Química Irresistible ©

Capítulo 27

 

Capítulo 27: Como Un Ángel.

 

ROSIE.

 

—¡No puedo creer que me hayas hecho un chupón en el cuello! No tienes ni la menor idea de lo que se ideó Mecha en su cabeza cuando llegué a la habitación con esa enorme mancha morada en el cuello.

Micah no hace más que reír mientras me escucha con atención, y me dirige furtivas miraditas por el rabillo de su ojo cetrino. Me encanta escucharle reír, pero no puedo pasar por alto el remolino de nervios que colapsa en mi estomago.

—Pudo ser insuficiencia vitamínica, Rosie. No puedes echarme la culpa de todo lo que te anda mal —replica sin apartar su mirada de la autopista.

¿Insuficiencia vitamínica?

Si mi madre escuchase esa excusa me obligaría a ir a la iglesia cada día del resto de mis días. Una pequeña parte de mí intuye que mi madre tiene miedo de que pueda cometer los mismos errores que ella pudo haber cometido en su juventud. No somos iguales. Trato de convencerme de ello, pero sigo sintiendo un ligero cosquilleo en la espina dorsal cada vez que la apunto a ella de villana mientras me digo a mí misma que no puedo cometer errores.

Todos los seres humanos estamos destinados a cometer errores.

Claro. Depende de nosotros seguir cometiendo los mismos errores que nos estropearon la vida alguna vez en lugar de avanzar.

Micah me ha invitado a salir, y aunque traté de resistirme como siempre hago cuando se trata del enigmático castaño de ojos verdosos, no conseguí salir ilesa esta vez. Siempre encuentra la manera de hacerme torcer el brazo. Siempre encuentra la manera de quebrantar mis murallas. Siempre encuentra la manera de hacerme regresar derechito a sus brazos.

Ruedo los ojos antes de regresar la mirada a la autopista atestada de autos por la que transitamos. El clima en el exterior está evidentemente helado, lo que causa que las ventanillas del auto se llenen de nubarrones grisáceos. La calefacción está encendida; no obstante, el frío sigue causando estragos en mi cuerpo.

Una cadenciosa melodía resuena en los altavoces de la camioneta estrechando la ansiedad que me origina estar a solas con él. Me martiriza estar en un mismo espacio tan cerca, y saber que el autocontrol me decepciona cuando se trata de Micah. Siempre que me estimule con el más nimio gesto; mi cuerpo siempre buscará la manera de replicar con más intensidad.

Me aterra estar pensado de esta manera. Nunca había puesto tanta alarma con alguien antes… supongo que, logró lo que nadie antes pudo.

Siendo sincera, me alivia de sobremanera que haya sido Micah Janssen en lugar de cualquier otro chico que solo busque lastimarme o burlarse de mí. Sin poder evitarlo, le miro de soslayo. Micah mantiene sus labios estirados en una dulce sonrisa que me hace derretir las piernas como una vela encendida.

—No quiero que vuelva a suceder —advierto, pretendiendo ser solemne e inconmovible.

El castaño larga un suspiro, y avizoro una sonrisa socarrona abriéndose espacio entre sus delgados labios rosados.

—No me hagas hacer promesas que no puedo cumplir —eleva las cejas a modo de juego, y presiono los brazos sobre mi pecho. Micah medio levanta los brazos, y enseria su postura divertida de hace unos minutos para hacerme agradar—. Solo diré que lo intentaré —repone.

Meneo la cabeza en forma de amonestación, y me dedico a mirar por medio de la ventanilla. Micah se dispone a aparcar la camioneta en el estacionamiento de un centro comercial atiborrado de personas. Demoramos alrededor de quince minutos en cacería de algún lugar disponible para estacionar la camioneta.

Le miro de reojo cuando se pasa el abrigo por los brazos, y sus bíceps se contraen notoriamente haciéndome suspirar para mi fuero interior. Oh, santa virgen de los chicos guapos, dame fuerzas sobrenaturales para no abalanzarme sobre este hombre. Me muerdo el labio inferior, inconsciente.

De pronto, Micah gira su cabeza hacia mí haciendo que sus rizos castaños unos centímetros más largos se descoloquen de su sitio.

Una sonrisa torcida se curva en sus labios ocasionándome que mi pecho se oprima con fuerza.

Sin darme cuenta, mis dientes confieren fuerza al morder.

Micah me mira con sus brillantes ojos verdosos, y se pasa una mano por la mejilla antes de separar los labios sin apartar su cautivante mirada de mí.

—Caperucita… —masculla con la voz un poco más ronca que de costumbre. Medio muevo la cabeza—. Si de veras quieres que siga con mi intento de promesa, debes comenzar a dejar de morderte el labio. —dice, girándose hacia la puerta del piloto para abrirla.

—¿Por qué? —mi voz sale como un graznido inestable, pero no hago el esfuerzo de reponerme.

—Porque me provoca ser yo quien esté mordiendo ese labio. —suelta con sinceridad haciéndome ruborizar de inmediato.

Él no acaba de decir eso. Oh, no. ¿He escuchado bien?

Agrando los ojos, pero me limito por salir de la camioneta sin seguir hondeando en el mismo tema. No quiero alterarme más de lo que estar cerca de él, me altera.

El gélido suspiro del aire me envuelve hasta desorientarme. El clima está de locos este día, pero me agradan los días nublados así que no puedo poner objeciones. No tengo claro la principal razón por la que he decidido acceder a venir con Micah al centro comercial; quizás solo quería pasar una tarde del sábado diferente a las demás tardes de los sábados.




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