Química Inevitable

Cerca

Narrado por Cameron

No tengo idea de por qué acepté ese trato con Alizée Royce. Tal vez fue porque estaba cansado de discutir. O tal vez… porque sus ojos, tan condenadamente claros, se clavaron en mí de una forma en la que nadie lo ha hecho últimamente.

Y eso me incomodó.

Camino en silencio mientras dejo atrás esa casa que no pega con ella. No es lo que uno esperaría de la reina del instituto. Hay una grieta en la pared principal, y un olor a polvo que se colaba desde la cocina. No era su mundo. Y sin embargo, ahí estaba ella… usando un top ajustado y mirando al cartero como si estuviera en una película adolescente.

Una risa seca se me escapa.

No tiene sentido. Todo lo que hace no lo tiene. Me odia, me besa. Me ignora, luego quiere ser mi amiga. Me amenaza… y al minuto siguiente me lanza una sonrisa de “niña buena”.

¿Qué se supone que haga con eso?

Doblo la esquina de su calle y me detengo frente al buzón oxidado de un edificio. Me quedo quieto. Estoy pensando en su perfume. En el detalle casi imperceptible de su voz bajando de tono cuando está nerviosa.

¿Desde cuándo me fijo en eso?

Niego con la cabeza. No. No es una buena idea. Ella es un problema. Uno de esos que vienen con lápiz labial, sin neuronas y guerra mental incluida.

Y sin embargo, algo en su mirada me persigue. Esa forma en la que me vio justo antes de que le dijera que solo serían dos semanas. Como si... como si creyera que con eso le estaba dando algo importante.

Apenas estoy por insertar la correspondencia en aquel buzon, cuando escucho pasos rápidos detrás de mí.

—¿Tienes algo para mí, Sun? —una voz conocida, agria.

No alcanzo a reaccionar. Dos tipos. Caras conocidas. Lo de siempre.

El primer golpe me da en el estómago. El segundo en la mandíbula. No me caigo, pero me tambaleo. La adrenalina me sube como una corriente helada.

—Tienes hasta la próxima semana para pagarme los 2500 dolares que te presté. No me hagas buscarte otra vez —escupe el más bajo mientras me empujan contra la pared.

—Cuenta con eso—mascullo, escupiendo sangre.

Se ríen y se van en una motocicleta mientras yo me deslizo hasta quedar sentado en el suelo, apoyado contra el concreto, la cabeza gacha.

Perfecto. Lo que necesitaba para acabar el día.

Mi respiración es lenta. No pienso llamar a nadie. Me lo busqué. Por idiota. Por creer que podía con todo solo.

—¡Mamá, espera, se te cayó la carpeta! —una voz femenina, aguda, interrumpe mis pensamientos.

Y entonces…

—¿Cameron?

Dios. No.

Levanto la vista. Alizée Royce está parada frente a mí, con el sol dándole en la espalda como si fuera una aparición divina. Su mamá está un poco más atrás, cargando unos papeles y un bolso.

—¿Qué te pasó? —pregunta acercándose.

—No es tu problema —gruño.

Intento ponerme de pie, pero me mareo. Ella me sujeta antes de que caiga otra vez.

—No seas imbécil, deja de hacerte el duro —me dice con ese tono sarcástico que le sale tan natural.

—Déjame, Royce.

—Sí, claro. Déjame tirado en el suelo como si no tuviera nada mejor que hacer. ¿Y si alguien más te encuentra? ¿Y si tu orgullo te mata? —su voz está llena de burla, pero sus ojos… no.

No entiendo. ¿Por qué me mira así?

Y, por supuesto, no la entiendo. Pero me dejo ayudar. Me deja apoyarme en ella —demasiado cerca, maldita sea— y me guía hasta su casa. Su madre no pregunta nada. Solo nos mira, preocupada, pero no dice una sola palabra.

—Mi habitación está desordenada, así que vas al sofá —dice ella, quitándose los zapatos de plataforma y caminando como si tuviera el control de todo.

Apenas me dejo caer, lanza una bolsa de hielo hacia mi rostro.

—No te encariñes, esto no significa que me caes bien.

Sonrió.

—Tranquila, princesa. El sentimiento es mutuo.

Ella no dice nada. Solo se queda mirándome. No con lástima. Con otra cosa. Algo que no puedo descifrar.

Y eso, por alguna razón, me asusta más que los golpes de hace unos minutos.

Me acomodo el hielo en la mejilla con un leve quejido. El frío me ayuda a mantenerme despierto, a no pensar demasiado en lo ridículo de mi situación: golpeado, tirado en el sofá de la chica más improbable, siendo cuidado por ella… y tratando de convencerme de que no me importa.

Alizée se sienta a mi lado. Demasiado cerca otra vez. Huele a champú caro y a ese perfume ligero que siempre deja en el aire como si quisiera quedarse en el espacio incluso después de marcharse.

—¿Qué ocurrió? —pregunta.

No vacilo. No con ella. Mentir es más seguro.

—Intentaron asaltarme —respondo, fingiendo indiferencia.

Ella me mira. Fijamente. Como si pudiera escanear mi cara y leer las líneas ocultas entre mis palabras. Su mirada se vuelve más suave, más... molesta, porque no puedo evitar perderme en ella por un segundo. Azul claro. Como un cielo de invierno.

El sonido de mi celular me salva. O eso pensé.

Lo saco del bolsillo. Lilith.

Genial. Justo ahora.

Antes de que pueda levantarme, noto cómo Alizée se fija en la pantalla. Su expresión cambia. Se tensa. No dice nada al principio. Luego, sin mirarme, lanza la bomba:

—¿Estás saliendo con Lilith?

Me río. No pude evitarlo. Su tono no fue casual. Fue... ¿celoso? No, no puede ser.

—¿Con Lilith? No. No es mi tipo —respondo con una media sonrisa. Luego añado con sarcasmo—: Me estresan las chicas mimadas que creen que todos giramos a su alrededor.

Ella ríe. De verdad. Un sonido genuino.

—¿Y yo? —pregunta, girando el rostro hacia mí—. ¿Tendría alguna oportunidad?

No fue en tono de broma. Ni sarcástico. Fue… sincero.

Y eso me jodió el cerebro.

No supe qué decir. Por primera vez en días, sentí que no tenía las respuestas correctas. Me quedé mirándola como un idiota, y por suerte, el celular volvió a sonar.

Esta vez, lo tomé como una excusa perfecta. Me levanté, me alejé unos pasos hacia la puerta.




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