Química Irresistible ©

Capítulo 45

Capítulo 45: Túnel De Los Enamorados. 

 

ROSIE.

 

 

Siempre he odiado los disfraces. De pequeña, cada verano, mis padres me obligaban a ir al festival de verano que organiza la ciudad, y siempre debía disfrazarme. Mecha solía acompañarme algunas veces, cuando le insistía durante días y le amenazaba con que si no me hacía compañía, dejaríamos de ser amigas. Lo sé. Siempre he sido un asco en los chantajes. Ella sabía que mentía porque nunca podría dejar de ser su amiga.

El hecho es que odio los disfraces. Y en parte se debe a aquellos festivales de verano. A menudo mi disfraz consistía en el hada de los bosques e incluso llegué a vestir de mariquita o de una flor. Fue patético. Juro que jamás había sentido más vergüenza en mi vida... Hasta que cumplí catorce años, y preferí inscribirme en los cursos de verano de álgebra y pasar todo el caluroso verano encerrada en una taberna memorizando números que seguir con la tradición de los disfraces.

Sin embargo, este fin de semana, Mikhail nos había contactado a todos para organizar una fiesta sorpresa para Kathleen... Y como el destino se empeña en hundirme en la arena movediza, será una fiesta de disfraces.

Genial.

¿En dónde diablos conseguiré un disfraz un sábado por la tarde?

Suspiro, y termino de desenredar las puntas de mi cabello con el cepillo. Sobre mi cama se encuentran esparcidos toda la colección de disfraces que adquirí desde niña, sólo que el que más probabilidades tendría de entrarme en las piernas se atora justo en mis caderas.

Exhalo un prolongado suspiro y vuelvo a sacarme el disfraz de las piernas. Miro cada uno de los disfraces, y frunzo la nariz. Por el rabillo del ojo, diviso la figura de mi cuerpo a través del espejo de cuerpo entero. Y, puede que esto vaya a sonar ilógico, pero siento que mis caderas se han ensanchado unos cuantos milímetros más. Me muerdo el labio, y la noche del miércoles surca mi cabeza. Por instinto, mis mejillas adquieren un color rosado intenso, y mi cuerpo se acalora debido a los recuerdos.

Inexorablemente, ladeo los labios en una sonrisa mientras permanezco detallando los invisibles cambios que se han producido en mi cuerpo.

Ya no pertenezco más al club de las vírgenes, y mierda... Mamá me mataría si descubre que no he llegado casta hasta el matrimonio.

Ese era su sueño.

No el mío.

Decido guardar el montón de disfraces adentro de una caja, y llevarlo al ático para asegurarme de no tropezarme más nunca con ninguno de ellos. Grace me intercepta cuando me dirijo a la planta superior de la casa.

Me lanza una mirada amistosa, y ladea los labios en una sonrisa.

Trato de no fruncir el ceño pero estar tan cerca de mi prima me hace sentir recelosa.

—¡Hola! —saluda la rubia con el pelo hasta los hombros. Sus brillantes ojos me escrudriñan haciéndome sentir un poco nerviosa.

Sonrió con afabilidad.

—Hola, Grace. —ella solo se limita a sonreírme, y empiezo a asustarme. Cierro la puerta del ático con la escalera plegable, y trato de avanzar. Ella permanece estática en medio del pasillo—. ¿Te encuentras bien?

Grace no responde de inmediato, por el contrario, se dedica a mirarme intensamente.

Bien... Esto empieza a asustarme.

—Si. Es un día muy hermoso. ¿Saldrás a algún lado?

Me quedo mirándole con los labios apretados.

—Iré a una fiesta.

—¡Oh! ¡Estupendo! ¿Puedo acompañarte? —pregunta de golpe haciéndome desorientar. ¿Qué clase de pregunta era esa? Sin embargo, al ver que no le ofrezco una respuesta, une sus manos como gesto de suplica—. Prometo no causar problemas. Solo no quiero estar en casa. —insiste.

Exhalo un suspiro mientras asiento.

Digo... Grace no es mi persona favorita en el mundo, pero no creo que pueda ser peor de lo que ya ha sido.

Ella chilla de emoción, y se abalanza sobre mi cuello. Intento apartarla, pero sus delgados brazos siguen enroscados alrededor de mis hombros.

Segundos más tarde, se aparta. Mi cuerpo lo agradece de inmediato.

—De acuerdo. Pero será una fiesta de disfraces y no sé en donde iremos a encontrar disfraces a esta hora —comento, echándole una rápida ojeada a la hora en el reloj sobre mi muñeca.

Ella sacude la cabeza, y sonríe.

—Yo creo tener la solución a ese problema —sonríe maquiavelicamente, y se pierde obligándome a seguirle.

Solo espero no tener que arrepentirme después.

(...)

Son las dos y media de la tarde cuando nos encontramos afuera de una casa abandona en medio de una zona aledaña a la ciudad. Grace detiene la camioneta de papá, y baja del auto sin dar explicaciones.

Empiezo a meditar en que ha sido una mala idea seguir a Grace en sus descabellados planes. Sin embargo, dos minutos más tarde, me encuentro bajando de la camioneta y siguiéndole el rastro a mi prima.

Ella aporrea la puerta desgastada con sus nudillos, y se asegura de que no haya nadie adentro. Luego, medio gira el cuello en mi dirección.




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