Química Irresistible ©

Capítulo 41

 

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ROSIE.

 

 

 

Sábado por la mañana.

No suelo dormir hasta tarde por lo general, pero esta vez, tal vez por los estragos que le causé a mi cuerpecillo la noche anterior, me desperté casi a la hora del almuerzo. Mi familia estaba ansiosa por conocer a mi novio el sábado próximo, y siendo sincera, cruzaba mis dedos para que se olvidasen del tema.

No tengo nada en contra de presentarles a Micah a mi descabellada, y juzgadora familia. Digo, él es perfecto en todo el sentido de la palabra. Caballeroso, educado, buena presencia, encantador… se los ganaría en el primer instante. No me cabían dudas de ello. Sin embargo, lo que verdaderamente me aterraba es presentarle mi familia a Micah. Ellos no dudarían ni un segundo en explotarle a preguntas un tantito incomodas.

Además, conociendo a papá, sé que lo primero que hará después de la cena será ir en busca del vergonzoso álbum de los recuerdos, y enseñarle a Micah las atañas fotografías de una Rosie en pantis de bebé… creo que habían fotos de mí desnuda en ese álbum.

Salgo de mi embelesamiento, y continúo leyendo mi libro. Miro mi teléfono a mis pies, y se mantiene con la pantalla apagada. Micah me regresó a casa casi a las dos de la mañana, y aunque mamá se encontraba ansiosa en la sala para cuando arribé a casa, no hizo ninguna pregunta al respecto. Yo no hice el amago de ofrecerle explicaciones tampoco.

—¿Qué cuentas, prima? —Grace coge asiento a mis pies, y me sonríe con amabilidad.

Le regreso la sonrisa apartando la mirada de las letras. Desde que volví a casa no hemos tenido mucho contacto, y con el solo hecho de recordar todas las crueldades que me hizo en Inglaterra, prefiero mantenerme distante con ella.

—Números. —tuerzo los labios, y regreso la mirada a mi libro. Le oigo soltar una ligera risilla.

—Cuándo no. —hace una pausa, en la que rezo mentalmente para que se pierda por la vida y decida dejarme en paz de una buena vez. No lo hace, sin embargo—. ¿Y… cómo te va con Micah? —lanza la pregunta.

Alzo una ceja, y dejo reposar el libro sobre mi regazo durante un par de minutos. Me vuelvo hacia ella, y mis dedos se aprietan por instinto. Ella está indagando deliberadamente. Tal vez mamá le envió a espiarme.

—Bien. Más que bien, en realidad —le sonrío con acidez, y pestañeo reiteradas veces—. ¿Tienes novio, Grace? —indago antes de que pueda lanzarme alguna otra pregunta.

Grace permanece durante lacónicos segundos intentando asimilar mi pregunta, y menea la cabeza.

—No…

Sonrío, y reanudo la lectura.

—Deberías buscarte uno, y dejarnos en paz a las que hemos salido del club de las solteronas. ¿Comprendes? —enarco las cejas, y la miro de soslayo.

Su ceño se frunce, y la Rosie que habita en mi interior, me ovaciona. He salido victoriosa.

—Comprendo… —se pone de pie, y me muerdo el labio inferior, aliviada—. Suerte con tu noviazgo… —se aleja unos cuantos pasos, y cuando pienso que se marchará sin decir nada más, medio gira el torso en mi dirección—. Quiero decir, nunca se sabe cuándo se puede regresar al club de las solteronas —sonríe, incrédula.

Me lamo los labios, y mis dientes tiran del interior de mi mejilla. Puedo escuchar los bramidos furiosos en mi interior.

Solo no la escuches, Rosie. Sí. No puedo luchar contra ello.

Prosigo con mi lectura, y me sumerjo en la realidad de la protagonista durante infinitos minutos. Es casi alucinante la manera en la que un libro puede transportarte a diversos universos nunca antes soñados. La lectura es magia.

Los libros son un portal a mundos inimaginables.

Se pueden vivir millones de vidas a través de un libro.

Millones de romances. Millones de sentimientos. Millones de sueños.

Un cosquilleo cerca de mis pies me extrae de la lectura, y me percato de que se trata de mi teléfono. Enseguida, me cierno sobre mi abdomen, y chequeo la bandeja de entrada. Una sonrisa se dibuja paulatinamente en mis labios.

‹‹De: Lobo.

Paso por ti a las 16:00 hrs. Prepara un bolso, y avísale a tus padres que pasarás la noche fuera de casa. Nos vemos, Caperucita. Tqm. ››

Bloqueo el teléfono, y como niña obediente, abandono la lectura romántica que estaba leyendo, para irme a vivir mi propia historia.

 

(…)

 

Puntual como siempre, Micah se encuentra a las cuatro de la tarde en la verja frente a mi casa. He informado a mamá que no aguarde como lunática esta noche por mí, y aunque la expresión que adoptó su rostro me indicó cuán en desacuerdo se encontraba con mi anuncio, no hizo nada para detenerme.

He preparado un bolso con ropa extra, tal y como lo ha pedido el castaño de ojos cetrinos. Y para ser honesta, me he hecho un lío al no saber que llevar en el bolso. Pude haber escogido cualquier harapo de los que suelo vestir, pero no tengo ni la menor idea de a dónde iremos. Podría tratarse de algún lago, o tal vez una playa, e incluso un campo.




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