cebolla finamente, asegurándose de que cada trozo tuviera el mismo tamaño. Luego, mezcló la carne con especias, pan rallado y huevo, amasando hasta lograr una textura uniforme. Sus movimientos eran calculados, sin ningún gesto innecesario.
Cuando tuvo la mezcla lista, formó las albóndigas con un tamaño exacto, asegurándose de que fueran todas iguales. Después, calentó el sartén y las selló con precisión, girándolas en el momento justo para que quedaran doradas por fuera, pero jugosas por dentro.
Mientras tanto, preparó la salsa de tomate. Usó ingredientes frescos y siguió el proceso al pie de la letra, dejando que los sabores se integraran a fuego lento. Luego, coció la pasta hasta que alcanzó la textura perfecta.
Cuando todo estuvo listo, sirvió el plato con la misma meticulosidad con la que lo había cocinado. Las albóndigas estaban perfectamente colocadas sobre la pasta, la salsa tenía el espesor exacto y el aroma era inmejorable.
James se sentó a la mesa y comenzó a comer con calma. El sabor era excelente, aunque él no reaccionó con ninguna expresión particular.
Tras terminar su plato, se sirvió un segundo. Había cocinado demasiado para una sola persona, así que decidió guardar el resto para la cena.
Después de comer, lavó los platos con la misma rutina de siempre y, al no tener nada más que hacer, comenzó a caminar por su apartamento.
Se detuvo en su balcón.
Era grande, espacioso y bastante acogedor. Miró el cielo despejado y sintió la brisa ligera. El clima era perfecto, casi como unas vacaciones.
Sin pensarlo mucho, tomó una de las sillas para tomar el sol y se recostó en ella. Decidió intentar disfrutar el momento.
Cerró los ojos y escuchó el sonido de la avenida. Los autos y demás vehículos se mezclaban con el murmullo de la ciudad, mientras la brisa pasaba suavemente entre los edificios. Era un ruido constante, pero de algún modo, no le molestaba.
Era la misma sensación de tranquilidad que había sentido en el café el día anterior.
Y sin planearlo… se quedó dormido en el balcón.
Había pasado bastante tiempo cuando despertó. Lo primero que hizo fue mirar la hora.
Pensó que quizás había cometido un error al dormirse así, pero al no tener nada realmente importante que hacer, lo dejó pasar.
Eran las 4 p.m.
Se puso de pie y se apoyó en la baranda del balcón, mirando la avenida abajo. El sol aún brillaba, aunque comenzaba a inclinarse hacia el horizonte.
Sin pensarlo demasiado, su vista se dirigió al café del frente. Se quedó mirándolo por un momento.
Luego, sin más, se dio la vuelta y entró a su apartamento.
Se dejó caer nuevamente en su sillón y reflexionó sobre lo que haría ahora. Se quedó así un rato, en silencio, hasta que murmuró para sí mismo:
—Creo que iré al café nuevamente.
Pensaba que tal vez allí encontraría algo más para pasar el rato.