Química Irresistible ©

Capítulo 5

 

Capítulo 5: Palabras Que Matan.

 

ROSIE.

 



 

¿Nunca les ha pasado que sus cerebros se apagan durante segundos en los que en verdad la necesitas?

Bueno, sí ese es el hecho, bienvenida a la familia. Y deja de culparte, es hereditario.

En ese preciso momento en que los fornidos, fibrosos y venosos brazos de Micah Janssen rodean mi cuerpo para evitar que pueda caerme de pompas contra el suelo, mi cerebro ha dejado de funcionar de una manera inexplicable.

Y por más que mande ordenes al aparato pensante incrustado en mi cráneo exigiéndole que me aparte, éste parece haberse quedado congelado sin tener la más mínima intención de volver a funcionar.

‹‹¿Qué coños te sucede, Rosarie? ¡Reatzionaaaa!›› me cacheteo mentalmente.

Por un instante, todo lo que me rodea se vuelve tan superficial como mi respiración; me transporto a otra dimensión olvidándome por completo de que aún permanezco en la fiesta, Mikhail sigue de pie junto a la puerta del baño mirándonos sonriente mientras que Micah me mira a través de sus espesas pestañas que bien podrían suscitar la envidia de cualquier mujer.

Y, de pronto, la realidad me golpea.

Trato de moverme entre sus brazos para apartarme e imponer distancia mientras me esmero por recuperar el equilibrio, además de la estabilidad mental que he perdido en el camino hasta los suspirantes brazos del castaño.

Él oprime los labios pero no me dice nada al respecto. Sus verdosos orificios siguen cada uno de mis movimientos haciéndome sentir nerviosa, y de cierto modo, torpe.

E inútil, agrega la Rosie nauseabunda que habita en mi interior.

Reconozco el sentimiento que me invade al instante, se trata de un huracán de nervios que arrasa con cada folículo de mi organismo. Medito sobre lo que debería decir para parecer menos tonta, pero las palabras se han atorado en la punta de mi miembro bucal.

Su vista inspecciona mi vestido con la todavía latente mancha amarillenta en medio de la tela, y un atisbo de sonrisa surca en medio de sus rosados labios.

—Creo que... —señala la mancha con su dedo índice, y noto el esfuerzo que realiza por no burlarse de lo que me ha pasado. Idiota, quiero decirle pero me muerdo el interior de la mejilla para evitarlo—. Ven conmigo. —suelta asemejándose más a un mandato que a una propuesta.

La espalda del castaño se pierde entre uno de los pasillos colindantes que convergen con el salón oscuro. Paso del rubio de los ojos azules que me dedica una sonrisa picarona sin hacer comentarios.

No entiendo por qué demonios ando detrás de los pasos de Micah después de todas las diferencias que hemos tenido últimamente.

Micah y yo chocamos más que los carros chocones de la feria.

Él sube los peldaños de una escalera lúgubre, y me esfuerzo por no dar un mal paso e irme hacia atrás. Cuando me percato de lo que estoy haciendo, es demasiado tarde. Nos detenemos frente a una puerta blanca del mismo color que las puertas en el edificio de las chicas del campus. Él rueda el pomo, y se gira en mi dirección. Hace un ademán para que entre primero, y sin refutar, me adentro a la habitación. Es masculina, y hay alrededor de cuatro camas parecidas a las de la habitación que comparto con Mecha y las gemelas.

Él enciende el interruptor de la luz a mis espaldas, concediéndome tiempo para examinar la habitación.

De inmediato, caigo en cuenta de que estamos solos en una habitación, y aunque confío en el respeto de Micah hacia las mujeres, no me fío en mi reacción al estar sin compañía con él...en una misma habitación... a cientos de millas de mi madre.

Micah entra en el baño sin soltar una sola palabra. Una sensación que se me resulta insostenible me embarga con fervor. Siento un pulular en cada una de mis extremidades y solo deseo aventar mi cuerpo de la ventana.

Tranquilízate, no habrá postre esta noche.

¿Postre? ¿Huh?

—Ten, ponte esto. —me sobresalto en el momento en el que su profunda voz alcanza mis oídos. Centro mi mirada en él, y veo que me tiende una camiseta, aparentemente, grande de color gris.

La recibo sin tener la más mínima idea de qué insinúa que debo hacer con ella. Y, por infortunio, toma mi incertidumbre como respuesta.

—¿Qué debo hacer con ella? —pregunto, apretando la yema de mis dedos sobre el cuello de la camiseta. Siento que me tiemblan los parpados, y eso me exaspera.

Él medio sonríe con evidente burla. —Ponerla en tus pies. ¿Qué demonios haces tú con las camisetas, Rosie?

Tardo en comprender que quiere reemplazar el vestido húmedo e irritante sobre la piel con su camiseta con el logo de la universidad. Muevo la cabeza, y mi vista se incrusta sobre la tela.

Debo admitir que me sorprende el hecho de que Micah me haya traído a su habitación solo para brindarme caridad.

¿A caso está el castaño preocupándose por mí?

Un Micah Janssen preocupado es algo que no se ve todos los días.




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