Quimera

Abordaje

Klania salió de la estancia vigorizada. Miró a su alrededor y vio que se había movido a las mujeres heridas a la bodega. Sólo las más graves estaban en cubierta.

-Dadles vino de fuego- ordenó Klania a las mujeres que atendían a las demás- Al menos les calmará el dolor.

Buscó con la mirada a alguna de las oficiales, pero no halló a ninguna. Maldiciendo en voz baja se acercó hasta las cuerdas que sujetaban a la gran bestia. El olor fresco de la carne y la sangre no le desagradaba. Pero cuando se acercó a la espalda abierta del animal no pudo evitar una mueca de desagrado.

Junto a la bestia, dos botes abrían agujeros en su cuerpo para que fuera cayendo la sangre en cubos. Aún así, la mujer más pequeña tendría que introducirse en el cuerpo del animal para extraer hasta la última gota.

-Necesito ir a la playa- indicó Klania a uno de los botes, señalando con su puño cerrado al islote más cercano-Acompañadme. La diosa me ha hablado.

La capitana miró al cielo. El sol de la tarde empezaba a realizar su descenso, aunque todavía quedaba el espacio de una mano para que alcanzara el horizonte. El aire empezaba a enfriarse y pronto la noche se cernería sobre ellas.

Los botes se dirigieron a la playa, donde Ifill y el resto de oficiales daban órdenes y atendían la pira funeraria. El cuerpo varado de un joven cornitrio estaba en la playa, abierto por el vientre y con restos de minerales rojizos que cubrían la arena de una estela escarlata.

Klania se acercó al gran animal y agarró un pedazo de mineral. Lo olió y sintió tristeza. Ojalá pudiera llorar por el sacrificio de sus mujeres. Recordó cómo había soportando estoicamente los latigazos. El brujo había aceptado el mandato de la diosa con mirada clara y voluntad firme.

Suspirando se acercó a la gran pira, agitó la cabeza para aclarar sus pensamientos y miró hacia el cielo. El fuego se alzaba ya por encima de sus cabezas y el humo tocaba las estrellas. Klania lanzó el mineral que llevaba en la mano a la hoguera. Sus hermanas sollozaban levemente, al ver arder a sus compañeras.

-No hay lágrimas en mis ojos, aunque mi alma está sumida en el dolor- dijo la capitana con voz firme- Porque la diosa me ha dado esperanza. ¡Tres días tenemos para sanar nuestras heridas, hermanas!

Ifill se acercó a ella, bajo la atenta mirada de las demás. La capitana la ignoró por el momento y continuó hablando.

-¡Y lo que nos ha sido arrancado de cuajo, volverá en abundancia!- gritó Klania, alzando los brazos- Pero aún queda trabajo por hacer. Tenemos que acabar de vaciar a las bestias hasta que sean unas carcasas que ni las gaviotas quieran.

Conforme la noche fue avanzando, el cansancio se apoderó de todas y alrededor de la gran hoguera, fueron descansando por turnos.

Cuando el amanecer acarició el rostro de Klania, se alzó rápidamente ignorando el dolor de sus músculos. El cuello le crujió al girar la cabeza bruscamente y buscar la silueta del Quimera en el horizonte. El barco se encontraba cercano a la playa y se intuía movimiento en cubierta.

Despertó a varias de las mujeres y juntas se dirigieron hacia el navío en uno de los botes. Cuando llegaron, la capitana subió con agilidad la escalera de cuerda y satisfecha vio que el cornitrio estaba casi vacío. Las mujeres heridas que se podían mover ayudaban en las tareas y aseguraban las ánforas. Las más graves estaban ya  en la bodega aguardando su destino. Si morían en alta mar, tendrían que tirar sus cuerpos por la borda con un trozo de mineral metido en la boca. Así podrían pagar su pasaje al otro mundo.

Cuando entró en su camarote para cambiarse, vio que Tonio estaba de pie, vestido con una túnica limpia. El color gris del atuendo contrastaba con su pálida piel. Tenía el ceño fruncido y su cuerpo irradiaba debilidad.

-Me he equivocado de nuevo- balbuceó el brujo apartando la vista de la mujer- No tenemos tres días… Ya están aquí.

La campana de alerta sonó de inmediato. Klania se abalanzó sobre la puerta y abriéndola de golpe salió corriendo a cubierta.

-¿Qué ocurre?- preguntó a la vigía que había dado la señal de peligro.

-¡Es un barco de guerra!- gritó desesperada la mujer señalando a la lejanía.

La capitana vio cómo un navío desplegaba sus anchas velas negras, aproximándose velozmente hacia su posición.

-¡Maldición! Estamos siempre a su merced- repuso tragando saliva y mirando a su alrededor.

-Tu peto y tu casco, capitana- dijo Tonio con voz neutra.

Klania se giró sorprendida. Allí estaba el brujo de Caeria, con su túnica gris, sus sandalias y su látigo de cuero trenzado que en esos momentos usaba como cinturón.

Le miró al rostro y vio que el hombre sonreía ampliamente. Con la brisa del mar agitando sus escasos cabellos,  y el cuerpo erguido como un junco.

La amenaza del otro barco hizo que la mayoría ignorara por el momento a Tonio. El otro navío estaba muy cerca, y daba muestras de querer embestirlas.

-,Sólo soy un hombre sencillo, Klania susurró el hombre en voz baja, mientras ayudaba a la mujer a ponerse sus protecciones-. Pero también soy un brujo renacido en el favor de la diosa.

La capitana con un gesto brusco señaló a las demás que se armaron y prepararon el barco para la defensa. Las ánforas de aceite rodaron desde las bodegas hasta alcanzar la cubierta. La tripulación llenó bolas de arcilla para poder lanzarlas contra el enemigo.

Con todo ello, el Quimera podría escupir fuego como un mítico ser de leyenda.

La capitana se colocó en vanguardia y dio instrucciones precisas. Sabía que en la playa estarían preparándose varios botes que se dirigirían velozmente hacia el Quimera. Sin el navío estaban perdidas.

Cuando el barco enemigo estuvo lo suficientemente cerca, Klania alzó el brazo. Sus mujeres estaban listas para la batalla. Agarró una de las bolas y prendió su mecha lanzándola con todas sus fuerzas. Con satisfacción vio que la bola caía en un arco perfecto, prendiendo todo lo que tocaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.