A la mañana siguiente, James se levantó temprano, pero se quedó recostado en su cama mirando el techo mientras esperaba que pasara el tiempo.
Cuando llegó la hora de levantarse, realizó toda su rutina como siempre lo hacía y, después de terminar los pendientes de la casa, simplemente se limitó a esperar, sentado en ese sillón.
A veces, en el trabajo, le daban dos días libres para descansar. Estos días solían ser cuando no estaban tan ocupados y podían caer en cualquier día de la semana. Durante sus días libres, James solo hacía lo mismo que cada mañana: se sentaba a esperar hasta la hora del almuerzo, luego preparaba su comida y, tras comer, volvía a sentarse a esperar hasta la noche. Después, preparaba la cena, limpiaba lo que ensuciaba y se disponía a dormir.
Así transcurrían todos los días libres de James. De alguna manera, le parecía un desperdicio de tiempo estar así, por lo que prefería trabajar. Pero como Miguel le había dicho que lo habían despedido, no preguntó más sobre el tema y asumió que no tenía trabajo por el momento.
James esperó hasta que ya era tarde. Cuando vio la hora—16:00—, decidió ir al café con la esperanza de ver a Hannah.
Luego de alistarse y salir, observó el café desde la otra acera. Miró a ambos lados y, cuando la avenida estuvo despejada, cruzó y entró en el recinto.
Apenas ingresó, el gerente con quien había hablado el día anterior lo reconoció y le murmuró a Hannah que él era la persona que la había estado buscando. Obviamente, ya le habían avisado que alguien había preguntado por ella.
Hannah se acercó a James con su amabilidad habitual, aunque en su mente intentaba entender por qué él la buscaba.
—Un gusto verla, señorita Hannah —dijo James con su típica expresión seria.
Hannah le sonrió con la cortesía de siempre y respondió con calidez:
—Es un gusto también, joven James.
Asumiendo que venía a pedir algo, lo invitó a sentarse con la misma actitud amable con la que trataba a todos sus clientes.
Cuando James tomó asiento en una de las mesas, Hannah le preguntó con su tono atento de siempre:
—¿Qué desea ordenar hoy?
James buscó el menú nuevamente y preguntó:
—¿Qué me sugiere?
Hannah pensó por un momento y, con una sonrisa profesional, le recomendó algo diferente a lo que había pedido el día anterior.
—Creo que esto podría gustarle —dijo con naturalidad.
James aceptó la sugerencia sin objeciones y pidió lo que ella había propuesto. Antes de retirarse, Hannah le preguntó con interés genuino:
—Me habían mencionado que alguien me estaba buscando. No pensé que sería usted, joven James. ¿Es cierto?
James confirmó con un simple "sí" y no dijo más.
Hannah, aún con su actitud servicial, le preguntó con suavidad:
—¿Y qué es lo que necesita de mí?
James respondió con seriedad:
—Solo necesito verte trabajar. Eso es todo. Haz lo que haces en el trabajo.
Hannah parpadeó, un poco sorprendida, pero no perdió la compostura. Aunque lo encontraba extraño, mantuvo su tono amable y solo asintió antes de regresar a sus tareas. Más tarde, le llevó su pedido con la misma cortesía de siempre, colocando el plato con suavidad sobre la mesa.
—Aquí tiene. Espero que lo disfrute —dijo con una sonrisa ligera.
Esa fue su única interacción en ese momento. Después de eso, James solo se limitó a observarla mientras comía.
Mientras Hannah trabajaba, sentía la mirada de James sobre ella. Aunque intentaba ignorarlo, le resultaba incómodo. Sin embargo, no dejó que eso afectara su trato; continuó atendiendo con la misma dedicación de siempre, como si no pasara nada.
Cuando James se dispuso a retirarse, Hannah observó atentamente su expresión, pues quería hablar con él un momento. Lo atendió profesionalmente y, al terminar de pagar, cuando estaba por irse, lo detuvo con delicadeza.
—Joven James, me gustaría que me explique mejor a qué se refiere con "observarme".
James la miró y respondió con naturalidad:
—Claro... Es solo eso. Solo quiero verla. No es más que eso.
Hannah lo miró, sorprendida, pero sin perder su tono cordial.
—Joven James, quiero mencionarle que no me siento cómoda si alguien me está observando de esa forma —dijo, manteniendo su amabilidad, aunque con un leve cambio en su voz.
James la miró con curiosidad y preguntó:
—¿A qué se debe eso? Muchas otras personas también la observan.
Hannah suspiró suavemente y, con un tono aún educado, pero más firme, respondió:
—Joven James, el asunto no se trata de eso, y no es necesario que le dé explicaciones del por qué. Solo le pido que no me observe con intención.
James percibió el cambio en su carácter con una atención casi fascinada. Mientras la escuchaba hablar, no pudo evitar pensar que Hannah representaba exactamente el tipo de persona en la que deseaba convertirse. Había algo en ella que lo atraía de forma inexplicable: su tono de voz le parecía perfectamente equilibrado, su apariencia irradiaba una elegancia sutil, y su forma de comportarse, tan natural y cotidiana, encajaba con la normalidad que él anhelaba. Todo en ella le resultaba adecuado, alcanzable, incluso deseable. Hannah no era extraordinaria... y justo por eso, era lo que James buscaba.
—Entiendo, señorita Hannah. Si eso es lo que desea, ya no la analizaré más.
También le explicó que solo quería saber cómo ser como ella, que la estaba admirando y que no tenía malas intenciones.
Hannah se quedó en silencio por un momento. Aunque lo encontraba extraño, no sentía que James estuviera mintiendo.
—Está bien —respondió finalmente, manteniendo su cortesía.
La conversación terminó ahí. Se despidieron formalmente, y James se retiró.
Mientras lo veía marcharse, Hannah seguía pensando que James era raro, pero decidió no darle más vueltas al asunto. Después de todo, no parecía peligroso ni malintencionado, solo... extraño.