Quimera

El rito

NOTA: He de advertir que el capítulo está inspirado en una antigua ceremonia de la Grecia clásica que incluye el uso de un látigo. No contiene violencia ni sexo explícito.

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Las velas encendidas por doquier iluminaban la estancia. Aunque Klinia agradeció la calidez que pronto calentó su alma,  frunció el ceño al ver que Tonio no salía  para recibirla.

Al no verlo, se acercó hasta la tela que separaba los dos espacios de la estancia y con fuerza la desplazó, dejando al descubierto la cama. El hombre estaba sentado en el suelo remojando la bola de cristal con el agua salada de un cubo de madera que tenía a su lado.

-La diosa ha bebido hoy de nuestra sangre, pero no está saciada- repuso entre dientes Klinia- ¿Tus mentiras emponzoñan también tus visiones, brujo?

El hombre alzó la mirada espesa, cubierta por una nebulosa que desdibujaba el intenso color azul de sus ojos.

-Incluso la mayor de las mentiras es verdad. Sabía que tu hora de necesidad estaba próxima. He preparado el fuego sagrado del altar- dijo señalando un pequeño incensario- y tengo a la diosa conmigo.

Klinia vio que sujetaba en la mano una pieza de madera humedecida por sus manos mojadas. Era la imagen serena de una mujer triste, flanqueada por dos gaviotas.

El brujo colocó la estatua junto al altar improvisado delante del incienso encendido. Con cuidado metió los dedos en la ceniza que estaba en los bordes de la llama y se tiznó la cara, incluidos los párpados. Tan sólo sus labios quedaron libres de mancha.

Klinia que ya se había erguido, se fue quitando la armadura con ayuda del hombre.  Se quedó desnuda, salvo por un trapo atado que llevaba en la cintura y le cubría también parte del muslo. Viejas cicatrices surcaban su delgado cuerpo.

El brujo estaba tan sereno como siempre, observándola con detenimiento. 

Cuando la golpeó con el látigo, ella empezó a caminar a su alrededor en círculos.

El rostro ennegrecido de Tonio la miraba fijamente con ojos brillantes, mientras el látigo se estrellaba violentamente contra su piel. Una y otra vez. La boca de labios rosados se abrió y el hombre empezó a entonar una canción religiosa.

Tonio empezó a sudar copiosamente ya que el calor de los latigazos y el que emitían ambos cuerpos se hacía insoportable. El sudor le escocía y pronto el aire empezó a espesarse a su alrededor. Parecía que no había oxígeno suficiente en la estancia. Cada bocanada era más profunda y sus ojos se hincharon a causa de las lágrimas, mientras seguía cantando con su ritmo implacable.

La mujer siguió caminando en círculos a su alrededor hasta perder la noción del tiempo. Ya no sabía si era de noche o ya había llegado la mañana. Solo giraba y sufría. Su mente fue olvidando cada recuerdo y vaciándose de la angustia de un futuro incierto. Todo se iba haciendo más pequeño, incluso los golpes secos iban transformándose en un eco lejano que retumbaba junto a su corazón.

Tan sólo una diosa satisfecha les miraba en esos momentos. Y reía saciada.

Tonio sonrió, porque ahora su mente volaba libre dirigiéndose a un plácido desierto. Aquel donde la diosa contemplaba el sacrificio de sus fieles. Ahí podía volver a ser un muchacho que se paraba a reflexionar sobre los misterios de la existencia.

El chasquido del látigo era el ritmo al que había transcurrido toda su vida. Cada movimiento de su brazo  hacía que todos esos pensamientos retrocedieran. Sólo estaba presente el cálido aliento que exhalaba Klinia y la suave voz que entonaba la canción divina.

El brujo satisfecho, bajó el látigo y un último chasquido contra el suelo puso fin al rito. El dolor y el calor de su brazo le unían a la mujer de una manera íntima. Ella se tambaleaba ligeramente y respiraba con dificultad. A pesar de todo, seguía en pie.

Tonio la miro y tuvo la sensación de que volvía a ser capaz de verlo todo. Como si su mirada fuera tan intensa como antes. Sujetó con firmeza el látigo y sonrió.

La satisfacción que había sentido por haber guiado el rito seguía ahí, pero se desvanecía rápidamente. Sus placeres siempre eran breves y el torbellino de su malestar le arrastraba nuevamente lejos de la paz que había alcanzado instantes antes.

Se acercó al fuego y cogió la pequeña estatua para quemarla junto al incienso.

Al girarse, la mujer se había acercado al pequeño lavadero y se limpiaba con cuidado la piel hinchada y enrojecida. A continuación, se secó delicadamente con un trapo.

Ella sabía que no era digna de seguir guiando a sus hermanas. Aunque la recompensa había sido la que les había prometido, cada vez le era más difícil soportar la red de mentiras que le permitía estar al mando. Sus compañeras no solo habían renunciado a unirse a los hombres y tener a sus hijos, sino que algunas lo habían entregado todo al seguirla.

Por eso pocas se unían a los barcos mineros. Pero los rumores de la capitana auspiciada por la diosa Caeria habían hecho creer que el barco era el mejor lugar donde estar para ser bendecida. Eso hacía que la promesa de alcanzar una riqueza inconmensurable fuera irresistible, a pesar de que ninguna tenía la certeza de estar viva al final del viaje para poder disfrutarla.

-¿No quieres saber qué he visto?- preguntó Tonio mientras la mujer usaba un ungüento para evitar que las heridas que laceraban su cuerpo se infectaran.

-Todas creen que soy la sacerdotisa, pero siempre lo has sido tú...

Tonio apretó los dientes. El pasado quería volver con fuerza para aferrar su corazón y aplastarlo con saña.

-Soy brujo, no sacerdote. Sabes que el templo donde estudiaba fue destruido hace muchos años. Mis hermanos y mis mentores fueron asesinados mientras yo, alejado de ellos, oía el mensaje de la diosa en el desierto. Cuando volví, supe que mi vida como sacerdote había llegado a su fin… Que mi país era saqueado y violado por bestias que jamás quedaban saciadas.




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