El despertador invadió el sueño de Izan haciendo que tuviera que abrir los ojos para dar comienzo a un nuevo día. Estirazó una mano para apagarlo y tuvo que moverse más de lo normal para dar con él ya que había vuelto a cerrar los ojos mientras se espabilaba del sueño que aún perduraba en su interior.
Se estirazó vagamente para después frotarse los ojos con intensidad. Encendió la luz de la lamparita aún medio adormilado sin darse cuenta de que algo extraño estaba pasando alrededor. Se acurrucó de nuevo bajo la colcha haciéndose un ovillo de lana, parecía que hiciese más frío de lo normal y no deseaba salir de la cama. Sin embargo seguía notando el frío a pesar de estar bajo la colcha intencionadamente. En ese momento fue cuando se dio cuenta de que algo no cuadraba. Palpó con el pie las sábanas sobre las que reposaba y sintió que la piel de su cuerpo se erizaba por momentos, no por sentir algo agradable sino todo lo contrario. Un frío interior más potente que el externo se apoderó de su ser haciéndole incorporar sentándose en la cama sobresaltado. Acababa de escuchar una especie de ronquido que había hecho que su mente se petrificase por momentos.
Se volvió a frotar los ojos al sentir que probablemente habían sido invadidos por legañas y estaban esperando a ser limpiados para ver con claridad, sin embargo nada que ver, la realidad era muy diferente. Seguía viendo un poco borroso pese a que la luz de la lamparita estaba encendida. Miró sobre la mesita hallando unas gafas que no le pertenecían, era algo que nunca había utilizado. Como si una fuerza interior le hubiera impulsado, las cogió rápidamente y se las puso sobre los ojos, haciendo que curiosamente dejase de ver de forma borrosa. Sin embargo en cuanto se las puso deseó no haberlo hecho, sintió que era mejor ver borroso que ver aquel lugar lúgubre y sin sentido alguno para él. Era imposible lo que estaba viendo ante sí.
Otro ronquido le sobresaltó y decidió al fin mirar de donde provenía, su habitación siempre había tenido una cama, nunca la había compartido con su hermana; sin embargo allí se encontraba otra cama más. Pero no, aquello no podía ser su cuarto, de eso estaba seguro, aquello era una broma de mal gusto, probablemente una pesadilla. Basándose en los tópicos de las películas lo primero que hizo fue pellizcarse con fuerza en el brazo haciendo que él mismo se sobresaltase por haber hecho eso. Sintió que aquellos no eran sus brazos ni las manos ejecutoras del pellizco eran suyas. Solo deseaba despertar de la maldita pesadilla, pero sin éxito alguno. En la otra cama se encontraba un bulto alto y algo robusto, al menos eso pudo intuir. ¿Quién había allí? O peor, ¿dónde estaba y quién era?
Definitivamente no se trataban de sus brazos ni sus manos, tampoco de sus sábanas de franela o su colcha bordada a mano por un famoso diseñador que le habían acompañado durante varios años de su vida
El bulto de la cama de al lado tardó poco en despertarse y cuando le vio esbozó una sonrisa la cual decidió fingir devolver a pesar de todo.
El hermano de Nico se encontraba en la otra cama algo que sin duda se escapaba a toda lógica. Miró nuevamente la habitación y un nuevo escalofrío se apoderó de su interior, externo al frío que allí hacía. Aquella no era su habitación, ni él era Izan, porque si fuera él, Braulio no le hubiera saludado con normalidad después de tanto tiempo.
―¿Pasa algo, Nico? ―Preguntó su hermano haciendo que Izan se encogiera de hombros, pese a que su mente le decía que él no parecía ser Izan, él sabía quién era y desde luego no era Nico ―¿Otra pesadilla? ―Inquirió mirándole fijamente.
Izan decidió asentir mientras intentaba averiguar qué era lo que estaba pasando. ¿Cómo decir que él era Izan si le estaban llamando por otro nombre en una casa que no era la suya? Tampoco era la casa de Nico, eso lo tenía claro, así que dedujo con facilidad que se trataba de la casa de sus abuelos. ¿Pero qué hacía en la casa de los abuelos de Nico? No tenía ni pies ni cabeza. Ni pies ni cabeza, aquellas palabras le hicieron mirarse a sí mismo al menos en todo lo que su vista podía alcanzar: toda la parte delantera de su cuerpo contando a partir de sus hombros. Nada de aquello le pertenecía y sin embargo sabía perfectamente de quién era aquel cuerpo: de Nico.
Seguía pensando que a pesar del pellizco que se había propiciado a sí mismo debería de tratarse de un sueño, una pesadilla más bien. Por un instante pensó que si se trataba de un sueño podía hacer lo que quisiera sin tener consecuencia alguna y una sonrisa se iluminó en su cara, pero pronto se borró. No, no podía ser un sueño, pero tampoco podía ser realidad, el miedo empezaba apoderarse de él cuando su estómago emitió un rugido en señal de hambre. Si algo tenía Izan cuando el miedo o los nervios le acechaban era hambre.
―Anoche comiste poco ―dijo su hermano postizo al escuchar rugir aquel estómago. Braulio se levantó de la cama y se dirigió a la puerta de la habitación―. Como veo que no te mueves me iré yo a la ducha primero.