Quimera

La cacería

Las luces de la mañana encontraron al barco soñoliento y mal preparado. Las marineras todavía estaban atareadas dejando listos los botes y los remos. Las islas ya se veían en el horizonte. Uno de los botes descendió con las cuerdas y las poleas de madera al mar. Ifell y algunas más se dirigieron con cuidado hacia la orilla de una de las islas. Navegando despacio, intentando no atraer la atención de las grandes bestias que con su agitación llenaban el mar de espuma.

Cuando llegaron a la orilla empezaron a preparar las redes, mientras el Quimera se dirigía hacia uno de los grupos con las presas más grandes. Las mujeres que iban en el resto de los botes sacaron los remos y empezaron a hacer ruido golpeando con furia el mar y acercándose a los monstruos marinos.

-¡Por la diosa!- gritó Rina, poniéndose en pie.

Llevaba el peto bien atado, mientras el viento agitaba las plumas de su casco metálico como si fuera una bandera roja. Agarró con fuerza el arpón y lo lanzó con furia consiguiendo que alcanzara altura y cayera con fuerza en un arco preciso. El viento sopló con fuerza por unos instantes, desviando ligeramente la trayectoria e impidiendo que llegara a su objetivo. El arma se hundió rápidamente en las aguas turquesas y los animales confusos arremetieron contra el bote en un intento desesperado de huida. Rina estiró la cuerda tratando de recuperar el arpón mientras el bote se balanceaba a sus pies por la fuerza de las bestias.

Otro de los botes intentó aprovechar el caos, y una de las marineras lanzó con esfuerzo el arpón buscando atrapar a uno de los animales. El acero laceró al animal clavándose en su piel brutalmente.

-¡Rápido, abatidlo!- gritó Rina al ver el arpón clavado y señalando al animal que empezaba a sumergirse tiñendo el mar de rojo.

Otras arponeras lanzaron y un par más se clavaron en el lomo de la fiera. El agua se agitó y las olas golpearon los botes.

El Quimera no podía interponerse en la huida de las bestias marinas por riesgo a ser hundido. Pero Klinia daba órdenes en cubierta y con los remos que llevaba trataba de dirigir la huida hacia la orilla, donde las redes esperaban poder varar a alguna de las crías más pequeñas e inexpertas.

Un golpe estrepitoso sonó cuando uno de los cornitrios en su ciega furia golpeó uno de los botes, rompiéndolo en mil pedazos y lanzando a las mujeres con violencia contra el mar.

-¡Rápido! ¡Los remos!- gritó Klinia a todo pulmón señalando a las mujeres que gritaban y extendían sus brazos intentando no ahogarse. Se arrojaron remos al agua para que las mujeres se pudieran agarrar a algo y salvar así  su vida.

A pesar de los esfuerzos, algunos cuerpos flotaban ya inertes entre las maderas, mientras los animales descendían a las profundidades buscando la seguridad de las profundidades del mar.

El Quimera se acercó hacia el cornitrio que tenía los arpones succionadores extrayendo su sangre y con las cuerdas y las poleas que llevaba lo sujetaron al borde del barco, inclinando en el proceso el navío para facilitar la tarea. Klinia supervisó que el animal quedara bien agarrado y no pudiera soltarse.

-¡Capitana!- gritó Clausa llevando el casco con el penacho rojo en la mano, y acercando el bote lleno de mujeres heridas que gritaban de dolor. Maniobró para colocarse al lado contrario del cornitrio capturado.

Con dificultad y usando escaleras de cuerda subieron a las heridas. Klinia frunció el ceño mientras las mujeres eran depositadas en cubierta y atendidas por sus compañeras.

-¿Y Rina?- preguntó la capitana señalando el casco.

Clausa apoyó su mano en su hombro y lo apretó con delicadeza. Sus labios finos apenas tenían color y la tensión de su rostro hacía aún más patente su dolor.

-La vi caer mientras intentaba recuperar su arpón succionador. Nuestro bote estuvo a punto de hundirse por un golpe de mar y ella cayó en mitad de las bestias. Rescatarla habría sido un suicidio… Se la llevaron con ellos a las profundidades.

Klinia cerró los ojos por un momento, incapaz de mirar a los ojos a Clausa.

Jamás pensó que una muerte tan terrible se iba a cernir sobre una mujer tan valiente que no merecía tal crueldad.

-Encárgate de que Ifill recoja a las que han caído por la diosa. Todas serán enterradas en la playa- ordenó con voz firme. Y buscando con la mirada a la maestre o a su subordinada añadió- Y aseguraos que tengan minerales junto a ellas. Cruzarán este mundo y llegarán al siguiente bajo las miradas envidiosas de todos los que allí murieron sin nada.

-Ifill ha capturado a un cornitrio en la orilla con la red- repuso Clausa señalando a la isla.

Su prosaica respuesta desagradó en gran medida a la capitana. Su alma estaba llena de melancolía pero solo había tiempo para ocuparse del deber. El dolor tenía que reservarlo para cuando estuviera con el brujo en su camarote.

-No tenemos gente suficiente para todo, lo sé...- repuso con ánimo oscuro y suspirando añadió- Está bien, haremos una gran pira y entregaremos mineral como ofrenda antes de que caiga la noche.

La capitana miró a su alrededor. Las mujeres heridas llenaban la cubierta y toda la tripulación a bordo del Quimera se afanaba en ayudar. A su vez, algunas de las barcas cercanas se colocaban alrededor del monstruo para empezar a abrirlo y extraer el valioso mineral líquido con cubos. Luego llenarían las ánforas. Los demás trozos no los podrían aprovechar esta vez. No tenían suficientes medios para ello. E Ifill no tardaría en reclamar ayuda en la playa, tal y como había indicado Clausa.

-Necesito orar a la diosa-repuso Klinia mientras notaba como empezaba a temblar no solo su mano sino todo su cuerpo. Intentando ocultar su malestar miró a las mujeres  que tenía a su alrededor- Está enfadada y debo calmar su ira. No podemos permitirnos más errores.

Se irguió y una serie de espasmos cruzaron todo su cuerpo. Forzó una sonrisa e intentó relajar sus músculos tensos bajo el peso de la armadura. Solo deseaba dirigirse a su camarote, pero antes dio una última instrucción a las demás.




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