Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yo

Capítulo 5: Tú en mi cuerpo y yo en el tuyo

Nico llegó a tiempo a clase ya que Casandra le había llevado en coche. El chófer de Izan no estaba disponible y cuando ella comprobó que el joven no llegaría a su hora decidió llevarlo. Casandra, a pesar de su edad, era una excelente conductora y siempre había hecho las veces de chófer de Izan cuando Rogelio estaba ocupado con algún otro miembro de la familia.

―Gracias, Casandra ― dijo Nico mostrando nerviosismo sin bajarse aún del coche.

―No me las des, pero bájate ya o llegarás tarde ―le espetó ella.

―Pero, ¿y si me reconocen? ―Reveló aquello que rondaba su mente.

―Nadie se va a dar cuenta de que no eres tú ―dijo ella quitándole importancia.

―Pero si tú me has reconocido... ―se encogió él.

―El diablo sabe más por viejo que por diablo, ¿no crees que ese refrán está hecho a mi medida? ―Sonrió señalándose las canas grises que habitaban su cabellera.

―¿Crees que mis abuelos se habrán dado cuenta de que no soy yo? ―Preguntó preocupado.

―El diablo no deja de ser diablo ―rió levemente―. No te preocupes, seguro que encontramos una solución, ahora ve a clase, anda.

Nico tomó la mochila de Izan sobre un hombro y salió del coche. Cuando comenzó a caminar con la cabeza gacha, sonó el claxon del coche de Casandra haciéndole mirar hacia allí. El chico pudo observar cómo tras la ventanilla de aquel peculiar coche rojo, Casandra gesticulaba para que caminase erguido y con la cabeza alta.

Nico se adentró por la verja minutos antes de que don Emilio, el conserje del instituto, la cerrase con doble llave. Caminó con paso firme y la cabeza alta pero sin mirar ningún sitio en particular, no observaba a los últimos estudiantes subiendo las escaleras que daban al reconstruido edificio, ni a los estudiantes que se adentraban en la pista de educación física bostezando antes de verse inmersos en una clase de gimnasia. El cuerpo de Izan subió las escaleras que pocos minutos antes habían subido un grupo de gente que estaba esperando hasta el último momento para entrar en el edificio en el que durante dos años había sido el infierno de Nico. Sin embargo en los pasillos no había estudiantes esperándole, y no porque fuera hora de entrar a clase como al principio pensó, sino porque para el resto no se trataba de Nico. Los pocos estudiantes que aún andaban rezagados le saludaban con la mano alegremente sin murmurar ningún insulto entre diente o en voz alta.

Cuando Nico se dirigía hacia su clase alguien le estiró del brazo desde la puerta del cuarto de baño de los chicos haciéndole entrar allí. El temor se apoderó de su rostro temiendo que se tratara de algún alumno con ganas de meterse con él a primera hora de la mañana. Pero nada más lejos de la realidad, después de que por inercia agachase la cabeza y pusiera sus brazos sobre su cabeza intentando cubrirse y ver que no sucedía nada, miró hacia la persona que le había arrastrado hasta el baño. Nicolás se encontró con Nicolás frente a frente, valga la redundancia. Aunque también podría decirse que Izan se encontraba mirándose a sí mismo sin un espejo de por medio. Pese a saber lo que sucedía ambos dieron un respingo al verse al uno en el otro.

―Hola... ―murmuró Izan en el cuerpo de Nicolás con la voz de este.

―¿Qué está pasando? ―Preguntó Nico sin andarse con rodeos. Como respuesta Izan se encogió de hombros.

―Eso quisiera saber yo... Esto tiene que ser un sueño, pero no puedo despertarme ―protestó Izan.

Nico se tapó momentáneamente los ojos poniendo en su rostro una extraña mueca.

―Esto es demasiado raro, verme y escucharme sin decir nada... ―dijo destapándose los ojos nuevamente.

―Ya somos dos ―se volvió a encoger de hombros Izan. Nico le arrebató las gafas colocándoselas rápidamente ―. ¿Qué haces? ¡Así no veo bien! ―Protestó Izan.

―Llevo gafas desde los tres años, es una sensación extraña no llevarlas ―dijo poniendo una extraña mueca en su cara cuando se las puso―. Joder, ahora no veo bien con ellas, toma ―se las colocó nuevamente a Izan.

Izan se quedó mirando su cuerpo que ahora pertenecía a Nico por alguna extraña razón de la vida.

―¿Qué leches me has puesto? No me pega eso, tío ―se quejó cruzándose de brazos al observar la camiseta azul marino y los vaqueros que Nico había escogido para vestirse―. Además, no has usado apenas gomina en mi pelo ―le espetó sin retirar los brazos cruzados bajo el pecho.

―¿En serio, Izan? ¿Pasa algo raro y lo que a ti te preocupa es lo que me he puesto? ¡Desde luego no eres el Izan de hace unos años! ―Exclamó Nico con indignación.

―Vale, vale, pero no hables tan alto o si intenta entrar alguien pensará que me he vuelto loco hablando solo, tío.

―¿Hay algo en la vida que no te preocupe que no seas tú y lo que el resto piense de ti? ―Preguntó un indignado Nico.

―¿A ti que te importa? ―Fue la única respuesta que él le dio.

―Tienes razón, me da igual. Lo único que me importa es volver a ser yo mismo y averiguar qué narices ha pasado ―bufó con los brazos cruzados.




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