Quiero ser Hannah Scarfoh

Un reflejo inesperado

El ascensor descendió sin ruido, y al abrirse sus puertas, James salió al vestíbulo con la misma expresión inexpresiva que llevaba siempre. La mañana era clara, el aire tibio. Frente a él, cruzando la avenida, se alzaba el edificio donde se encontraba el café.

Lo contempló unos segundos, como si intentara descifrar algo oculto en su estructura, en sus ventanas o en los anuncios de la fachada. Luego miró a ambos lados de la calle y esperó, paciente, a que no pasaran autos. Cuando el camino quedó libre, cruzó sin prisa.

El café aún no estaba lleno. Era temprano, y eso lo volvía más silencioso, más ordenado. La luz entraba por los ventanales con un ángulo preciso, proyectando formas rectangulares sobre el suelo. Apenas entró, una camarera se acercó para saludarlo con la amabilidad propia del oficio. Él no respondió más que con un leve movimiento de cabeza antes de dirigirse a una mesa para uno, justo al lado de la ventana.

Desde ahí, podía ver a la gente caminando por la acera, el reflejo del sol en los autos, y las sombras de los árboles agitándose levemente con el viento. Se sentó y esperó.

Otra camarera se acercó a tomar su pedido. Sin dudar, James repitió exactamente lo mismo que había pedido el día anterior. Pero algo, en ese gesto tan mecánico, le hizo notar una diferencia. Cuando la miró de frente, no sintió nada especial. Ni cercanía, ni incomodidad. Solo vacío. No era Hannah.

No le dio mayor importancia, pero el dato quedó registrado. Todo quedaba registrado. Su percepción era aguda, incluso si sus emociones aún no lograban alcanzarla del todo.

Mientras comía, la sensación de indiferencia se volvió más evidente. No era que la comida estuviera mal preparada, ni que el lugar hubiera cambiado. Era otra cosa. Un matiz. Una ausencia.

Entonces pensó: ¿Qué fue diferente ayer?

La respuesta le llegó con una claridad inesperada.

Hannah.

Ella lo había recibido la primera vez. Recordó su forma de actuar, la rapidez con la que notó que no estaba siendo atendido, la decisión con la que se aproximó para ayudarlo. Había algo eficiente en sus movimientos, algo que no era forzado, ni actuado. Una conciencia del entorno, una profesionalidad natural.

James no solo lo había notado: lo había admirado.

Pensó en Aston, su maestro. Esa forma de actuar era muy parecida a la de él. La misma precisión, la misma seguridad. El mismo silencio elocuente.
Y entonces, como si un engranaje interno terminara de encajar, entendió lo que Miguel le había dicho días atrás.

"Busca una referencia."

Ya la había encontrado. No se trataba de una idea, ni de un ideal abstracto. Era una persona. Hannah.

Volvió la mirada al salón. Necesitaba verla. No por impulso, sino por una necesidad más silenciosa. Buscó entre las mesas, entre los clientes dispersos, hasta que la encontró.

Ella estaba de pie, atendiendo a una pareja. Su actitud era relajada pero atenta, su sonrisa genuina, su lenguaje corporal medido y eficaz. Había belleza en su forma de existir. Una belleza que no tenía que ver con lo físico, aunque eso también estaba ahí. Era más bien una armonía entre lo que hacía y cómo lo hacía.

James se quedó observándola. No se percató del paso del tiempo ni de que ya había terminado su comida.

En algún momento, Hannah pasó cerca de su mesa.

James levantó la mano.

Ella se acercó, sonriente, lista para atender.

—Hannah Scarfoh —dijo él con voz neutra—. Quisiera pedir un café con leche para llevar.

El gesto la sorprendió. No por el pedido, sino por el uso de su nombre.
Lo había mencionado como si siempre lo hubiera sabido, con la seguridad de alguien que memoriza lo esencial.
Por un instante, sus ojos se abrieron un poco más, pero enseguida retomó su compostura y sonrió con naturalidad.

—Es un gusto verlo nuevamente, joven James. Claro, ahora mismo se lo traigo.

Recordaba su nombre desde el día anterior. Había sido difícil de olvidar. Su comportamiento había sido extraño, pero no desagradable. Solo diferente.

James asintió y no dijo nada más. La observó mientras se alejaba, mientras desaparecía detrás del mostrador.

Cuando volvió, le entregó el café con delicadeza.

—Gracias por esperar —dijo, como si realmente lo agradeciera.

James sacó el dinero, pagó sin hablar y tomó el vaso.

A Hannah le llamó la atención el vacío en su rostro. No parecía cansado, ni molesto. Solo... deshabitado. Era como si su cuerpo se moviera con una voluntad ajena, como si fuera un reflejo de algo que aún no entendía.

Cuando James se levantó, sus movimientos fueron tan precisos que casi no parecían humanos. No por torpeza, sino por su perfección. Se encaminó hacia la puerta, pero antes de salir, escuchó su voz:

—Joven James, que lo disfrute... y vuelva pronto.

Su tono fue suave, casi reconfortante. Como si algo en ella le hubiera dicho que él lo necesitaba.

James se detuvo.

La miró.

Ella sonreía.

Él no dijo nada. Solo asintió brevemente y salió del café.

El apartamento estaba oscuro cuando llegó. Encendió las luces con un simple gesto y se dirigió al asiento junto a la ventana.
Desde ahí, la ciudad se desplegaba como un cuadro iluminado. Las luces de los autos parecían hormigas incansables, los edificios brillaban como vigías silenciosos.

James llevó el vaso a sus labios y bebió un sorbo. No pensaba. Solo observaba.
El mundo afuera era un misterio que empezaba a tener forma. Y en el centro de ese misterio, se dibujaba con claridad el contorno de una figura femenina que no podía quitarse de la mente.

Hannah.

Permaneció así durante un largo rato, inmóvil, mientras la noche se espesaba tras el vidrio.

Más tarde, cenó en silencio. Luego completó su rutina habitual, como si todo en su vida estuviera cronometrado.
Finalmente, se acostó.

Pero por primera vez desde que recordaba, sus pensamientos no estaban vacíos.




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