Izan sentía que la tarde del lunes se le estaba haciendo eterna mientras veía todos los programas que había en televisión sin fijarse realmente en ninguno. Tumbado en el sofá del salón contaba las horas que quedaban, a través de la hora que marcaba el reloj de su móvil, para tomarse por fin la última dosis. Después de un mes entero en el que todos los días debía de tomarse una pastilla cada doce horas, por fin se iba acabar aquel aburrido ritual y vería su efecto. En realidad, según anunciaban, nada más comenzarlo debería de haber empezado a realizar su efecto, sin embargo a esas alturas no había notado nada, pero lo tenía claro, si tras la última dosis no pasaba nada se encargaría de vérselas con ellos. El dinero que se había gastado no iba a ser en balde, eso lo tenía claro, tomaría las medidas que creyera necesarias. A decir verdad dentro de esas medidas tenía que descartar la más importante: la legal. Esas pastillas no las había adquirido de una forma legal precisamente, sino más bien a través de un portal de internet donde la palabra legalidad era totalmente desconocida para sus creadores. Sin embargo había estado investigando todo lo que se hablaba dentro de la página y sus clientes estaban totalmente satisfechos, así que de perdidos al río, se decía así mismo cuando aquella duda le asaltaba. Aún así el miedo se había intentado apoderar más de una vez del joven cuando notaba que no se producía efecto alguno, quizá aquellos comentarios formaban parte de una farsa, pero tenía que esperar a tomar la última dosis antes de hacer nada contra ellos, todavía no había finalizado el tratamiento.
Apagó rápidamente la televisión cuando escuchó hablar a una comentarista de un programa del corazón explicar a sus compañeros de debate que la belleza estaba en el interior. Al parecer estaban criticando la vestimenta de una actriz en un festival relacionado con la de televisión y la comentarista que le defendía utilizó aquel argumento. Aquello fue lo que le hizo dar por finalizada la tarde de televisión basura.
―¡Patochadas! ― Gritó a la televisión apagada mientras se incorporaba del sofá con intención de dirigirse a su habitación a seguir con la tarea del lunes tarde: Vaguear mientras esperaba el anochecer para la última dosis.
El resto de la tarde estuvo haciendo uso de su imaginación tumbado en la colcha azul celeste de la cómoda cama. Fantaseaba con el cambio que se produciría en él a partir de ese momento. Si el tratamiento daba resultado iba a convertir su físico en algo más que un cuerpo o una cara bonita, lo convertiría en uno de los más preciados del país, quizá. No por nada, sino porque ya se consideraba demasiado guapo, así que la mejora solo podía embellecerle aún más, pero no podía dar por hecho que se convertiría en el hombre más guapo del mundo, en el anuncio no llegaban a confirmar algo así.
Consideraba que la vida le había dotado de una gran belleza aunque él mismo se había encargado de que no se perdiese con el paso del tiempo y siempre dedicaba un poco de su tiempo a cuidarse, aunque a partir de aquel momento podría prescindir un poco más de ese ritual, gracias a las pastillas no necesitaría cuidarse con tanto ahínco como hasta entonces había hecho en los dos últimos años.
No es que se tratasen de una especie de pastillas que hacían que por obra de magia y de la noche a la mañana cambiases de aspecto o algo similar, no, nada que ver. Aquellas pastillas tenían algunos componentes químicos que hacían que se incrementase la belleza y que eliminase residuos tóxicos del interior de las células y la piel. Era un estudio científico pero que no había sido probado aún con animales, por eso no era legal. En realidad, era como un sujeto experimental pero con el agravante de que había pagado por los servicios que concedían. No es que el precio fuese precisamente económico, no todo el mundo podía permitírselo, sin embargo, Izan consideraba que tenía la suerte de tener una familia con un alto nivel adquisitivo que había hecho poder pagar el tratamiento. Obviamente su familia no sabía sobre la existencia de aquel gasto y no estaba por la labor de hacérselo saber.
Encendió su portátil y comenzó a jugar a su juego favorito de fútbol, tenía que hacer tiempo y no estaba dispuesto a emplearlo en estudiar o hacer deberes.
Tras termina de cenar en el salón junto a su familia, se levantó de la mesa sin despedirse mientras una asistente quitaba el plato rápidamente. Ya en su habitación se quedó observándose frente al espejo de pie que tenía entablado a la pared. Una extraña sonrisa se dibujó en su rostro mientras se miraba de arriba abajo sin perder detalle alguno de cada parte de su ser exterior.
―A partir de mañana estaré más guapo que nunca ―le dijo a su reflejo guiñándose mutuamente el ojo.
Cogió el vaso de cristal de la mesita de noche que Casandra había colocado allí como cada noche. Se introdujo la pastilla cuando la hubo sacado del pastillero, y dio un largo trago a aquel vaso de agua apurando hasta la última gota que contenía. Cerró por un instante los ojos y luego se volvió a mirar sonriendo. A partir del día siguiente esperaba y deseaba encontrarse con un nuevo Izan mejorado y más guapo de lo normal. No solo lo esperaba, también lo necesitaba, era una necesidad imperante que se agalopaba en su interior de forma ansiosa por ver el resultado de aquel efecto del medicamento. Una necesidad que se había inyectado en su interior en los últimos años. Dio un último vistazo hacia el espejo y se acostó en la cama arropándose bien con la colcha esperando a que Morfeo le acunase entre sus brazos una noche más.