Química Irresistible ©

Capítulo 20

 

Capítulo 20: Indecoroso.

 

ROSIE.

 

 

 

Si me preguntaran sí me gustan las sorpresas; y me pidieran que levante la mano en caso de que mi respuesta sea afirmativa, sinceramente no movería ni un solo dedo. Siempre he odiado que las personas me sorprendan, y encontrarme con mi madre después de una casi alucinante velada romántica no hace más que asustar a mi asustadizo corazón.

Oh, Rosarie. Estás en graves problemas.

¿Cómo explicarle a mi solemne e impoluta madre que he pasado la noche con un chico? Y peor aún, ¿cómo decirle que ese chico ha sido uno de los hijos de la señora Janssen? Se han odiado desde niñas; por lo que entiendo.

Me quedo sin habla con la boca completamente seca.

—Eh… estaba en… la habitación de una amiga. ¿No es así, Mecha? —se me ocurre formular. Busco refugio en Mecha, y ella mueve la cabeza de arriba abajo como si fuese uno de esos gatos en algunas tiendas asiáticas.

Mi madre estira los labios pero no precisamente en una sonrisa, más bien en una mueca que me indica que no me cree en lo absoluto.

—¿Qué amiga? —pregunta sin suprimir el ceño fruncido.

Oh, ¿es en serio, madre? Ya no tengo ocho años. No puede controlar mi vida a su antojo como cuando era una niña.

Sin embargo, pintando una inocente sonrisa, decido responder:

—Micaela. Sip, madre. Estaba en la habitación de Micaela. —Oh, Micaela. Si supieras que te has convertido en mi nueva mejor amiga.

Mamá alza las cejas, y traslada su mirada hacia la de Mecha. Por su parte, Mecha sonríe con complicidad, y mamá se gira hacia mí, otra vez.

Emite un suspiro exhaustivo antes de proceder a dejarse caer sobre mi cama. Siempre manteniendo la elegancia en cada una de sus acciones. Un alivio se propaga desde mis hombros de inmediato. He estado así de cerca de meter la pata con mis mentiras.

¿Cuándo en mi vida imaginé que iba a estar escondiendo a Micah Janssen de mi madre?

—¿Cuándo has llegado, madre? No me avisaste que vendrías; me pillas desprevenida, no te esperaba por aquí —me sincero, sentándome en la silla del escritorio a una prudente distancia de ella.

Sí, puede que actúe como si me amedrentara, y, ¿para qué negarlo?  Mi madre me atemoriza por completo.

—Esa era la idea. Pillarte infraganti en medio de la acción, Rosarie. —posa su mirada sobre la mía. Su expresión es fría e inexpresiva. Como si solo pudiese tener la capacidad de difundir temor en quienes mira.

Un escalofrío me recorre la médula espinal; pero me las apaño para ocultar mi nerviosismo.

—¿Por qué me encontrarías en medio de la acción, madre? —me río un poco nerviosa—. Solo he venido a estudiar, y nada podría hacerme desorientar de lo que he venido a hacer aquí.

—Es bueno saber que no te has perdido, aún —murmura haciendo un notorio énfasis en la palabra ‹‹aún››. No puedo evitar sentirme un tanto decepcionada.

Desde que tengo memoria, siempre me he esmerado en ser la chica perfecta. Sacar notas perfectas. Tener el comportamiento perfecto. El futuro perfecto. Siempre siendo perfecta en todo lo que hago. Cuando vivía con mis padres, apenas asomaba la cabeza fuera de casa. Me sentía atrapada en mi propia casa. Me sentía cohibida por mi propia familia.

Irme de casa fue, aparentemente, mi escape de aquella prisión. Fue el inicio de este largo camino para descubrir quién soy realmente y quién quiero ser.

Traslado la mirada hacia mis zapatillas, sintiendo una leve punzada de tristeza en el estomago.

—Bueno… ¿cómo está el señor Hamilton, señora Hamilton? —pregunta Mecha en un notorio intento de aligerar la tensión en el ambiente.

Mi madre exhala un sonoro suspiro antes de dirigir su mirada hacia sus uñas perfectamente esmaltadas.

—Excelente, Mercedes. ¿Cómo ha estado tu madre? ¿Sigue con esa… la pastelería? ¿Todavía existe eso? —dice con desdén.

Me froto los ojos con las palmas de las manos. Mamá siempre tan despectiva. A pesar de las excelentes notas académicas de Mecha, nunca aprobó al cien por ciento nuestra amistad. Ella siempre pensó que no entrabamos en los mismos estándares sociales.

Creo que es el peor defecto de mi madre; mirar a los demás como si estuviesen por debajo de sus pies.

Mecha pinta una sonrisa incomoda en los labios pero asiente.

—Sí, por supuesto que existe aún, señora Hamilton. Seguimos siendo los panes calientes más famosos del condado, ¿eh? —Mecha levanta su brazo mostrando su músculo como señal de fuerza.

Mamá tuerce los labios, y se pone de pie asintiendo. Se nota a leguas que no le interesa en lo más mínimo lo que acaba de responder Mecha, y lo que más me enfada es que sea tan indiscreta en no esconder su verdadera cara. Ella se dirige a mí al cabo de unos segundos.




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