Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yo

Capítulo 10: Sin salida

Cuando nos encontramos en un callejón sin salida, por mucho que corramos el resultado no cambiará: será nulo. Intentamos aferrarnos a algo con todas nuestras fuerzas, esperanzados de que un milagro suceda y lo arregle todo pero sin éxito aparente.

El sonido del timbre irrumpió en la casa de Izan, haciendo esperar a este tras la puerta de entrada en el cuerpo de Nico. Poco tardó la espera cuando Casandra abrió la puerta sin mostrar ninguna sonrisa en su rostro. El semblante de Izan en el cuerpo de Nico tampoco mostraba sonrisa alguna, en realidad su mirada estaba fría y llena de odio.

―Buenos días señorito Nico. ¡Cuánto tiempo sin verte por aquí! ―Una falsa sonrisa llena de sarcasmo se dibujó en la cara de Casandra.

―Muy graciosa Casandra, pero nos las pagarás―gruñó él reflejando su odio en el tono de la voz.

―¡Izan! No te había reconocido... ―la asistente volvió a tirar del sarcasmo en su voz.

―¡Estás loca! Y pensar que hasta hace unos años te consideraba como de la familia... ―masculló con desprecio.

―No me hables así jovencito ―fingió regañarle.

―Definitivamente, rematadamente loca ―sentenció él cruzándose de brazos.

―Es lo que tiene vivir en esta casa, ¿no crees? ―Dijo entre risas sin embargo su voz se llenó de amargura y tristeza.

―¿Por qué lo has hecho? ―Izan tenía claro que no seguiría en la conversación a la que Casandra quería llevarle. Lo mejor era cortar por lo sano y centrarse en el tema que les competía.

―¿El qué? ―Fingió inocencia en su voz utilizando nuevamente el sarcasmo.

―¡El intercambio de cuerpos, joder! ―Nico acababa de llegar a la entrada principal donde aún se encontraban Casandra e Izan en su debate interminable―. Danos una maldita solución ―se quejó dentro de aquel cuerpo que no le pertenecía.

―No entiendo porque nos has hecho esto, Casandra... Y mucho menos cómo ―exhaló Izan un poco desesperado ante la situación en la que se encontraban.

―Yo no tengo nada que ver con eso, a mí o me echéis la culpa.

―¿Qué no? ¡Sabes que no tengo relación alguna contigo desde hace mucho tiempo! ¿Y de pronto haces tortitas, las llevas a mi habitación y me llevas al instituto coche? ¡Ja! Eso es porque sabías que no era yo ―le acusó Izan.

―No tengas esos ataques de celos, jovencito. Nicolás siempre ha sido más considerado conmigo ―puso media sonrisa en sus labios.

―¿Puedes decirnos de una vez por todas como volver a ser nosotros mismos? ―Le espetó Nico cruzándose de brazos―. Mi paciencia empieza a colmarse ―bufó.

―Ya he dicho que no tengo nada que ver ―volvió a repetir―. Y ahora si me permitís voy a empezar a hacer la cena. Yo que vosotros me daría prisa en eso que tengáis que hacer, cuando Amanda se va de tiendas con Estela no suelen tardar mucho ―dicho esto se marchó a la cocina dejando a ambos chicos en el umbral de la puerta con la palabra en la boca.

―En fin ―dijo Izan tras emitir un profundo suspiro―, si en algo tiene razón es en lo de que Estela no es capaz de aguantar a mi hermana por tantas horas, es mejor que nos demos prisa ―se dispuso a caminar y se giró hacia atrás ―imagino que conoces el camino a mi habitación.

Ambos subieron a la habitación de Izan acompañados de un silencio sepulcral que no hacía más favorable la situación pero que tampoco la convertía en algo incómodo, aquel silencio era neutro. Izan abrió la puerta y le hizo pasar más por inercia que por otra cosa, a fin de cuentas aquel día aparentaba ser la habitación de Nico, además de que este la conocía bastante bien desde hacía tiempo.

―Bien, veo que no le has hecho nada raro a nada ―dijo observando su habitación después de cerrar la puerta tras de sí.

―¿Y qué querías que le hiciera a tu habitación? ―Un tono de reproche apareció su voz mientras caminaba sin rumbo fijo por el interior del cuarto de Izan.

―No sé, como venganza por este par de años quizá ―se encogió de hombros acercándose a la silla giratoria que había frente al escritorio. Se sentó en ella sin ni siquiera molestarse en ofrecérsela.

Nico, cercano al escritorio, se cruzó de brazos observando cómo Izan abría su portátil, de última generación y posiblemente el último que hubieran sacado en el mercado, y lo encendía.

―¿Te vas a quedar ahí de pie? ―Le espetó sin despegar la mirada de la pantalla la cual empezaba a iniciarse. Escuchó como un resoplido escapó de Nico aunque producido por su propia voz. No era fácil acostumbrarse a que otra persona se encontrase en tu cuerpo, y menos estando de espaldas, así que un escalofrío se apoderó de su cuerpo―. Sigue estando donde siempre.

Nico asintió y se acercó a un armario color ocre que se encontraba al fondo de la habitación junto al balcón que habitaba allí. Abrió aquel armario y sacó una silla desplegable de color azul clarito. No necesitaba mirarla para saber cómo era: Arriba, en la parte metalizada, tenía dos rayitas de rotulador que mucho tiempo atrás le había sido impuesto por Izan cuando apenas tenía diez años. El asiento y el respaldo, de color azul clarito, eran de un material cómodo, y pese al pasar del tiempo se mantenía como nuevo. Izan no miró cuando escuchó la silla posarse a su lado en la mesa del escritorio donde se encontraban. Sabía que aunque le producían escalofríos escuchar su propia voz salir desde otra boca, el hecho de mirarse a sí mismo sin un espejo por delante en realidad no le producía un efecto diferente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.