Quimera

Nota 1: Manifestación

Desperté una madrugada de septiembre, a las cinco y media, mi ritual diurno para ir a la escuela no fue excepcional, nada más que ducharme, vestirme y desayunar. 

Salí en camino a las seis con cuarenta minutos, caminaba muy lentamente, por lo que debía tomar tiempo de anticipación. Iba a la orilla de la carretera con los audífonos puestos, escuchando las mismas canciones melancólicas de los días anteriores, pensando en silencio, como me pasaba la mayor parte de mi tiempo a solas. Recordaba mi obsesión por aquella chica, mi aburrimiento escolar por ir adelantado a lo que enseñaban, mi nula capacidad para hablar con la mayoría de mis compañeros, problemas típicos de un adolescente un poco más brillante que el resto de la comunidad escolar, que en esos momentos parecían no tener fin y sólo hacían de mis semanas interminables repeticiones de una agonía espiritual. Mis vacaciones fueron más interesantes unos meses atrás, me la pasé leyendo novelas e imaginando... Creaba mágicas y tontas historias de amor en mis pensamientos, las cuales posteriormente escribí en una libreta que aún sigue guardada en aquella maleta en la esquina de mi habitación, como si se tratase de una prisión a lo románticamente tonto.

Entre tantas historias surgía una en particular, era borrosa, no podía definir el lugar, el nombre de la chica, la conversación o cómo terminaría, pero tampoco quería hacerlo; prefería que todo fuese como un boceto el cual tomaría forma cuando sucediese, sólo contaba con pequeñas partes de lo que sería. Me gustaba soñar con una chica de cabello largo y obscuro, sonriente y callada, tímida, que le gustara leer cómo a mí, con quien pudiera tener una conversación que no me aburriera, con lentes porque padeciera miopía, que sus ojos brillaran tanto que aunque todo estuviese obscuro fuera la luz al final del túnel, que fuera difícil de enamorar convirtiéndose en un fruto inalcanzable en la copa de un árbol, pero que también tuviera sentimientos bellos que me permitieran poder trepar y finalmente obtenerlo. En fin, mi lista de características era algo exigente y había perdido la esperanza en encontrarla, tenía la sensación de que la conocería hasta que saliera de la universidad en algún café o una biblioteca de alguna ciudad. Pasé un tiempo de mis vacaciones en la biblioteca leyendo poesía con la ilusión de que tú subieras por las escaleras dispuesta a leer algo de literatura, que te sentaras cerca de mí en alguna mesa y que yo tuviese qué buscar alguna excusa absurda para iniciar una conversación, pero no, nunca apareciste a pesar de que estuve horas en las tardes sentado en la esquina de la biblioteca esperándote como si hubiésemos hecho una cita. 

Conocí varias personas, pero ninguna se acercaba a lo que quería, siempre surgía un inconveniente por el que al final terminaba aburriéndome y desapareciendo sin hablar más. Poco a poco, las chicas con anteojos que me encontraba eran libros de portada atrayente pero de tan pobre contenido que dejaba de leer... Ya no me interesaba conocer a alguien más, rompía mi espíritu la búsqueda ardua que llevé a cabo durante esos meses que sólo entregaba ilusiones. Así entré a la preparatoria, con más ansias por estudiar que por socializar, más la decepción me alcanzaría hasta en ése ámbito, todo era aburrido. Creo que vibraba en una frecuencia distinta a la de los demás, por la que ellos se agrupaban mientras que yo me quedaba en el rincón sumergido en melancolía y existencia absurda. Tantas canciones de ese tipo eran mi pan de cada día, posiblemente eran las culpables de que esperara tanto de esa chica que no conocía pero que deseaba tanto. Incluso existe por ahí esa canción que terminó de definirme a la mujer que no había soñado jamás. 

Llegué a la escuela temprano e ingresé dentro de la multitud de alumnos que llevaban prisa por llegar a sus salones, pero yo no, dejaba de tener emociones como el miedo, enojo, felicidad, como si una parte de mí que me hace ser humano se hubiese apagado durante el verano. Claro que no es más que el despliegue hormonal en mi cerebro el que causaba esa sensación, pero a un nivel psicológico eso no evita lo que te hace sentir. 

Las clases transcurrían con la lentitud de un reloj descompuesto entretanto en los descansos aprovechaba para escuchar música, no me importaba quedarme sordo, no tenía a quién escuchar de todas formas. Mi grupo tuvo una hora libre al no haber llegado una maestra pero pudimos quedarnos en el aula, menos mal, no tenía ganas de salir, había mucho sol para mi gusto, así que me quedé sentado pegado a la ventana haciendo trazos en mi libreta, queriendo dibujar y escribir algo a la vez, todo lo que pudiera matar el tiempo hasta que llegara el momento de irme a casa. La música estaba a todo volumen a pesar de la recomendación de no subirlo tanto, buscaba entre la multitud, por las escaleras, cerca del laboratorio, en otros salones, como si supiera que hay alguien ahí digno de conocer, pero anteriormente lo había hecho así que no tenía mucho sentido volver a intentarlo...




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