Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yo

Capítulo 40: Recuerdos del primer beso

Dicen que el primer beso nunca se olvida, aunque a veces no sea del todo cierto. Hay quienes lo recuerdan, quienes, sin darse cuenta, lo han olvidado. Hay quienes tienen un buen recuerdo de él y a quienes no les agradó. Nico no era de los que lo hubieran olvidado ni de los que le hubieran dejado un recuerdo agrio.

El chico se encontraba tumbado en la cama que ahora le pertenecía. A pesar de que llevaba consigo una coraza para evitar que la nostalgia le invadiese, cada día era más complicado y muchas veces se dejaba llevar por ella. Aquel día no sería menos.

Mirando fijamente al largo espejo cercano a la pared, Nico se acordó de una tarde, cuando él e Izan tenían siete años y habían decidido disfrazarse como modo de juego.

Nico e Izan se encontraban frente a aquel espejo mirando cómo les había quedado los disfraces improvisados. El primero se había puesto un vestido azul celeste de Amanda, en los pies llevaba sus propias zapatillas de deporte, y llevaba colgado del hombro un bolso de ositos. Izan se había puesto un vestido verde de su madre que le estaba bastante largo, unos enormes tacones de aguja ocupaban sus pequeños pies, mientras que un bolso inversamente proporcional en tamaño y precio, colgaba de su muñeca. Cada uno se había colocado en la cabeza una enorme pamela perteneciente a la madre de Izan. Ambas pamelas desentonaban con los vestidos que llevaban, sin embargo, para aquel juego combinar era lo de menos. Un rato antes habían estado jugando a escondidas con el maquillaje de la madre de Izan, haciendo que ambos llevasen los labios mal pintados de un color rojo intenso y las mejillas totalmente rojas provocadas por el mismo labial.

―¿Tomamos el té, querida? ―Preguntó Izan metiéndose de lleno en el disfraz.

―¡Oh, yo no puedo! Tienen muchas calorías ―dijo poniendo una voz similar a la que había utilizado Izan―. Prefiero un vaso de agua de lágrimas de lluvia.

Ambos reían sin parar ante las ocurrencias que aparecían en su mente, las cuales incorporaban a cada rato en el juego. Izan encendió el aparato de música que reposaba encima de su escritorio e introdujo un disco con una sonrisa radiante en su cara.

―¿Qué música es? ―Preguntó Nico acercándose ilusionado.

―¡El disco que me grabó Casandra de música antigua! ―Le respondió Izan felizmente.

―¡Que guay! ¿Me lo dejarás? ―Preguntó tímidamente esperando una respuesta afirmativa.

―Ehm... ―Izan se quedó pensativo―. No ―su respuesta inesperada sorprendió al pequeño Nico.

―Te lo voy a devolver... ―dijo cabizbajo.

―Oh, no es por eso―. Dijo rápidamente su amigo―. Si te gustan las canciones podemos pedirle a Casandra que te grabe a ti uno también ―le sonrió aliviando así a Nico.

―¡Vale! ―Exclamó con ilusión Nico mientras comenzaba a bailar antes de que la música empezase a sonar. Aquello hizo reír a su amigo quien se unió a su baile imaginario antes de hacer sonar el disco que Casandra le había grabado.

La primera canción que comenzó a sonar se trataba de Al Amanecer, del grupo Los Fresones Rebeldes. Lo que al principio parecía una canción lenta enseguida se convirtió en una canción con bastante ritmo haciendo a ambos bailar con gran entusiasmo hasta el punto de que Izan se había quitado los tacones de su madre y bailaba descalzo. Cuando la canción terminó ambos se miraron un poco tristes, tan solo llevaban un año conociéndose pero en aquel tiempo habían aprendido a conocerse bastante bien, y aquella mirada mutua hizo que Izan se acercase al aparato de música para volver a poner la canción nuevamente. Ambos se miraron esta vez sonrientes y comenzaron a bailar nuevamente al son de la música.

Tras varias veces en las que bailaron la misma canción sin dejar de lado el entusiasmo inicial, decidieron que era hora de continuar escuchando el resto de canciones las cuales bailaron al mismo son pero con menor intensidad.

―¿Ponemos de nuevo nuestra canción? ―Preguntó Nico acercándose al aparato de música sin esperar respuesta de Izan. Y así nuevamente comenzaron a bailar la primera canción como si no hubiera un mañana, haciéndoles acabar exhaustos.

―¿Crees que tu hermana se enfadará por haberme puesto su ropa? ―Le preguntó Nico cuando apagaron la música y empezaron a quitarse lo que no les pertenecía.

―No creo que se entere, está en casa de una amiga ―le dijo Izan quitándole importancia.

―Pero a tu hermana no le caigo bien... Si se entera lo mismo se enfada ―dijo un poco cabizbajo cuando ya no existía la adrenalina de la música en sus cuerpos.

―No te preocupes, no pasa nada ―le quitó la pamela y arremolinó su oscuro cabello.

―Quizá me debería de haber puesto algo de Casandra, ¿no crees?

Nico se acomodó mejor en la cama tumbándose de lado. Pensar en Casandra había hecho que otro recuerdo apareciese en su mente rápidamente.

Nico e Izan tenían ocho años. Ambos posaban junto a Casandra esperando a que Rogelio les hiciera una foto, aquella foto que años después encontrarían en una caja en la habitación de ella. Nico tenía bajo el pie un balón de futbol mientras que Izan había cogido la paleta de la cocina pues antes habían estado intentando ayudar con la comida a Casandra. Ambos se sonrieron y justo antes de que Rogelio le diese al botón para capturar aquel momento, los chicos dieron un beso en la mejilla a aquella entrañable mujer a la que tanto cariño le tenían.

Otra vez Nico sintió que unos recuerdos le llevaban a otros como un torbellino descontrolado. Esta vez su mente decidió viajar a un momento que siempre había mantenido en su memoria a pesar de haberse producido con la corta edad de siete años.

Nico e Izan se encontraban jugando en casa del segundo como se había hecho costumbre durante aquel primer año de amistad. Las risas siempre impregnaban aquella enorme casa, sobre todo cuando los padres del pequeño no se encontraban allí y tenían la casa casi para ellos solos. Aquel día Amanda estaba con unas amigas en su habitación, así que para los pequeños era como si la libertad en la casa estuviera servida. Corriendo, entre bromas y risas, se dirigieron a la cocina para hacerle un ataque de cosquillas a Casandra, sin embargo, al llegar a la puerta de esta se pararon en seco.




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