Quiero ser Hannah Scarfoh

Un Día Diferente

La luz del amanecer se filtraba suavemente por la ventana cuando James abrió los ojos.
Al girar la cabeza, se encontró con la mirada entrecerrada de Miguel.
El gato gordo lo observaba, medio dormido, como si hubiera pasado toda la noche vigilándolo.

James lo miró por un momento y, con su tono serio de siempre, dijo:

—Buenos días, señor Miguel.
Ya esperaba encontrarlo ahí.

Miguel murmuró algo inentendible, con la lengua apenas asomada.
Cuando James se incorporó —moviendo sin querer al gato en el proceso—, Miguel reaccionó de golpe.
Con un salto, despertó sobresaltado:

—¿¡Qué, ¡¿dónde, ¡¿cómo, ¡¿cuándo!?

James solo lo observó en silencio.

Miguel parpadeó un par de veces, bostezó ampliamente y luego sonrió con su habitual actitud despreocupada.

—Buenos días, mi querido estudiante.

James asintió, sin decir nada más.

Entonces Miguel infló el pecho con orgullo y exclamó con entusiasmo:

—¡Traigo buenas noticias!

James lo observó en silencio, esperando que continuara.

—Hoy vas a pasar el día con tu querido maestro y modelo a seguir.

Dicho esto, señaló su propio pecho con dramatismo.
James permaneció inexpresivo.

—Bueno —respondió, y tras una breve pausa preguntó—: ¿Por qué?

Miguel, al ver su falta total de reacción, cambió su expresión a una de exagerada confusión.

—¿¡En serio no te sorprendes de nada!? ¡Y yo que venía a alegrarte el día con mi grandeza!

Fingió frustración, llevándose una pata a la cabeza con teatralidad felina.
Luego, adoptando un tono más relajado, explicó:

—Melany quiere un informe sobre tu progreso y si reflexionaste sobre lo que hablamos en nuestra última reunión.

Lo que no mencionó fue que él mismo había sugerido esta salida para evitar pasar el día en la oficina.

James asintió, aceptando la explicación sin más preguntas.
Se levantó de la cama y fue a preparar el desayuno.
Miguel, por su parte, se desperezó con un estiramiento antes de saltar al suelo.

Mientras James cocinaba, Miguel comenzó a explorar la habitación con curiosidad.
El lugar estaba impecablemente ordenado.
No había adornos, ni fotos, ni nada que diera pistas sobre la personalidad de James.
Pero lo que más lo sorprendió fue que no había un televisor.

—Oye, ¿y dónde está tu televisor? —preguntó Miguel, frunciendo el ceño.

—No tengo.

—¿¡¿HAAAAA?!? —exclamó Miguel, horrorizado.

Lo miró con juicio y desaprobación.

—Ya veo... así que por eso nunca tienes nada que hacer en casa. Este lugar es un poco aburrido.

James, sin dejar de preparar el desayuno, preguntó:

—¿Qué me sugieres?

Miguel se quedó pensativo un momento y luego sonrió con entusiasmo.

—¡Hoy nos iremos de compras y vamos a divertirnos!

James simplemente asintió.

Terminaron de desayunar y James se dedicó a su rutina matutina, mientras Miguel se relajaba en un sillón, observándolo con la pereza de un gato satisfecho.
Cuando James estuvo listo, Miguel se puso de pie con energía.

—¡Es hora de salir, mi querido alumno!

—Sí.

Pasaron la mañana recorriendo la ciudad y visitando diversas atracciones.
Miguel, al ser un gato, recibió muchas atenciones.
Los transeúntes se detenían a acariciarlo, a tomarle fotos, e incluso algunos le hablaban con tono infantil.
Por supuesto, Miguel disfrutaba cada segundo de aquello.

—¿Ves, querido? Estos humanos sí saben apreciar la grandeza —dijo con tono burlón, mientras recibía más caricias.

James solo lo miró sin responder.
Mientras seguían caminando, hubo lugares donde no los dejaron entrar porque Miguel era un gato.
Algunas personas miraban a James como si estuviera loco por insistir en llevarlo a ciertos sitios.
Miguel, indignado, se cruzó de patas.

—¡Discriminación! ¡Injusticia! ¡El mundo aún no está listo para recibir a una estrella como yo!

James lo ignoró y continuaron su camino.

Cuando llegó la hora del almuerzo, intentaron entrar a un restaurante, pero nuevamente les negaron la entrada.
Miguel estaba visiblemente frustrado.
James lo miró y sugirió con calma:

—Podría cocinar en casa.

Los ojos de Miguel brillaron de inmediato.

—¡Buena idea! Vámonos.

Pero antes de regresar, Miguel insistió en hacer una última parada.
Fueron a una tienda de electrodomésticos y, sin dudarlo, compraron un televisor.
Además, adquirieron algunos otros objetos que Miguel consideró "esenciales para la vida moderna".

Cuando finalmente llegaron al apartamento, dejaron las compras y James comenzó a preparar la comida.
Miguel, mientras tanto, curioseaba por el lugar, lanzando comentarios ocasionales.

Cuando la comida estuvo lista, se sentaron a comer tranquilamente.
Tras el almuerzo, Miguel insistió:

—Ahora instala el televisor.

James obedeció sin quejarse.
En cuanto estuvo listo, Miguel se acomodó y encendió el aparato con entusiasmo.

—¡Ahora sí, a disfrutar!

James se sentó a su lado, aunque sin entender del todo el atractivo de lo que Miguel estaba viendo.
Pasaron la tarde viendo programas y comiendo algunos bocadillos que trajeron de su salida.
James permanecía con su postura firme, mientras que Miguel estaba completamente echado, relajado.
El gato gordo, por supuesto, era quien más estaba disfrutando el momento.

Cuando llegó la hora de la cena, James se levantó con su precisión mecánica y fue a preparar la comida.
Miguel ni siquiera se inmutó.
Seguía atrapado en su serie favorita.

Cuando la cena estuvo lista, comieron frente al televisor.
Al terminar, James recogió los platos, los lavó y ordenó todo como de costumbre.
Mientras tanto, Miguel seguía pegado a la pantalla.
Pero, aunque parecía distraído, en realidad había estado observando a James todo el día.
Y se dio cuenta de algo.




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