James ya se encontraba afuera de su apartamento y había localizado a Hannah. La observaba desde la calle, a través del ventanal del café donde ella trabajaba. No tenía prisa. Sabía que debía esperar con paciencia hasta que terminara su turno y surgiera la oportunidad perfecta.
La ciudad a estas horas tenía una atmósfera distinta. Las luces artificiales iluminaban las calles con tonos cálidos, contrastando con el frío que se colaba entre los edificios. La gente caminaba apurada, algunos saliendo del trabajo, otros disfrutando de la noche. Para James, todo esto era irrelevante. Sus ojos solo estaban puestos en Hannah.
Mientras vigilaba, su mente analizaba el plan con más detalle. Se dio cuenta de que su mayor inconveniente era la falta de información sobre ella. No sabía si en algún momento podría interceptarla a solas o si su rutina le permitiría acercarse sin levantar sospechas. No podía actuar sin calcular primero todos los riesgos. Por eso, decidió observarla durante el tiempo que fuera necesario, hasta encontrar el momento ideal.
Después de un rato, vio que Hannah había terminado su turno. Se concentró en seguirla con cautela. La ciudad era enorme y, durante la noche, las calles estaban repletas de personas moviéndose sin prestar atención a su alrededor. La multitud y la oscuridad le daban una ventaja: si era discreto, nadie notaría su presencia.
Desde la distancia, James observó a Hannah mientras ella caminaba distraída, sumida en sus pensamientos. No parecía darse cuenta de que alguien la seguía. Tomó un autobús y él, sin dudarlo, hizo lo mismo, manteniéndose fuera de su campo de visión. Cuando llegó a su parada, se bajó y comenzó a caminar hacia su apartamento.
James notó algo importante: las calles donde ella vivía eran mucho menos transitadas. A diferencia del centro de la ciudad, aquí apenas había movimiento. Esto podría significar una oportunidad, pero decidió no precipitarse. Esta vez, priorizaría la discreción. Melany había sido clara en su advertencia, y aunque James no comprendía del todo su insistencia en evitar riesgos innecesarios, entendía que un asesinato debía hacerse sin testigos.
Se limitó a observar desde la distancia mientras Hannah entraba en su apartamento. A simple vista, parecía que vivía sola. Para confirmarlo, se acercó con sigilo hasta la puerta y agudizó el oído. No detectó ruidos que indicaran la presencia de alguien más. No se escuchaban voces ni pasos en el interior. Era posible que estuviera completamente sola... o que los demás estuvieran dormidos. No podía asegurarlo. Aun si Hannah estuviera acompañada, James eliminaría a todos si era necesario
Aun así, con la información que había reunido, su plan estaba casi completo.
James golpeó la puerta.
Dentro del apartamento, Hannah se preguntó quién sería, pero no le dio demasiada importancia. Estaba distraída con sus propios pensamientos y, sin pensarlo demasiado, giró la perilla y abrió.
Fue su error.
James irrumpió violentamente, golpeándola de inmediato para dejarla inconsciente antes de que pudiera reaccionar. Hannah apenas alcanzó a soltar un jadeo ahogado antes de desplomarse.
El apartamento quedó en silencio.
James cerró la puerta con calma y apagó las luces para evitar levantar sospechas. Luego, recorrió el lugar con cautela, asegurándose de que realmente no hubiera nadie más. Revisó las habitaciones, la cocina, los pasillos. Nada.
Sin embargo, mientras inspeccionaba el lugar, un débil sonido llamó su atención.
Se giró y vio a Hannah arrastrándose por el suelo.
Su cuerpo temblaba con cada movimiento torpe y errático. No estaba completamente inconsciente. Su respiración era pesada, trabajosa, como si cada bocanada de aire le costara un esfuerzo inmenso. A pesar del mareo, del latido sordo que retumbaba en su cráneo por el golpe, algo dentro de ella la obligaba a moverse.
Su mente estaba desorientada, atrapada en una niebla de confusión y miedo. No entendía lo que estaba pasando. No recordaba haber caído. Solo sabía que algo estaba mal, que cada fibra de su ser le decía que debía alejarse.
Pero su cuerpo no respondía como debía.
Sus extremidades estaban torpes, su visión borrosa. La puerta de su apartamento le pareció absurdamente lejana. No podía calcular la distancia, no podía procesar el tiempo con claridad.
Un escalofrío helado recorrió su espalda.
Instinto.
Peligro.
No sabía por qué, pero su pecho se oprimía con un miedo visceral.
Trató de enfocar su mirada y entonces lo vio.
James estaba ahí, parado a su lado, observándola con una inexpresividad inhumana.
Su piel se erizó.
Todo su ser le gritó que huyera, que escapara. Pero apenas logró mover una mano temblorosa antes de que James se arrodilló junto a ella y, sin dudar, hundiera un cuchillo en su espalda.
El filo la atravesó con facilidad.
Un dolor abrasador explotó dentro de ella, robándole el aliento.
Hannah soltó un jadeo estrangulado. Sus pulmones se negaban a tomar aire. Un espasmo violento recorrió su cuerpo cuando la hoja se clavó aún más profundo, dañando su columna.
y, sin esperar más, comenzó la asimilación.
No dejó que muriera sin antes aprovechar cada fragmento de su identidad. Extendió su influencia sobre ella, y su cuerpo entró en simbiosis con el suyo, extrayendo todo lo que Hannah era.
Su mente se llenó de recuerdos que no le pertenecían. Vio escenas de su vida por un momento efímero. Para James, esto no era más que un paso necesario. Para Hannah, era la última violación de su existencia
Por un segundo, James no entendió lo que acababa de pasar, no sintió nada diferente en su cuerpo, y tampoco tenia acceso a todos los recuerdos que vio en ese momento.
Mientras tanto Hannah, aún aturdida por el golpe anterior, tardó en procesarlo. Pero cuando el ardor helado se extendió por su espalda, cuando su cuerpo comenzó a fallarle de manera irreversible, lo comprendió.