Quiero ser Hannah Scarfoh

EL PESO DE LA ASIMILACIÓN

Aston ya había llegado al hospital de Melany, acompañado por uno de sus subordinados. Su presencia imponente llenó el lugar en cuanto cruzó la entrada. Como era de esperarse, Melany lo estaba esperando.

Después de una breve interacción, Aston fue directo al punto.

—¿Dónde está James?

Sin dudarlo, Melany lo guió hasta la sala donde él se encontraba aislado. Antes de entrar, Aston notó la tensión en su compañera. Su semblante reflejaba preocupación y agotamiento.

—No te preocupes —le dijo con voz firme, pero serena—. Ve a atender tus asuntos.

Melany asintió, aceptando su consejo, y se retiró para ocuparse de sus pendientes.

Aston, por su parte, dejó escapar un leve suspiro. Sus facciones se endurecieron. Cambió de actitud para tratar con James. Luego, sin más demora, abrió la puerta y entró en la sala.

El cuarto donde James estaba. Se trataba de una sala común de hospital, un lugar destinado a atender pacientes. El sol naciente proyectaba un resplandor tenue en las paredes blancas. Su luz dorada atravesaba la tela translúcida, creando sombras suaves que se mecían con la brisa. El aire tenía un ligero aroma a desinfectante, y el sonido lejano de las actividades matutinas en el hospital se mezclaba con el silencio de la habitación.

James estaba sentado en una de esas típicas camas de hospital, con la espalda recta y la mirada fija en la nada, como si no le importara el mundo a su alrededor.

Cuando sintió la presencia de Aston, giró la cabeza lentamente.

Su mirada fría e inexpresiva se encontró con los ojos del hombre.

Aston sintió un escalofrío.

Había algo diferente en James.

No era un cambio obvio, pero Aston, siendo un observador agudo, pudo notarlo de inmediato. Algo en los ojos del chico le advirtió que posiblemente james había asimilado ala joven, y ya estaba empezando a hacer efecto.

No estaba seguro de cuánto James había cambiado, pero sí sabía que esto no sería fácil de manejar.

Sin rodeos, sin siquiera un saludo, Aston le hizo la pregunta más importante:

—James... No será que tú has asimilado a la joven.

James se puso de pie con calma y, sin titubear, confirmó:

—Sí, la asimilé.

Aston cerró los ojos por un momento, dejando escapar un suspiro.

La sospecha que tenía se disipó al instante, pero la situación se volvía aún más complicada.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde la asimilación? —preguntó.

—Fue alrededor de las 22:40.

Aston asintió, reflexionando. Esta nueva información alteraba los planes que tenía en mente. No esperaba que James hubiera dado un paso tan grande sin preparación.

Pero ahora, tendría que adaptarse.

Antes de tomar una decisión, decidió hacerle algunas preguntas más. Necesitaba entender la perspectiva de James.

Aston comenzó a explicarle lo que hasta ahora no le habían dicho con detalle.

Le habló de por qué las asimilaciones debían ser cuidadosamente planificadas, especialmente la primera. No solo era cuestión de adquirir una identidad, sino de aprender a controlar las emociones.

Los Mimnos solían empezar asimilando animales. Sus sentimientos eran más simples, más fáciles de procesar. Servían como una base de entrenamiento para que, con el tiempo, pudieran formar sus propias emociones.

Pero los humanos...

Los humanos eran más complejos.

—Por eso —explicó Aston—, se preparan sujetos con las características que el Mimno desea asimilar. Se los mantiene aislados en un entorno controlado, se los estudia y, al final del proceso, se les borra la memoria del aislamiento antes de devolverlos a la sociedad con una buena compensación económica. Así, evitamos duplicados y garantizamos que la asimilación se haga de manera efectiva.

Melany y Miguel ya le habían dado a James una versión simplificada de este proceso. Pero James, buscando su propia solución, había actuado por su cuenta... y ahora tendría que afrontar las consecuencias.

Cuando la conversación terminó, Aston tomó una decisión.

Sacó su teléfono y marcó un número.

—Miguel —dijo cuando la llamada fue atendida—. Necesito que averigües toda la información personal de Hannah Scarfoh.

Luego colgó y miró a James.

—Sígueme.

Sin más, ambos salieron del hospital.

El hospital, iluminado por la luz dorada de la mañana, comenzaba a cobrar vida. Las enfermeras y médicos caminaban de un lado a otro, atendiendo a los primeros pacientes del día. En el aire flotaba una mezcla de café recién hecho y el olor característico del desinfectante.

Afuera, la ciudad despertaba.

Las calles, que hasta hace poco estaban en calma, comenzaban a llenarse de movimiento. Las luces de los edificios reflejaban el sol naciente, y los escaparates de las tiendas captaban los primeros destellos de la mañana. Unos pocos autos transitaban por las avenidas, mientras la brisa matutina traía consigo el murmullo de conversaciones lejanas y el sonido de las hojas arrastradas por el viento.

Aston y James se subieron a un vehículo negro.

El subordinado de Aston tomó el volante y, sin decir una palabra, arrancó el auto.

El viaje comenzó.

El vehículo recorrió las calles de la ciudad con suavidad, deslizándose entre el tráfico cada vez más denso conforme avanzaba el día. James, en silencio, observaba a través de la ventana, viendo pasar los edificios y la gente, todos ajenos a la tormenta que él había desatado.

Desde el asiento del copiloto, Aston lo miró de reojo. Su expresión seguía siendo seria e impenetrable, pero algo sutil había cambiado en su semblante.

Una pizca de tristeza.

Aston era el único que podía notar ese detalle.

No dijo nada.

Sabía que lo mejor para James no era recibir respuestas, sino encontrar las suyas por sí mismo.

El viaje continuó en silencio hasta que llegaron a la imponente torre donde se encontraba la oficina principal de Aston. Al bajarse del auto, fueron recibidos por varios subordinados, quienes los escoltaron al ascensor que los llevó hasta la cima del edificio.




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