Capítulo 38: Hogar, Dulce Hogar.
MICAH.
Hogar, dulce hogar.
Se siente bien estar de regreso en la ciudad. Siento muchas cosas ahora mismo. Algo así como un pequeño torbellino de emociones invadiendo mi sistema con fuerza e intensidad. Me pregunto qué me tendrán preparadas estas vacaciones en casa, y mi estomago se contrae por instinto.
Estar en casa es… complicado.
Decido salir de mis pensamientos cuando Mikhail cuadra una mueca en su rostro tras quince minutos quejándose en voz alta para que lleguen nuestras maletas. Miro la variedad de maletas que ruedan libremente en frente de nosotros sobre el girador del aeropuerto. No ubico a nuestro equipaje por ningún lado, y eso parece enfurecerlo un poco.
—Demandaré a la aerolínea —sentencia, enfurruñado.
Trato de no reírme ante su actitud inmadura, y sacudo la cabeza mientras le miro como si no tuviese remedio alguno.
Mikhail acentúa la mueca en su frente, y rueda los ojos en dirección al cielo antes de pasarse una mano por el cabello, despeinándose.
—Ya vienen. Tranquilízate.
Emite un prolongado suspiro antes de coger asiento en la barra del girador, y colocarse las manos sobre el rostro mientras suspira sonoramente. Noto la mirada de algunas chicas en la otra punta del girador sobre nosotros entretanto cuchichean entre ellas disimuladamente. Mierda de intento, por cierto.
Mikhail siempre ha llamado la atención a dónde sea que se dirija. Cuando íbamos a los campamentos de verano, terminaban las chicas haciendo apuestas sobre quién se quedaba con la cabaña al lado de la nuestra. En la preparatoria tenía colgada a unas cuantas. Si íbamos de vacaciones a Miami, incluso en la playa, las chicas terminaban ofreciéndose a untarle bloqueador solar en la espalda.
Sin embargo, Mikhail nunca ha sido del chico de relación vainilla.
Nunca pensé que podría ir realmente en una relación real con alguien… hasta que la niñera llegó a nuestras vidas llena de sorpresas. Nunca le había visto tan enamorado de alguna chica como lo está de Kathleen.
—¿Kathleen sabe que vendrías a la ciudad? —inquiero, echando un vistazo a las maletas que se atoran en la entrada del girador. No hay señal de nuestro equipaje por ningún lado.
Tal vez si deberíamos demandar a la aerolínea.
El rubio se aparta las manos del rostro, y asiente.
—Sí… pero ella no vendrá —una mueca de desilusión surca sus facciones, y se apresura en arreglarlo con una mueca—. Da igual.
Sin tratar de reprimirme, sonrío abiertamente.
Mikhail enarca una ceja, y me mira a través de sus pestañas doradas.
—¿Qué? —larga de mal humor.
Me muerdo los labios para dejar de sonreír, pero mis labios flaquean en el intento.
—Te duele que no venga, Kath. —replico sin ocultar la diversión que se filtra en el tono de mi voz.
Él no se demora en destemplar las cejas.
—No.
—Sí te duele.
—He dicho que no.
—Sí te duele saber que no verás a tu ‹‹ninfa›› durante estas vacaciones —sonrío mostrándole mis dientes, y por el rabillo del ojo, diviso nuestras maletas dirigiéndose con parsimonia hacia nosotros—. Solo debes admitirlo.
Mikhail bufa.
—No voy a admitir nada.
Me río antes de aproximar mis pies hasta un lugar cercano al girador. Estiro el brazo para coger mi maleta verde, y me aseguro de chequear en el bordillo que sea la mía.
—Si te duele porque en tu interior no querías nada más que tenerla entre tus brazos y decirle cuánto la extrañaste estos seis meses —le miro ajustando una sonrisa socarrona en mis labios, mientras él permanece con los brazos cruzados sobre su pecho.
Mikhail exhala con fuerza. —¡Bien! ¡Me duele! ¡Me duele, maldita sea! —estalla alzando la voz unas octavas más fuerte—. ¿Estás feliz ahora? —me mira con sus azulados orbes chispeando de hastío.
Sonrío, y palmeo su hombro.
—¿No te sientes más ligero después de haberlo confesado en voz alta? —Mikhail menea la cabeza, y presiono su hombro con ligereza—. Bien, ahora deberías ir a recoger tu maleta. Volvió a alejarse mientras te negabas a admitir la verdad —digo antes de alborotar su cabello con mi mano, y dirigirme en dirección a la entrada del aeropuerto.
En el camino, le escucho vociferar a todo pulmón:
—¡Maldito seas, Janssen!
Me río, y continúo mi camino.
No hay lugar como el hogar.
(…)
Des ha venido a recogernos en el aeropuerto junto a Lana. El aeropuerto está situado a veinte minutos de distancia de casa, por lo que siento relativamente lejos el trayecto. Lana no para de hablar sobre cuánto estuvo echándonos de menos, y Des no para de hacer bromas con respecto a Lana mientras estuvo embarazada.
Admito que extrañé a esos dos locos de carretera que no hacen más que aturdirme con sus anécdotas, y actitudes parlanchinas. Estar de regreso con las personas que te han conocido durante toda la vida; aquellas personas que hacían de nuestra vida una comedia; aquellas personas que solían comprendernos, y preocuparse por nosotros; nada me hace más feliz.