Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yo

Capítulo 18: Súplica

―¡Casandra! ―Exclamó Izan poniéndose la mano en el corazón―. ¿Nos vas a dar siempre estos sustos?

―No soy yo quien se ha colado en una habitación que no es la mí ―aguardó unas décimas de segundo para continuar hablando―. Y no me vayas a decir que esta es tu casa, porque eso no quita que sea mi habitación.

―Esto...yo...digo nosotros ―comenzó a hilar Nico recordando lo que minutos antes habían estado hablando ―nosotros te necesitamos Casandra.

―Así que me necesitáis y entráis a mi cuarto sin permiso, tiene mucha lógica ―observó las cajas en su cama―. Y revolver mi habitación creo que ayuda poco también ―el sarcasmo se notaba en sus palabras.

―¿No ves que estamos desesperados? ―La voz de Izan cuando Nico habló sonó compungida estremeciendo al verdadero dueño de aquella voz.

―Mi voz así suena espeluznante ―le reprochó el verdadero Izan.

Mientras ambos retomaban una nueva discusión, Casandra se puso a recoger las cajas y guardarlas nuevamente en su sitio haciendo caso omiso a los dos chicos. Tras finalizar, se colocó la cofia sacándola del cajón y puso encima de la cama el traje que tenía en su trabajo como asistenta de aquella casa.

―Si disculpáis a esta señora, necesito cambiarme. A mis sesenta y pocos años no me apetece mucho que unos adolescentes me miren, no os lo toméis a mal, pero tengo la costumbre de querer tener una cosa llamada privacidad.

―Lo sentimos ―se apresuró a disculparse Izan―. Solo necesitamos que nos ayudes, no debimos entrar aquí sin tu permiso.

―Izan, llevas dos años haciendo como si no existiera en esta casa, ¿crees que voy a acceder a ayudarte tan fácilmente? ―Preguntó Casandra cruzándose de brazos mientras elevaba intencionadamente una ceja. Claramente podía apreciarse en el tono de su voz que lo único que quería era que Nico e Izan continuasen insistiendo.

―Casandra, siempre fuiste como una especie de madre o abuela para nosotros ―dijo Nico con sinceridad―. Además, sabes por qué ha ocurrido esto, sabías que yo no era Izan antes de verme, creo que aunque sea por el pasado podrías ayudarnos ―aguardó unos segundos sin esperar ninguna respuesta de nadie de los que se encontraban en aquella habitación para continuar hablando después―. Es verdad que te estamos suplicando, no te lo voy a negar, creo que es algo evidente, pero sabes también que tú puedes ayudarnos, y si de verdad alguna vez nos has tenido cariño, ayúdanos.

Izan asintió tras escuchar aquellas palabras con las que inevitablemente estaba de acuerdo y se sentía identificado. Quizá por un acto reflejo, o algo que en su interior sentía que debía de hacer, Izan posó su brazo por el cuello de Nico a pesar de sentir un escalofrió al rozar su propia piel.

―Por favor... ―suplicó Izan mirando a los ojos a Casandra.

En el rostro de Casandra se pudo atisbar una pequeña aunque leve sonrisa mirando a ambos durante escasos segundos antes de carraspear.

―Bueno, creo que hay algo en vosotros que me ha convencido para ayudaros, pero solo un poquito ―dijo mostrando una nueva sonrisa un poco diferente a la anterior, la primera estaba cargada de sinceridad y añoranza, la segunda era indescifrable para Nico e Izan, pero sabían que decía la verdad cuando aquellas palabras habían salido de su boca.

―¿Y bien? ―No pudo evitar preguntar Izan sintiendo la desesperación en el interior del cuerpo.

―Os invitaría a sentaros, pero voy a ser breve con lo que os voy a decir.

―¿Breve? ―Preguntó Nico confuso.

―Sí, y lo seré bastante, aunque yo sí me voy a sentar si me lo permitís ―se sentó en su cama cerca del traje del trabajo―, bueno y aunque no me lo permitierais.

―Al grano ―le instó Izan cruzado de brazos. Nico le propició un leve codazo en la cintura ―quiero decir, adelante ―puso una mueca intentando que fuese una sonrisa.

―No te preocupes Nico, entiendo la impaciencia de Izan y estoy segura de que tú también lo estás.

Nico asintió instintivamente esperando también que Casandra empezase a contar aquello que les iba a decir. La impaciencia empezaba apoderarse de él pero decidió ocultarla y no mostrarla como acababa de hacer Izan.

Casandra se acomodó bien la cofia a pesar de llevar unos pantalones de tela azules acompañados de una blusa beis de flores verdes y azules haciendo que su vestimenta desentonara, sin embargo, para Izan y Nico, que esperaban expectantes, les dio igual sus estrafalarias manías a las cuales estaban acostumbrados.

―Bueno como ya digo, voy a ser breve ―repitió cuando se hubo ajustado la cofia poniendo las manos en su regazo―. Buscar una respuesta en mí o en mi habitación, tanto como creer encontrar aquí una solución es simplemente imposible, porque no soy yo quien os la pueda dar.

―Pero si has dicho que... ―esta vez fue Nico quien comenzó a hablar exasperado por la situación, siendo interrumpido por un no leve codazo de Izan―. ¡Cuidado! Que aunque sea tu cuerpo el dolor en las costillas lo siento yo ―protestó.

―¿Y bien? ―Preguntó Izan ignorando las palabras de Nico.

―Ambos sois bastante inteligentes, es algo innegable, chicos. Sé y confío en que hallaréis la solución tarde o temprano, y estoy convencida de que será temprano ―una afable y sincera sonrisa se dibujó en su rostro haciendo que sus arrugas aparentasen ser menos―. Antes de que digáis nada ―dijo anticipándose a lo que iba a ocurrir cuando Izan hizo amago de intervenir ―quiero aclararos que no os estoy tomando el pelo con esto que estoy diciendo, ni os estoy dando evasivas, ambos sois inteligentes y sabréis encontrar la solución, os lo aseguro. Ahora sí, es vuestro turno de hablar si queréis, por supuesto.




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