Química Inevitable

Noticia de alto riesgo

Si hay algo que odio más que las uñas mal pintadas, son los nerds que se creen superiores por saber mezclar químicos.

Y sí, estoy hablando de Cameron Sun.

—Literal me dijo “hueca” —murmuré, aún indignada, mientras mordisqueaba una uva del brunch orgánico que me preparó el chef del instituto—. Solo porque hojeaba Vogue Italia mientras él hacía... lo que sea que hiciera en esa asquerosa mezcla azul.

—Te habló como si te detestara —añadió Lilith con un puchero—. Qué tipo tan pedante

La miré, cruzando las piernas con elegancia.

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Estaba cerca. Escuché cuando te llamó “superficial” por no querer revolver el líquido ese asqueroso con olor a… no sé, a ciencia barata.

—¡Y encima ni se disculpó! —bufó Kiara—. es de lo peor. Es un arrogante con complejo de genio. ¿Quién se cree que es para tratarte así, Ali?

—Total —apoyó Nerissa—. O sea, ni siquiera viste el resultado, y aún así él se enfadó porque tú “no estabas aportando”. Por favor, ¿acaso alguien le explicó que tu rostro vale más que su existencia?

—El chico es un suicidio social—añadió Lilith de pronto—. Pero… es medio atractivo. ¿Ya vieron su mandíbula definida y su nariz perfilada?

...

Las tres la miramos como si acabara de confesar que usaba sandalias con calcetines.

—¿¡Qué!? ¡No! ¡Retiro lo dicho! —se corrigió de inmediato, agitando las manos—. Tiene como... una vibra rara. Eso quise decir.

—Gracias —dije, rodando los ojos y acomodando mis gafas Chanel—. El mundo necesita menos confusión, más estilo. Y hablando de estilo...

Las tres se acercaron automáticamente. Sabían lo que venía.

—Mi cumpleaños dieciocho —anuncié con una sonrisa digna de portada—. Faltan ocho meses. Ocho. Pero ya está todo pedido: vestidos, decoraciones, luces, escenarios temáticos... estoy en shock de que aún no encuentro a alguien que entienda mi visión para las invitaciones. Las quiero tipo... editorial de moda mezclada con realeza futurista. ¿Por qué es tan difícil?

—Es que tu mente está en otro nivel —dijo Kiara, dramática—. Cuando te lleguen los paquetes, por favor, mándanos fotos de todo. Necesito ver los detalles.

—Obvio. Vienen cosas de París, Milán y Tokio. Hoy llegan —dije, como quien habla del clima.

Y justo en ese momento, mi iPhone vibró.

Mamá.

Fruncí el ceño. Mamá jamás me llamaba a esta hora. Sabía perfectamente que estaba en el receso. Supuse que serían los paquetes.

—Un momento —les dije a las chicas, alejándome con pasos controlados y elegantes, como siempre.

—¿Mamá?

—Ali… ven a casa. Ya. Es urgente —dijo ella con la voz quebrada.

Me detuve. Un mal presentimiento se instaló en mi pecho.

—¿Qué? ¿Qué pasó? ¿No llegaron las cajas o qué?

—Por favor. Solo ven. Te lo explicaré cuando estés aquí.

Y colgó.

Me quedé parada unos segundos. No me gustaba nada ese tono. Mamá era muchas cosas: intensa, dramática, exagerada… pero rota, no.

—Chicas, tengo que irme. Drama de último minuto.

—¿No es muy temprano para irte? —bromeó Lilith, pero yo ya caminaba hacia la entrada, intentando no pensar en lo que podía ser tan urgente como para arruinar mi día.

Cuando salí, mi nivel de furia aumentó.No estaba el auto. No estaba el chófer.Mi chófer de siempre, Arnold, no me fallaba jamás. ¿Dónde demonios estaba?

Ni siquiera el suplente.

—¿Pero qué…? —mascullé, sacando mi celular para marcar. Nadie respondía. Bufé. ¿Ahora qué? ¿Tenía que tomar un Uber? ¿Un auto común? El asco me subió por la garganta.

Al final tuve que irme en un auto cualquiera, en donde el asiento olía a desinfectante barato y el conductor llevaba un llavero de Bob Esponja colgando. Casi vomito. Obviamente limpié la silla antes de sentarme con una toallita que siempre llevo por si me tocaba sentarme en lugares “poco sanitarios”.

Todo esto era culpa de mi madre. No podía ni tener un mal día normal.

Cuando llegué, no hubo música de fondo. No hubo aroma a flores frescas.Solo el eco de mis tacones golpeando el mármol y el silencio espeso que me apretaba el pecho.

Y ahí estaba mamá.

Sentada en el sofá, con el rostro destrozado, como si hubiera envejecido veinte años en una tarde.

—Mamá —dije, dejando mi bolso de marca en el suelo—. ¿Qué está pasando?

Me miró. Y por primera vez en mi vida, sentí miedo.

—Tu papá fue arrestado —soltó de golpe—. Por… supuesto lavado de dinero. Y… y hay deudas, Ali. Deudas grandes que nadie sabía. Tenemos que vender la casa. Los autos. Todo.

Mi mundo se detuvo. Sentí el corazón en el estómago.

—¿Qué estás diciendo? ¡¿Qué tipo de broma es esta?!

—No es una broma. Vamos a mudarnos. A un vecindario normal. Y… voy a empezar a trabajar como mesera. Pero tú seguirás en St. Delphine. Al menos este año… ya estaba pagado. Pero todo lo demás… desaparece.

Mis labios se separaron, pero no salió ningún sonido.

—¿Qué… estás… diciendo? —balbuceé—. ¿Papá… preso? ¿Una casa... común? ¿Una mesera? ¡Esto no puede estar pasando!

Me puse de pie, histérica, y mi voz rebotó contra los muros de mármol.

—¡Yo tengo una fiesta en ocho meses! ¡INVITACIONES QUE MANDAR! ¡UNAS AMIGAS! ¡UN NOMBRE QUE CUIDAR! ¡MAMÁ, POR DIOS!

—Lo siento, Ali… —musitó mi madre, con lágrimas en las mejillas—. Lo siento tanto…

—¿¡Qué dirá la gente.... que pensaran mis amigas!?

—Alizée, por favor... entiende que esto es más grave que la opinión de las personas, estoy segura que tus amigas lo entenderán, y si no lo hacen, tal vez no son buenas amigas—

—¡NO LO ENTIENDO! ¡NO QUIERO ENTENDERLO!

Corrí escaleras arriba. Sentía que el mundo giraba demasiado rápido y yo no tenía dónde sujetarme. Abrí la puerta de mi habitación, cerrándola con fuerza, y me lancé a la cama.

Me aferré al enorme oso rosado que papá me regaló en mi cumpleaños número quince y lloré. Lloré como si las lágrimas pudieran limpiar todo. Como si llorar me devolviera lo que era mío.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.