Química Irresistible ©

Capítulo 30

 

Capítulo 30: Estrellados.

 

ROSIE.

 

Me cuesta abrir los parpados. Enseguida, las homicidas pulsaciones empiezan a pincharme en las sienes. Intento incorporarme sobre el colchón, palpando la suavidad de las sabanas debajo de las palmas de mis manos. Suave… como la seda. Me siento como si estuviese en un corral de plumas. Eh… mi cama no es así de suave.

Separo los parpados abruptamente al darme cuenta de que no me hallo en mi habitación del campus. De inmediato, me encuentro con un par de paredes azules; calcetines de chicos esparcidos sobre el suelo, y un dulce aroma a café. No transcurren más de dos minutos antes de que me dé cuenta de en dónde me encuentro. Janssen. Su habitación…

Pero, ¿cómo diablos terminé en la habitación de Micah?

Trato de hacer memoria, pero el sencillo hecho de forzar a mi cerebro solo me produce unas incontenibles nauseas. Me llevo los dedos a las sienes, y las presiono ligeramente en un débil intento de apaciguar las punzadas que advierten con acabar con mi salud mental.

Oh, mierda.

Bebí alcohol.

Me había prometido a mí misma no volver a caer en esos pecaminosos vicios que solo me conducen a los errores, y a las metidas de pata. ¿A dónde se esfumaron mis recuerdos? Tengo la mente en blanco. Solo recuerdo haber ido a la fiesta con las gemelas… Kevin con Mecha… luego Grace bebiendo en medio de la oscuridad, y… sacudo la cabeza.

Micah besando a Grace.

Consciente de encontrarme en una cama desconocida, me aseguro de llevar ropa puesta sobre mi cuerpo. Por suerte, es así. Por lo menos no me he desnudado. O eso espero…

Unos segundos más tarde, la puerta de la habitación se abre. Levanto mi mirada para hallar al intruso, y mi mirada se cruza con su mirada cetrina. Mi corazón se crispa en mi pecho, y tiro de las sabanas para cubrirme aun más.

—Buenos días, Caperucita —saluda, colocando un par de bolsas sobre el mesón de la cocina.

Miro su cabello castaño despeinado. Micah está vestido con unos pantalones deportivos de color gris, una camiseta negra y unas zapatillas casuales. Me muerdo el labio inferior, y aparto mis manos de las sabanas para trasladarlas hacia mis sienes nuevamente. Sus brazos refulgen detrás de esa camiseta, y se me hace agua la boca.

Solo es el síndrome post borrachera. Intento convencerme de ello, cantando esa mantra en medio de mis pensamientos.

Micah extrae un vaso de cartón que ha comprado en la cafetería del campus, y me lo ofrece acercándose a la cama. Le miro con los labios apretados. No quiero hablar con él. Ni siquiera sé qué demonios hago en su habitación.

—Comprendo que te sientas de la mierda, pero te prometo que esto te hará sentir muchísimo mejor —insiste, aún con el vaso frente a mi rostro.

El aroma a café recién hecho inunda mis fosas nasales, partiendo mi estomago en dos. Con los labios apretados, las cejas destempladas, y una mirada amarga, accedo a recibir el vaso.

Micah toma asiento a los pies de la cama, y mantiene su mirada verdusca incrustada sobre mí haciéndome sentir más pequeña que nunca. Me gustaría pedirle que se marche, y me deje sola pero tendría todas las de perder. Es su habitación, después de todo.

El calorcito del envase térmico traspasa los poros de mi piel haciéndome sentir más segura, por alguna razón. Bebo a tragos cortos para evitar quemarme la lengua, y evito su mirada a toda costa.

Millones de preguntas se arremolinan en mi cerebro, pero en este preciso instante lo último que deseo es dirigirle la palabra después de que estuvo besuqueándose con Grace.

Presumo que la principal razón por la que me ha enfurecido demasiado haberles visto besándose fue porque sentía que después de todos mis intentos en tener algo que Grace no pudiese arrebatarme, se habían ido a la mismísima mierda. Grace siempre se quedaba con todo lo que me pertenecía: el cariño de mis padres, mis amigos, mis juguetes, mi ropa… y Micah era lo único que creía que ella jamás podría arrebatarme. Fui una idiota. Ella siempre obtiene lo que quiere.

Sin embargo, mucho más que la traición de mi propia sangre; me agujereó el hecho de que Micah no se hubiese opuesto a seguirle el beso a Grace. Se me hizo el corazón añicos, por alguna razón.

Y ahora estaba en la habitación de Micah bebiendo café.

—¿Cómo terminé aquí? —pregunto, sin levantar la mirada del vaso. No quiero mirarle a los ojos cuando responda. Solo me recuerda al momento en el que besaba a Grace, y… ¡Me dan ganas de golpearlo con una piña!

Micah suspira pesadamente, y se rasca el brazo. Su mirada profunda se mantiene intacta sobre la mía, pese a toda la amargura que me esmero en demostrar.

—Tú… —una sonrisa triste curva sus labios antes de oprimir sus labios, y mirarme a través de sus largas pestañas—. Tú te volviste mierda, literal. —se limita a decir. No digo nada. Solo me refugio detrás de mi vaso de café como si eso pudiese convertirse en un par de murallas. Tras escasos segundos, exhala y se levanta de la cama—. ¿No recuerdas absolutamente nada de anoche? —meneo la cabeza como respuesta. Su mirada se apaga un poco, pero se las apaña para ocultar lo que sea que pretenda esconder de mí.




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