Capítulo 40: Nunca He.
ROSIE.
El viernes ha transcurrido con más tranquilidad de la que supuse. He estado el día entero organizando mi habitación junto a mis primas, y charlando acerca de los pros y contras de la vida universitaria. También han aprovechado tenerme al frente para sonsacarme a preguntas sobre mi supuesto novio. ¿Qué edad tiene? ¿Tiene hermanos? ¿Se han besado? ¿Cuántas beses se han besado? ¿Te ha dicho que te ama? ¿Ha habido manitas? ¿Qué tal es en la cama? ¿Es virgen?
—Tiene diecinueve; tiene dos hermanos; si nos hemos besado; ni siquiera las he contado; hace un par de días dijo que me amaba; no responderé esa pregunta; ni la siguiente; conociendo a los Janssen, no tienen virgen pero ni una hebra de cabello.
Andra y Marta se encuentran frente a mí, esparramadas sobre la extensa moqueta de pelusas blancas en medio de mi habitación. Ellas se mantienen concentradas en cada una de las palabras que abandonan mis labios como si en vez de charlar, les estuviese practicando alguna especie de hipnosis.
Hablar sobre Micah siempre me hace sonreír por alguna razón.
Recordar todo lo que hemos vivido juntos hasta este preciso segundo, ocasiona que las mariposas salvajes de mi estomago sacudan sus alas sin aquiescencia. Todo mi mundo se tambalea con tan solo una mención de su nombre, y aunque comprendo que sentirme tan atraída hacia él puede terminar mal de muchas maneras.
Decido no pensar en ello, y dedicarme a admirar las expresiones idiotizadas que muestran mis primas.
—Y, cuéntanos, ¿sus hermanos son lindos? —inquiere Marta, alzando las cejas con intermitencia.
Sonrío, porque es ese precisamente el efecto que producen los Janssen en las chicas. Interés, devoción, y entontecerse. Por supuesto que luché contra ese efecto sobrenatural durante toda la secundaria; sin embargo… Caíste, Rosie.
Hasta el más duro de los robles puede conmover sus fibras cuando conoces íntimamente a los Janssen. Chicos comunes pero que consiguen producirte una serie de sentimientos que ni siquiera sabías que existían, sentimientos tan fuertes, puros, genuinos y poderosos que echan abajo cada muralla de protección. Nunca me había sucedido algo tan extraordinario en mi vida como en los últimos siete meses. Ha sido una locura.
Una maravillosa locura.
—Bueno… diría que no pero no acostumbro a mentir —alzo una ceja con picardía, y ambas exhalan suspiros. Incluso puedo ver los imaginarios corazoncitos latentes flotando alrededor de mis primas.
—¿Cómo se hace para conseguir un chico así en la vida? —lanza con resignación Andra, mientras se tumba sobre el suelo, y se lleva las palmas de las manos sobre el rostro.
Me río con suavidad.
—No me pasará nunca en la vida —enuncia su hermana, imitando la acción anterior de Andra—. Mejor empiezo a pensar en los nombres para mis loros. —dice con fingido pesar.
Andra se descubre el rostro, y enarca ambas cejas en dirección a su hermana.
—¿Loros? ¿No serían gatos?
Marta destempla las cejas, y frunce los labios.
—¿Gatos? ¿Para qué coños querría gatos?
—¿Y para qué coños querrías Loros, Marta? —interroga la castaña arrugando el gesto.
Marta se endereza, y sonríe con diversión.
—Simple; los loros hablan, los gatos no. ¿Para qué necesitas un esposo amargado cuando puedes tener todos los loros que quieras diciéndote cada mañana: “Eres hermosa, Marta. Te amo”? —Marta sonríe, y enseguida nuestras risas inundan la habitación.
Mis primas no son normales en lo absoluto.
Andra se lleva una mano bajo la barbilla, pensativa.
—Mierda. Nunca lo habría pensado.
—Están locas —giro los ojos, y les atizo un par de almohadazos a cada una.
—Locas pero nunca solas, ¿eh, Rosie? —Andra sonríe con perversión, y me desternillo a risas—. ¡Oh! ¡Ya sé cómo nombraré a mis loros!
Subo una ceja sin dejar de sonreír, y aprieto la almohada contra mi pecho.
—¿Cómo?
Andra hace danzar una sola ceja.
—Mikhail, Mickey y Micah Janssen —se echa a reír, y termino lanzándole la almohada. Ésta la intercepta, y continúa riéndose junto a hermana.
—Definitivamente no están bien de la cabeza, chicas. —murmuro entre risas, antes que Marta me lance un almohadazo, y se desate la tercera guerra mundial de almohadas en mi habitación.