Química Irresistible ©

Capítulo 33

 

Capítulo 33: Lobo.

 

ROSIE.

 

El frío ascendió de una forma inexplicable, casi inaudita. El viento alrededor nuestro se había convertido en una especie de masa densa palpable… similar a la niebla de las montañas. Sin embargo, aunque estuviese sacudiéndome espasmódicamente a consecuencia del clima, todo iba saliendo de maravilla.

O al menos eso ansiaba.

Decidimos abandonar la camioneta de Micah en alguna avenida que ahora no recuerdo su nombre, y seguir andando por la hermosa ciudad de Londres. El frío lo hace parecer una mala idea, pero quiero convencerme de que el clima pronto cesará de acribillarnos.

Le miro de refilón. Micah luce simplemente hermoso con su brilloso cabello castaño, sus iluminados ojos verdosos, y esa endemoniada sonrisa de comercial de televisión. ¿No habrá sido Micah el niñito del comercial de la pasta dental para niños? Me muerdo el labio, y seguimos caminando. Su viril brazo enredado con el mío, haciéndome sentir fuera de lugar.

Quiero decir… ¡Es Micah Janssen! ¡Mi archienemigo! ¡Y está tomando mi brazo!

‹‹Es tiempo de enfrentar las cosas y superar otras, Rosie››

Música resuena en las calles debido a los artistas callejeros que se dedican a hacer más a meno al recorrido de los turistas. No tengo ni la menor idea de a dónde nos estamos dirigiendo, solo sé que no quiero regresar al campus a encararme con mi realidad. Mi dura realidad.

—¿A dónde me llevas, Janssen? —el humo abandona mis labios a consecuencia del gélido aire que nos tortura.

Él me mira con sus cetrinos claveles, y una torcida sonrisa se ajusta en sus labios. Aminora el ritmo de sus pasos.

—A darte la mejor noche de toda tu vida, Caperucita —sonríe con picardía, y enseguida el calor se libera en mi rostro.

La sonrisa en sus labios me hace sonreír casi con tanta emoción que él. Seguimos caminando, y merodeando algunas vitrinas que se interponen en nuestro camino hasta que siento a su brazo tirar del mío hacia algún lugar.

Mantengo los labios sellados, incluso cuando nos detenemos frente a un enorme letrero que llama mi atención. IceBar. Tiene que ser una jodida broma. Nunca en mi vida he ido a un Bar, e ir en Londres sería… una locura.

Debo recordar que el sencillo hecho de estar deambulando casi a la media noche por las concurridas calles de Londres basta para ser una locura. ¡No cambiaría esta locura por nada más en el mundo!

—No te preguntaré si quieres entrar o no. Conozco la respuesta…

No termina de completar su diatriba, cuando sorprendentemente agito la cabeza reiteradas veces afirmando.

Sus ojos se agrandan unos centímetros, y siento un pellizco de emoción en mi estomago.

—Solo quiero ser libre esta noche —musito mirándole directo al verde de sus ojos. Sonrío, y aprieto su mano ligeramente antes de atreverme a entrar al lugar.

Micah se queda pasmado, y sin palabra alguna en la boca para describir lo sorprendido que le he dejado. Se limita a seguirme, y entramos al atiborrado sitio. De inmediato, las cegadoras luces de neón me hacen apretar los parpados con fuerza, y la estruendosa melodía electrónica que resuena en el fondo amenaza a mis tímpanos con quebrarlos.

El acento inglés se cuela en mis oídos haciéndome sentir desorientada, y en honor al nombre del bar, toda la decoración se resume en hielo artificial. Mi boca se abre hasta rozar el suelo helado, y mis ojos no pueden ni parpadear. Wow. A mí nunca se me habría ocurrido una decoración así para un bar.

Me siento en Alaska.

Tal vez en el Everest.

Micah coloca sus brazos alrededor de mis hombros, acercado peligrosamente su cuerpo al mío. Paso de estar en el Everest a estar en alguna afrodisiaca isla del Caribe. Mi piel se calienta ante su tacto, y muerdo el interior de mi mejilla cuando siento su piel calentar la mía.

—¿Pedimos alguna bebida? —masculla en mi oído. Su voz más ronca que otras veces, y más sexy… ¡Oh, puedes controlarte, Rosie! ¡Sé que puedes!

O tal vez no…

Asiento, y me giro hacia él, de modo que nuestras miradas se encuentran. Sus brillantes ojazos verdes refulgen en medio de las luces, y en medio de la multitud a nuestro alrededor. Instantáneamente, desvío la mirada hacia sus labios con apariencia húmeda, rosados, y más tentadores que nunca.

El cuerpo se me consume en llamas pese a la cantidad de grados bajo cero en la que nos encontramos.

Solo tú puedes hacerme sentir como si fuera verano en invierno. Solo tú puedes hacerme sentir como si estuviese al borde del más ferviente volcán. Solo tú puedes hacerme sentir de esta manera…

—¿Por qué escogiste este lugar? —interrogo.

No puedo apartar mi mirada de la increíble decoración. Sin embargo, solo se trata de un engaño que intento hacerle a mi cerebro para no dirigir la mirada a sus labios y asaltarlos como si no hubiese mañana.

Micah ladea la cabeza.

—No lo sé… —me mira con atención. Sus labios se ensanchan discretamente en una sonrisa coqueta. Ahí vienen sus comentarios calenturientos—. Asumo que concuerda contigo; fría pero tan sublime a la vez.




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