Química Irresistible ©

Capítulo 44

 Capítulo 44: Nunca Nada Podría Separarnos.

 

 

ROSIE.

 

ROSIE.

Siempre he vivido aferrada al miedo. Siempre he estado intentando protegerme; proteger mi corazón, mis sentimientos... ¿Protegerme de qué?

Bueno, tal vez me da miedo que alguien pueda meterse en mi corazón lo suficiente como para que el más diminuto acto pudiese quebrarme en millones de pedazos sin reparación.

Lo intenté. Fallé de todos modos.

Si pudiese describir el dolor que sentí en el momento en el que encontré a Micah con sus labios sobre los de otra chica... Solo que ni juntando todas las palabras dolorosas del alfabeto español podría llegar al más mínimo sinónimo.

Por una fracción de tiempo, podía verme a mí misma al otro lado de un recipiente enorme de vidrio mientras éste se llenaba de agua a medida que continuaba viéndoles besarse. El agua se introducía en mis pulmones, y aunque sabía que debía mantenerme con los labios cerrados para prolongar el tiempo restante con oxígeno en mis pulmones, sólo quería gritar.

Gritar con todas mis fuerzas. Sacar todo el dolor que he cargado durante todos estos años. Deshacerme de todos mis miedos. Ahogar a la Rosie que no quiero ser más.

Yo le creí. Y ahora me siento como la más ilusa de las ilusas.

¿Por qué Micah habría de ser diferente conmigo? ¿Por qué dejar atrás su antigua vida por mí?

¿Por qué creí ser tan importante en su vida?

Solo son palabras. Solo sirven para hacerte creer que está sucediendo aunque no lo esté.

Sí... Y morí. Me vi a mí misma ahogándose en mis propias lágrimas e inseguridades.

Me siento diferente ahora, y para ser honesta, no sé si prefiero estos nuevos sentimientos o las mentiras en las que solía vivir.

Mamá me presionó tanto cuando llegué a casa que no me quedó de otra que contarle toda la verdad. Pero, ¿cuál es la verdad?

¿Micah no me quiso lo suficiente? O, tal vez... ¿Fue mi culpa?

No puedo identificar al culpable en esta historia. Ambos hemos hecho muchas cosas de las cuales no deberíamos sentir ni una pizca de orgullo. Pero también, me ha regalado las sonrisas más reales que alguien más haya podido sacarme en todos estos años.

Podemos llamarlo nada.

Podemos llamarlo amor.

Me encuentro mirando las páginas blancas de un libro sin escribir. Tengo un plumón en una mano, y mi iPod se encarga de reproducir una cadenciosa melodía que inunda el ambiente a mí alrededor. Miro las páginas, e inhalo con profundidad.

A raíz de estar sintiéndome tan recargada de sentimientos que nunca antes había experimentado, me decanté por sacarlos fuera de mi sistema. Plasmar el dolor en páginas para luego llenas las demás páginas con palabras felices.

Solo que me duele demasiado el corazón.

Muevo el plumón hacia el encabezamiento del librillo. Los dedos me tiemblan y ligeros calambres me recorren las piernas.

¿Cómo podría empezar a escribir un libro?

Pues, por el principio...

Pero, ¿en qué instante exactamente ocurrió ese principio?

No demoro más de un minuto en descubrirlo. Inconscientemente, mis dedos se dirigen a mis labios y cuando cierro los ojos, mi cerebro me traslada a aquella noche en la alberca. Directo al día en el que di mi primer beso.

Directo al día en el que empezó nuestra historia.

Nuestra química.

Respiro hondo, y lo escribo.

«Todo comenzó con un beso... Mi primer beso».

Sin embargo, antes de permitirme borrar o retractarme sobre lo que acabo de escribir. Llaman a la puerta de la habitación. Mamá asoma su cabeza, y mantiene sus labios fruncidos.

Su expresión me resulta intrigante, y enseguida, tiro el librillo por debajo de la cama para ocultarlo de mamá.

Ella me dirige una sonrisa tensa, y su gesto me lleva a fruncir las cejas.

—¿Cómo estás, pequeña? —indaga, cogiendo asiento a la orilla de la cama. Su cabello recogido en un moño.

Su pregunta me toma desprevenida por diversas razones que no consigo explicarme. Sobre todo, debido a su actitud, mansa e inofensiva.

Rinarie Hamilton es muchas cosas menos mansa e inofensiva.

Su corazón tiene dientes. Supongo que el mío también los tiene.

—Bien, supongo —jugueteo con mi cabello suelto, y le dedico una mueca, extrañada—. ¿Todo está bien, mamá? —no puedo evitar alarmarme un poco.

Ella suspira, y ladea la cabeza antes de regresar sus ojos marrones idénticos a los míos sobre mí.

—No... Recibí una llamada...

Hace silencio, y noto que le cuesta trabajo seguir hablando. Siento a mi corazón latir desesperado adentro de mi boca, y por alguna razón, sólo puedo pensar en Micah.

Díganme que él está bien...

—¿Mamá, qué sucedió? —mi voz es un hilillo. Mi boca se seca, y mi garganta empieza a arder.

—El papá de Micah murió... —suelta con delicadeza.

Enseguida, me paralizo.

¿Qué?

No puede ser... Dios mío.

Lo único que consigo hacer es ponerme de pie, y buscar mi teléfono para marcarle a Micah. Sin embargo, sólo me envía a la contestadora.

—¡Maldita sea! —gruño, y lanzo el teléfono sobre el colchón. Me vuelvo hacia mamá—. ¿Micah está bien?

Mamá se acerca, y me toma por los hombros en un intento de mantenerme calmada. Solo que mi corazón no para de latir. Yo necesito hablar con Micah.

Yo necesito estar con él.

Necesito abrazarle. Sentir su cuerpo alrededor del mío. El caliente roce de sus labios. Necesito encontrarle.

—Sara me llamó. Ella estaba pasándola muy mal. No tiene ni la menor idea de en dónde están sus dos hijos mayores. Después del entierro, sólo desaparecieron. Y... Odio decir esto, Rosie; pero creo que deberías ir con Micah. Nadie tiene ni la menor idea de en dónde está, y si tu sabes algo... —sugiere mamá.

Me muerdo el labio, y me refriego los ojos con las manos empuñadas para apaciguar el escozor que me consume lentamente.




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