Quimera (libro#1- Saga Destino)

Capítulo II

CAPÍTULO II 

 

No confíes en Sebastián.

Con la pequeña nota en sus manos se acercó a su cama sentándose para tratar de ordenar sus pensamientos. << ¿De dónde salió esto?>>, se preguntó. No había visto la nota hasta que descolgó su casaca del perchero, un momento antes de salir de su cuarto para ir a desayunar. No recordaba en qué momento y como logró ese pequeño papel llegar hasta ella. ¿Habrá sido coincidencia? Porque del púnico que sospechaba era de Sebastián, pero él era la causa del porqué de la nota. Entonces…

¿El otro chico con que se toparon?

Imposible. Se veía muy normal, aunque algo en él la hizo sentir aliviada.

Apartando esos pensamientos, decidió salir e ir a desayunar con su padre y hermano. No importaba como llego la nota, lo importante era que ahora estaba segura de que Sebastián no era de plena confianza. Solo tenía que encontrar pruebas para poder desenmascarar al pelirrojo.

<<Podría ser peligroso. >>

Lo sería, sin duda.  Pero algo en ella no quería dejarlo ir, no quería dejar pasar esto.

Adrián se encontraba en la mesa empezando, o más bien dicho acabando, su desayuno. Ese niño comía como si el tiempo se acabara. Ya lo había regañado una vez por eso, el comer tan rápido podía hacerle daño, pero el siendo todo un Adrián, no le hacía caso. De todas formas, lo quería.

Jalo la silla y se sentó a su lado.

— ¿Qué hay de desayunar? —comprobó con la vista lo que su querido padre decidió preparar esa mañana. Pan con huevo frito, palta y mermelada. Bien, nada de quejas hasta que… Un vaso de leche estaba frente a ella y se imaginó que aquel vaso tenía ojos y la miraba con una sonrisa diabólica. ¿Leche? No le gustaba la leche, su padre lo sabía y aun así... — ¿Leche?

—No, pichi. —Bromeó Adrián.

—Ja. Ja. Mira cómo me rio. —Volteando hacia su padre que se estaba al lado suyo, gritó: — ¡Papa! Tú sabes que no me gusta la leche —se quejó.

—Y yo ya te dije una vez que no me importa. La leche tiene calcio que es buena para los huesos…

—Y para que puedas crecer—agregó el menor.

— ¿Qué estas queriendo decir, bicho? —habló con voz cortante.

Él se encogió de hombros y respondió:

—Que tú estás enana.

Con un jadeo que demostraba su indignación, miró a su hermano y dijo: —Para que tú sepas, yo tengo la estura normal, a la comparación de otras que sí están enanas.

—Como tú.

—Te va hacer, bicho, y no te va a gustar.

El solo le saco la lengua. Le encantaba molestar a su hermana, ya que ella lo llamaba bicho él creía que se había ganado el derecho de devolvérsela.

—Solo digo que en unos cuantos años más te pasaré. —Siguió molestándola.

Rafael solo movió su cabeza en negación. Esbozó una lenta sonrisa, amaba a sus hijos. Ellos eran su razón de vivir, y si alguien le preguntara si extrañaba a su esposa, el respondería que sí… Pero sus hijos eran una parte maravillosa que ella le había regalado haciendo de sus días recuerdos felices hasta el momento en que él se reencontrase con su esposa.

No los cambiaría por nada.

— ¿Vas a quedarte hoy en la academia, hija?

—Sí. Ya van a tomar un examen para ver que tal estamos. La otra vez saque un puntaje muy bajo, y eso que estudie.

—Bueno, no necesitas esforzarte tanto al punto de llegar a cansarte. A veces es bueno relajarse un poco.

—Tomaré tu consejo.

— ¿Ya terminaron? —Ambos asintieron—. Rani ándate a cepillar y tú André si tienes tarea termínala y no olvides de almorzar correctamente antes de ir al colegio.

Hermana y hermano se miraron. Bueno con la comida de papá nadie querría alimentarse bien, pero como a Adrián si le gustaba lo más probable era que se acabara toda la olla. Se felicitó por haber decidido quedarse en la academia.

Amaba a su padre, pero no a su comida.

 

No perdió el tiempo en lograr sentarse a su lado. Había decidió que averiguaría si o si en qué manera estaba involucrada Rani con respecto a su caso. No iba a ignorar más el hecho de que su aparición lo preocupaba y mucho. Si ella tenía que decir algo sobre él al estar fugitivo, la haría hablar sí o sí. Los días que no se habían dirigido palabra alguna, antes de que él se diera cuenta de que ella no lo reconocía, no importaban. Ahora era el momento para conseguir un poco de su confianza, mentirle y sí ella pensaba entregarlo… Matarla.

Rani quería morirse. No era posible que Sebastián haya decidió sentarse a su lado. Ya con solo la nota que encontró esa mañana le confirmaba que él no era fiable, al estar cerca de él lo volvió a comprobar. La hizo sentir nerviosa y con unas ganas de querer golpearlo para alejarlo. La desconfianza natural en ella la obligaba a mantenerse en alerta y no dejar que la confundiera en lo que probablemente el planeaba.

Esa sonrisa que le mostraba no era más que una farsa, una en la que él quería atraparla.

¿Para qué?

Ni idea.

Apretó con fuerza su lapicero en su mano derecha, hasta el punto de casi llegar a romperlo. Lo soltó sorprendiendo a si misma de su fuerza. No era que fuera difícil romper un lapicero solo que al momento de la tensión sintió como aquel objeto se desestabilizaba en sus dedos.

Acercándose más, ella lo saludó con una sonrisa forzada y nerviosa que no tardó en ocultar.

—Hola.

—Hola. —Levantó una ceja esperando que continuara—. Decidí que ya era tiempo de que tú y yo nos conociéramos más, es decir, en todo el año solo nos hemos dirigido unas cuantas palabras. No cuenta los saludos ni despedidas.

<<Sí, claro>>

—Entiendo. Lo que no entiendo es porque te sientas en el lugar de Brenda, ese es su sitio y no…—él la interrumpió levantando una mano.

—Creo que aquel que llegue temprano es dueño del asiento que crea conveniente. Sentado allá atrás no veía muy bien. —No podía negarle eso, ella también varias veces había ocupado el lugar de otro usando la excusa de haber llegado temprano. Al verla aceptar su explicación, se acomodó y sonrió. —No me negaras que tú también lo has hecho.




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