Química Irresistible ©

Capítulo 16

 

Capítulo 16: Diez Razones.

 

MICAH.

 

El rostro de caperucita se descompone de inmediato. Empiezo a preocuparme de lo que sea que pude haber dicho fuese tan perturbador que la ha hecho enmudecer.

Entonces, se echa a reír largando sonoras y estrepitosas carcajadas que llaman la atención de la encarga de la biblioteca. Sus ojos marrones como el chocolate brillan con la misma intensidad de un par de estrellas.

Sí, se ríe como una loca frente a mí.

¿Le parece divertido? ¿Por qué a mí no me parece divertido?

Frunzo los labios. Ella para de reírse, y se toma un mechón de cabello castaño atrayéndolo hacia el frente de su rostro. Le acabo de confesar que me importa de alguna extraña manera y ella solo… se ríe. ¡Caramba! ¡No me lo esperaba en lo absoluto! Pongo los ojos en blanco en el interior de mi cabeza a sabiendas de que nadie puede verme.

Caperucita se detiene. Se aparta las manos del rostro y pasa a mirarme recelosa. Sus curiosas orbes, saltarinas evaluando cada reacción que se acomoda en mi rostro.

Luego, se aclara la garganta bruscamente.

—Perdona. No he entendido bien lo que has querido decirme. ¿Podrías, por favor, no repetirlo nunca jamás? —suelta antes de aferrar su mochila bien a su brazo, y tratar de escapar.

Una vez más, lo impido; curvando mis dedos alrededor de su delicada muñeca tan pálida como la mismísima nieve.

—¿Cuál es tu problema, Rosie? ¿Por qué te sorprende tanto que pueda sentir algún sentimiento por ti? ¿Por qué te clausuras de esta manera? —las interrogantes fluyen como agua cristalina a través de la corriente. Me enerva la sangre cada vez que se comporta tan egoísta. Ella no es la única que podría salir lastimada en una relación, si eso es a lo que tanto le teme.

Su mirada cae sobre la mía. No puedo siquiera intuir que cosas se cruzan por su cabeza. Ella presiona los labios con fuerza como si pidiese a gritos que alguien la despierte de la peor de las pesadillas.

Sabía que algo como esto podría suceder cuando me armé de valor para confesarle que me atraía de alguna manera porque… ¡Me enloquece estar tan cerca de ella sin poder pensar en cualquier otra cosa que no sean sus labios!

Joder, Micah. Estás jodidamente perdido, compañero.

Ni hablar.

Me enferma la manera en la que mi pulso cardiaco se dispara cada vez que nos besamos. Y aunque en un principio solo trataba de auto convencerme de que solo era pura atracción, la química entre los dos se vuelve cada beso más fuerte, y ya hemos compartido unos cuantos.

Por mucho que ella se esmere en negarlo o rechazarme, sé que desea esto tanto como creo desearlo, sólo debe permitirse sentir por una jodida vez en su vida.

Rosie es una chica con muchas estructuras. Sabe cuantos pasos hay desde su casa hasta la estación de bus. Sabe que el amor apesta, y sabe que los chicos solo pueden traerle desperfectos a su vida perfecta.

Sabía, desde el primer beso que nos dimos, que concederme sentir algo más que atracción por Rosie Hamilton solo sería como intentar lanzarme de un helicóptero sin paracaídas a sabiendas de que en tierra firme solo me espera un campo de púas.

Ella se muerde el labio inferior, y… ¡Joder, me enloquece!

—Si estás jugando a alguna clase de juegos o apuestas de esas que hacen ustedes los chicos quiero que sepas que ya me he leído millones de libros de ese estilo y no planeo ser otra Tessa Young.

Su respuesta me hace sonreír, pero trato de evitarlo a toda costa. Lo menos que deseo es que piense que ha acertado.

—¿Qué clase de libros leen ustedes las chicas? —la extrañeza latente en medio de mi voz es inconfundible.

Ella ladea la cabeza hacia cada lado.

—Nos gustan los dramas amorosos —se encoge de hombros, y consigo avistar al fantasma de una sonrisa subir hasta sus labios—. No caeré, Micah Janssen.

Me lanza una mirada que… ¡Si las miradas mortales generaran dinero… Caperucita sería la dueña del bosque!

Es momento de madurar, Janssen.

—¿Por qué no te animas a vivir tu propio drama amoroso en lugar de estar suspirando por los dramas amorosos de las demás chicas como una reverenda idiota? —su nariz se arruga y sus labios se separan con indignación. La he cagado. ¡Di algo rápido, idiota!—, la más hermosa de las idiotas, lógicamente. —le guiño un ojo, y ella aprieta el labio inferior entre sus alineados dientes.

—No.

Su respuesta sigue siendo la misma, y a juzgar por sus antecedentes, convencerla de darme una oportunidad me podría llevar inclusive… toda la eternidad.

Solo espero que los dos hayamos sido lo suficientemente santitos como para ir al paraíso del Edén juntitos, y poder continuar con mi misión imposible.

No acabo de pensar eso. Este, claramente, no he sido yo.

—¡Rosie! ¿Por qué no?

Ella sale de la biblioteca. Puedo ver su expresión de solemnidad que suele arraigarse a cada centímetro de su contorneado rostro. Camina sin mirarme. El sonido de sus fuertes pisadas aturdiéndome por completo.




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