Capítulo 21: Paseos Nocturnos.
MICAH.
Las mujeres suelen decir que los hombres somos los complicados… pero, ey, hermanas, ¿no se han mirado en un espejo? ¡Sus actitudes infantiles son las que nos vuelven complicados!
Solo trataba de hacerle un favor a Rosie. Ella tiene un contundente espíritu de liderazgo, sería la presidenta perfecta del curso; solo que su exagerada personalidad testaruda hace que todos los favores terminen convirtiéndose en una seria tragedia. ¿Por qué no puede ver lo mismo que yo veo en ella? ¿Por qué, Rosie?
Con Kiara todo era más fácil… pero nos hundimos en la monotonía de la relación. Con Rosie todo es complicado… pero lo complicado es irresistible. Creo que esa es la razón por la cual no he doblado las manos aún.
Mikhail se encuentra tumbado sobre su cama con la portátil en las manos mientras sostiene una videollamada con Kathleen, en Estados Unidos. Son alrededor de las seis de la tarde por lo que debe ser de mañana en la ciudad en la que se encuentra Kath. Me siento a su lado intentando dormir pero sus estrepitosas risas no me permiten pegar un solo parpado.
—¿Podrían hacer un poco de silencio? Hay una persona tratando de conciliar el sueño aquí, ¿saben? —les pido a los dos.
—Oh. ¿Estás con alguien más, Mikhail?
Mikhail rueda los ojos, y me enfoca en medio de la cámara de la portátil.
—Solo es Micah. Creo que está en sus días. Ha estado actuando de lo más insoportable —le lanzo una mirada mordaz al rubio, y escucho las risas de Kathleen al otro lado de la cámara.
¿Cómo pueden mantener una relación a tantos kilómetros de distancia sin sentirse abrumados? Una de las razones por las que Kiara accedió a estudiar en Cambridge fue para mantenernos cerca el uno del otro. Un pinchazo de remordimiento me pincha en el estomago cuando reflexiono sobre ello.
—Mi Janssen preferido, cuéntale a tu tía Isabel qué te sucede —canturrea Kath con voz melosa. Me incorporo sobre el colchón y le hago frente a la portátil para tener una mejor conversación—. ¿A caso se trata de alguna señorita ‹‹perfección››? —Kath alza las cejas, y enseguida le dirijo la mirada a Mikhail. Entiendo lo que ha querido decirme tácitamente.
Mikhail encorva los hombros, y oprime los labios para suprimir una sonrisa que lo delate.
—Puede que sí. Solo… no lo sé. Es complicado, Cenicienta. Me confunden sus acciones. Un día me odia; al otro día me besa y me sonríe como si sintiera alguna cosa por mí; luego vuelve a odiarme, y un ciclo que no hace más que repetirse, y repetirse hasta el cansancio.
Kathleen junta los labios, asintiendo.
—Ya veo. ¿No le has preguntado qué es lo que siente exactamente por ti?
Meneo la cabeza en silencio. Siempre he sido honesto con ella. Le he demostrado que ella sí significa algo para mí, pero Rosie nunca me ha dado indicios de lo que sospecho siente por mí.
¿Sientes algo por mí, Caperucita? ¿Sientes algo por alguien, al menos?
—Supongo que no he tenido la oportunidad. Ella es demasiado… complicada. Sin embargo, arrancármela de la cabeza es mucho más complicado a intentar que me dé una oportunidad de entrar en su vida.
—Me gusta que luches por estar con ella, Micah; pero no olvides que si no te permite entrar en su vida, quizás, ella tampoco debería entrar en la tuya. Solo… no te martirices tanto. —dice antes de despedirse para marcharse a la universidad.
Sí, Cenicienta. Puede que tengas razón pero… aunque sé que no debo, nada ha podido permitir que salga de mi cabeza desde aquella noche en la alberca.
Ella ha estado en mi memoria desde ese segundo, y a medida que avanza el tiempo, solo se entierra incluso más en mi piel.
¿Estás dispuesto a intentarlo una vez más?
(…)
Lo pienso más de cinco veces antes de estampar mis nudillos contra la puerta de su habitación. El silencio en su interior me conduce a pensar que probablemente no se halla en la habitación, pero debo luchar con todas mis fuerzas para no salir corriendo del edificio de chicas en el campus.
Algunas chicas que transitan por los pasillos se detienen a mirarme, y a preguntarse qué demonios hago plantado en esa puerta discutiendo conmigo mismo sobre si tocar o marcharme y olvidarme de Rosie para siempre. Restregándome la cara, un suspiro ahogado abandona mis labios; cuando, de pronto, la puerta frente a mí se abre haciéndome perder el equilibrio y abalanzarme hacia adelante estrellándome contra su cuerpo.
Ella emite un gritito, y pierde el equilibrio terminando sobre el suelo, y por ende, termino justo encima de ella y entre sus piernas.
—Hey, Rosie —la saludo deteniéndome sobre su mirada castaña. En esta posición puedo sentir su corazón latiendo acelerado debajo del mío.
Rosie separa los labios, y enarca las dos cejas. Sus ojos estáticos sobre los míos como si por un segundo, algún fugaz estremecimiento se apoderara de su cuerpo.