Química Irresistible ©

Capítulo 48

 

Capítulo 48: Motivos.

 

MICAH.

 

Rosie se quedó dormida en mucho menor tiempo del que lo imaginé. Su cabeza reposa sobre mi pecho, y una sonrisa se estira en mis labios cuando la miro dormir, respirando con aquella apacibilidad, su expresión de tranquilidad, todas esas pequeñas cosas solo causan estragos en mí.

Me llenan de paz.

Procurando no hacer ruido para no despertarle, consigo la manera de irme liberando de su cuerpo hasta ponerme de pie. Reviso mi teléfono, y recién me percato de la cantidad de llamadas sin contestar que tengo de Kiara. Abandono la habitación tras dirigirle un último vistazo, y cierro la puerta con cuidado.

Una vez afuera, marco el número de Kiara y presiono a ‹‹llamar››, ella no demora en responder. Solo escucho su dificultosa respiración a través de la línea, y no puedo evitar preocuparme.

—¿Kia, estás bien? —pregunto sin poder ocultar el deje de preocupación que se filtra en medio de mi voz. Ella no responde de inmediato, solo solloza por lo bajo. Un nudo crece en mi garganta—. ¿Kia? Dime que estás bien. ¿Te hizo algo? ¿Te tocó? —mi voz se quiebra, y de pronto siento el escozor ardiendo detrás de mis ojos.

Kiara no hace más que emitir sollozos quebrados a través del teléfono.

Un impulso de impotencia me invade, y de pronto, solo quiero echar abajo las paredes del lugar. Mi mano libre se empuña, y mis nudillos se vuelven blancos.

—Salgo para allá. No te muevas. Prométeme que no te harás daño —le pido.

—Yo... —rompe en llanto, y la llamada se corta.

Solo quiero gritar a todo pulmón, hasta que toda la ira y cólera que me consume salga de mi cuerpo. Yo debí haber estado allí. Debí haberlo evitado. Pero siempre termino fallándoles a las personas que verdaderamente me importan.

Kiara tiene una historia que nadie más sabe, solo yo. Solo nosotros dos sabemos la cruel realidad de su vida, y en más de una oportunidad he sido testigo de aquel infierno. Por ello me cuesta tanto alejarme de ella. No puedo... le prometí que la protegería.

Y no puedo romper mi promesa.

Todo comenzó cuando estudiábamos en la secundaria. Ella era una chica extraña, reservada, y cerrada. No solía simpatizar con las demás personas, porque ni siquiera se esforzaba. Lentamente me identifiqué con ella. Solo que yo no podía expresarme de la misma forma que ella con libertad.

Aún recuerdo ese día. Sus cicatrices, sus lágrimas, la sangre derramándose sobre su ropa. Sus ojos idos, y casi sin aliento, casi sin vida... no fue la última vez que lo intentó, pero poco a poco conseguí hacer que se abriese a mí, y fue entonces cuando se deshizo de ese peso sobre sus hombros y decidió contarme la verdad.

Su padrastro abusaba de ella... nunca supe si se había detenido. Él le causaba mucho daño. Un daño que sé que jamás podría sanar. Por ello le insistí en que nos fuésemos juntos a Inglaterra a estudiar. Quería alejarla de ese monstruo... un monstruo que se había encargado de dañarle sin remedio alguno.

Aprieto las llaves de la camioneta entre mis manos, y bajo las escaleras sintiéndome fuera de mis casillas. La casa está demasiado silenciosa por lo que conjeturo que la familia de Rosie se habrá ido a dormir.

Sin embargo, Grace me intercepta en la entrada justo antes de que pueda marcharme.

La miro, y aprieto los labios. En lo único en lo que puedo pensar justo ahora es en Kiara. Asegurarme de que se encuentre a salvo.

—Te he escuchado en el pasillo. ¿Estás engañando a Rosie? —inquiere mirándome con seriedad. Sus cejas aplanadas, y sus brazos cruzados sobre su pecho.

Solo consigo fruncir el ceño.

—¿De qué demonios estás hablando? —me defiendo.

Ella exhala, y agudiza la severidad en medio de su mirada.

—No pienso permitir que engañes a mi prima.

—¿Desde cuándo te importa tanto tu prima? —largo, cuadrando la mandíbula con ferocidad—. Hasta lo que recuerdo, solo te alegrabas de sus desdichas.

Grace menea la cabeza, y avanza un paso hacia mí.

—No se te ocurra hacerle daño a Rosie; porque a diferencia de mí, ella no podrá perdonarte. —dicho esto, se aleja golpeando su hombro con el mío.

Me limito a seguir a la razón y abandonar la casa. Me subo a la camioneta, y golpeo el volante con mis nudillos, antes de poner el vehículo en marcha. No puedo permitirme perder más tiempo.

Kiara me necesita.

Casi veinte minutos más tarde, me encuentro aparcando la camioneta en frente de la casa del padrastro de Kiara. Me apresuro en bajarme, y correr hasta la entrada. Miro el umbral deteriorado, y la madera rota bajo mis zapatillas.

Aporreo la puerta con mis nudillos al darme cuenta de que el timbre no funciona, y me desespero al no obtener respuesta. Vuelvo a tocar la puerta, una y otra, y otra vez; nadie abre la maldita puerta, y la impotencia, y los nervios solo incrementan con cada segundo que transcurre.




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