Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yo

Capítulo 8: Familias

Hogar: Dícese del lugar donde habita una familia. Familia: Componentes de un grupo de personas que comparten un mismo vínculo común: la sangre. Todo es relativo. Hogar no es solo aquel el lugar donde uno vive, ya sea de forma solitaria, familiar o con amigos. La familia no solo está unida por vínculos sanguíneos: hay familias que entre ellas no comparten ni una sola gota de sangre. Puedes vivir en la casa más grande del mundo y sentirte la persona más sola del universo pese a compartirla con otra persona de tu misma sangre. Puedes vivir en la casa más pequeña, vieja y destartalada del planeta y sentir que vives en el mismo paraíso junto a las personas con las que compartes un vínculo sanguíneo. Pero también un hogar es aquello que haces junto a las personas que quieres, sin importar el lugar ni el vínculo que os unen; en realidad, un hogar no tiene porqué ser un lugar físico. Un hogar no tiene porqué ser algo material.

Nico comprobó rápidamente que aquel lugar donde había pasado gran parte de su infancia, y una parte de su adolescencia, no se parecía en nada a lo que era en aquel momento. Las cosas no habían cambiado de una forma física, eran similares salvo algunos detalles o cosas nuevas. El problema estaba en el sentimiento de soledad que se albergaba en el ambiente, sin olvidar la sensación de frío que se apropiaba en el comedor a pesar de que la calefacción hacía compañía a los comensales. La casa de Izan podría aparentar ser la misma, pero Nico sabía que había cambiado totalmente.

―¿Me pasas el aceite, Izan? ―Escuchó la voz de su hermana, pero antes de que consiguiera alcanzar la aceitera, Casandra se acercó a la mesa dándosela.

―Aquí tiene señorita ―dijo ella con una afable sonrisa a la que ella no correspondió.

―¿Cómo ha ido el día, hijos? ―Preguntó la madre de Izan con una voz monótona, como si se viese obligada a realizar aquella pregunta.

―Bien, como siempre ―contestó la hermana con el mismo tono en su voz, así que dedujo que él también debía de responder de una forma seca y cortante.

―Bien, gra... ―antes de terminar de dar las gracias sintió un choque en el codo y después vio como la jarra del agua se derramaba. Casandra la cogió al instante evitando que se terminara de derramar.

―Perdonen mi torpeza ―dijo Casandra mirando a los comensales. Nico estaba convencido de que lo había hecho intencionadamente, definitivamente había estado a punto de meter la pata con aquel gracias que había estado a punto de delatar que algo le pasaba a Izan.

―¿Qué ibas a decir, hermanito? ―Preguntó extrañada la hermana como si pudiera haber intuido algo.

―¿Yo? Solo decía que bien ―fingió que se encogía de hombros con indiferencia.

―Ah, pensaba que ibas a decir algo más ―dijo pinchando un trozo de lenguado en guarnición de algo que no sabía identificar, pero que no podía negar que estaba delicioso.

Como respuesta, Nico decidió negar con la cabeza y concentrarse en la comida que se presentaba en su plato.

―Casandra, relléneme mi copa con agua, pero esta vez no la tires al mantel ―dijo un sarcástico padre de Izan. Siempre había sido un hombre bastante peculiar, así que a Nico no le extrañó aquella actitud desagradable ante la gente que allí trabajaba.

Amanda, la hermana de Izan, retiró su silla con delicadeza y se puso en pie sin cambiar su rostro ni mostrar ningún rastro de afabilidad.

―Ya he terminado, si me disculpáis me retiro a mi cuarto―. Después de aquello miró hacia Casandra ―Casandra, ¿tengo mi vaso de agua en la habitación preparado?

―Sí, señorita ―le dijo ella con la misma actitud.

Por primera vez sentía que aquella familia era más fría entre sí de lo que recordaba, o quizá años atrás no se había fijado en esas actitudes. Daba igual, aquellos silencios sepulcrales helaban la piel de cualquiera. Se levantó de aquella mullida silla tras terminar de comer.

―Yo también me voy a mi habitación ―les miró brevemente y se marchó a la habitación echando el pestillo. Con la puerta ya cerrada se echó sobre ella y se deslizó hasta acabar sentado en el suelo.

Para Izan tampoco estaba siendo fácil en casa de Nico. El frío de una pequeña sala invadía el ambiente. Cuando llegó a la casa recibió una reprimenda de Braulio por su tardanza.

―Nico, sabes que no estás en esta casa de invitado ni es un puñetero hotel. Los abuelos necesitan nuestra ayuda ―le espetó a su supuesto hermano―. Nunca llegas tarde, no entiendo qué te ha pasado hoy.

―Solo me entretuve con unos compañeros ―dijo encogiéndose de hombros.

―¿Qué compañeros? ―Se cruzó de brazos mirándole fijamente ―¿te ha vuelto a molestar alguien? ―Inquirió haciéndole notar a Izan que su voz denotaba algo de preocupación.

―No, nadie me ha hecho nada, no te preocupes. Eran los compañeros de un trabajo, hoy mismo tengo que ir a casa de uno ―dijo para no preocuparle.

―¿Con? ―Volvió a inquirir haciéndole sentir al joven Izan bastante incómodo.

―No te preocupes, uno de clase ―no entendía todo aquel interrogatorio, no sabía si se había dado cuenta de que no era su hermano, o se había convertido en su guardaespaldas cuando nunca se había comportado así.




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