Capítulo 47: Cena En Familia. Parte II.
ROSIE.
Cientos de fotografías de mí desnuda se encuentran esparcidas sobre la mesa de centro en medio del salón de la casa. Papá se encuentra sentado junto a mí, mientras que mamá ha cogido acomodo en el brazo del mueble. Micah se halla a mi costado derecho. Su pierna rozando peligrosamente la mía, y causando ciertos escalofríos que no puedo controlar.
Uh, algunas veces me entra el complejo ñandú. Sí. En momentos tan bizarros como este lo único que deseo es enterrar mi cabeza en lo profundo del abismo.
Mis mejillas se encuentran acalambradas, y prendidas en fuego vivo. Micah actúa como un verdadero caballero. Por lo menos no se ríe de la uvita Rosie a los tres años de edad. No le encuentro lo divertido a la situación, pero forma parte de la personalidad de papá avergonzarme cada vez que puede.
—¡Oh! ¿Podemos pasar el rato de cualquier otra manera menos... vergonzosa? —resoplo los labios, y me llevo las palmas de las manos al rostro. Micah medio ríe a mi lado, y aunque adore el cadencioso sonido de su risa, justo ahora solo deseo que me apoye.
Y no lo está haciendo.
Por el contrario pareciese que disfruta el hecho de estar presente mientras mis padres me hacen hacer el ridículo.
Estás exagerado.
—¡Oh, venga Rosie! Si eres la beba más mona que alguna vez he visto —Micah me enseña sus dientes en una sonrisa. Sus celestiales ojos verdosos me miran con tal precisión que mi corazón golpetea con fuerza adentro de mi pecho.
Me muerdo el labio interior, y meneo la cabeza.
—No me mientas.
—Jamás te he mentido. —dice con sinceridad. Su penetrante mirada haciendo conmover hasta la fibra más confinada de mi cuerpo.
Papá se aclara la garganta, y el sonido del hielo chocando contra el cristal en el vaso de mamá me hace apartarme un poco de Micah al notar que nuestros rostros se distancian por tan solo escasos centímetros.
Tomo otro álbum de recuerdos, y procedo a iniciar con otro recorrido por la infancia de una traviesa niña de larga melena castaña, grandes ojos y un capa roja...
(...)
Una hora más tarde, mamá se ha quedado en el salón junto a mis tías y primas, y me ha permitido algunos minutos a solas con Micah... con mi novio.
Sus dedos se encuentran entrelazados junto a los míos. Transmitiéndome cientos de emociones que me revuelven el estomago. Mi corazón vibra adentro de mi pecho a medida que subimos las escaleras con destino a mi habitación...
No pretendo llegar demasiado lejos esta noche. Tampoco me he vuelto loca. Mi madre podría demandarle o algo por el estilo si nos descubre en plena acción. Lo último que deseo es armar dramas innecesarios esta noche.
Empujo la puerta de mi habitación con mi hombro, y le permito entrar en la habitación. Seguidamente, cierro la puerta pero sin pestillo a mis espaldas. Ponerle el pestillo sería demasiado evidente en caso de que a mamá se le ocurra hacernos alguna visita sorpresa.
El castaño de ojos verdosos escanea los alrededores con sus penetrantes ojos, y su recorrido termina apuntando justo en mi dirección. Sus cejas alzándose ligeramente.
—No creo que sea buena idea, Caperucita. —enuncia.
Alzo una ceja, desubicada.
—¿El qué?
—Quiero decir... —sonríe tangencialmente—, gritas demasiado alto cada vez que tenemos... —sin embargo, consigo acallarle antes de que termine su diatriba.
—¡Micah! ¡No te he traído con ninguna perversa intención! —chillo, cubriendo mis mejillas ruborizadas con las palmas de mis manos.
Micah ríe, pero no me permito contagiar.
—Entonces... ¿a qué me has traído a tu habitación, Caperucita? —sus labios siguen burlándose de mí con esa petulante sonrisa, que pronto siento la necesidad de borrar para no descontrolarme.
Tengo claro mis límites.
Solo que no sé si pueda pensar en límites cuando el único chico capaz de encenderme con una sola mirada se encuentra a tan solo centímetros de mí.
Su olor a perfume masculino invade mis fosas nasales, y juro que es uno de mis olores favoritos en el mundo entero. Y en mi defensa, tengo una vasta lista de olores preferidos.
No le pierdo de vista mientras toma asiento sobre la orilla de mi cama. Sus dedos deslizándose sobre la suave superficie aterciopelada de los edredones. Los músculos de sus brazos flexionándose notoriamente.
—Para verte mejor. —digo.
Micah sonríe, y estira sus brazos un poco más detrás de su espalda, sus piernas extendiéndose frente a su torso.
—¿Para qué más? —pregunta.
Me quedo de pie junto a la puerta, sin saber muy bien cómo moverme con tal criatura rondando por mi habitación.
—Para oírte mejor.
Su sonrisa se ensancha, y avanzo un paso en su dirección mientras él continúa jugando con mi mente.
—¿Para alguna cosa más, Caperucita?
Me muerdo el labio inferior, y recorto toda la distancia que nos separa. Me subo a horcajadas sobre su regazo, y coloco mis brazos alrededor de su cuello. Con esta posición puedo permitirme sentir cada parte de su cuerpo, y el calor que emana el mismo.